Esteban Actis - La disputa por el poder global
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Como analizaremos en el capítulo III, las relaciones internacionales son ante todo relaciones de poder. Diversos actores –en muchas ocasiones con intereses diferentes– buscan promover y alcanzar sus objetivos en la arena internacional. De este modo, la globalización no constituye un proceso necesariamente neutro, sino que es más bien un reflejo de las referidas relaciones de poder. En tal sentido, la clave no pasa ni por el abrazo acrítico ni por el rechazo liso y llano. Por el contrario, la clave radica en la comprensión del orden internacional y de las relaciones de poder imperantes para maximizar las oportunidades que ofrece el mundo y minimizar sus amenazas, las cuales son siempre cambiantes y dinámicas. Las (malas) percepciones de los distintos gobiernos argentinos en el último tiempo sobre la denominada “globalización financiera” resultan un buen ejemplo para graficar este punto.
Con la crisis financiera del 2008, cuyo epicentro tuvo la particularidad de estar localizado en EE. UU. y Europa, la –en ese entonces– presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, se refirió al crack económico como efecto jazz (5). La lectura en el círculo íntimo de la Casa Rosada era que el mundo iba a hacia una mayor regulación de los flujos de capitales, así como también hacia un mayor control sobre las actividades de los denominados fondos buitres . Se esperaban cambios sustanciales en la dinámica de la globalización financiera y, en línea con ello, se reforzaron las críticas y los cuestionamientos hacia el funcionamiento del sistema financiero internacional. A modo de ejemplo, en 2011 en el marco de la reunión del G20 en Cannes (Francia), la mandataria habló de la existencia de un “anarcocapitalismo financiero”, en alusión a la falta de regulaciones.
La Argentina claramente sobreestimó el impacto de la crisis sobre la dinámica de la globalización financiera y, en consecuencia, sobre su posición negociadora de cara a la normalización de su vínculo con el sistema financiero internacional. Vale recordar que en aquellos años Argentina se encontraba marginada del mercado internacional de capitales con una serie significativa de cuestiones pendientes por resolver de su default del año 2001, a saber: resolución de la deuda con los holdouts , regularización de la deuda con el Club de París, solución de las demandas cursadas contra el país en el marco del Centro Internacional para Arreglo de Diferencias relativas a Inversiones (CIADI) y la normalización de su vínculo con el FMI. En ninguno de los puntos Argentina vio su posición fortalecida. Por el contrario, sus márgenes de maniobra se acotaron cada vez más en la medida en que el contexto internacional se fue tornando más restrictivo para el país frente al evidente agotamiento del denominado “superciclo de los commodities ”.
Por su parte, el gobierno de Mauricio Macri marcó el regreso de Argentina al mercado internacional de capitales. Durante 2016 y 2017, el gobierno argentino aprovechó un contexto internacional ciertamente favorable para la colocación de deuda a tasas relativamente bajas en términos históricos. Sin embargo, como suele ocurrir, subestimó los riesgos derivados de un cambio en las condiciones favorables, en tanto no se tomaron las medidas ni los recaudos necesarios para reducir el impacto de eventuales shocks externos al tiempo que tampoco se avanzó de manera decidida en la corrección de los desequilibrios domésticos (6).
Hacia finales de 2017, existía suficiente evidencia que indicaba que el contexto favorable no duraría eternamente. Los riesgos globales estaban latentes, y la política de normalización monetaria de la FED y las tensiones geopolíticas presagiaban un clima internacional más complejo y restrictivo. La mayor rigidez en las relaciones entre EE. UU. y China aumentó la aversión al riesgo y empujó a los inversores hacia una mayor selectividad en 2018. Este nuevo escenario encontró a la Argentina desarmada, la confianza se disipó y los desequilibrios internos ya no eran tolerados del mismo modo por los actores del mercado. Una vez más, el país volvió a sufrir –ahora de manera casi aislada entre los mercados emergentes (junto con Turquía)– un fuerte episodio de reversión del flujo de capitales.
La nueva crisis económica y financiera que atraviesa el mundo como consecuencia de desequilibrios previos, agudizados por la pandemia del COVID-19, abre nuevamente un sinfín de interrogantes sobre hacia dónde se dirigen las relaciones económicas internacionales y el proceso de globalización. La historia, en esta oportunidad, aún está por escribirse. Comprender la dinámica internacional será clave para definir un modelo de inserción asertivo. Esto aplica más allá del caso argentino e incluso más allá de los actores estatales.
Los acontecimientos con impacto sistémico
Cuando un evento o acontecimiento afecta los intereses, comportamientos y expectativas de todos y cada uno de los actores que cohabitan en el escenario internacional –Estados, empresas, organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, entre otros– podemos argumentar sin temor a equivocarnos que estamos en presencia de un acontecimiento con impacto sistémico en las relaciones internacionales. En el siglo XX podemos identificar ejemplos como la Primera Guerra Mundial, el crack financiero de 1929, la Segunda Guerra Mundial, el shock petrolero de 1973 y la caída del Muro de Berlín.
Cada uno de estos episodios alteró el funcionamiento y la dinámica del orden internacional. Como bien señala Henry Kissinger (7), todo orden está basado en dos componentes centrales: un conjunto de reglas comúnmente aceptadas que definen los límites de acción permisible y un equilibrio de poder que lleva a cabo la restricción cuando las reglas se rompen. En otras palabras, todo orden internacional se sustenta sobre una naturaleza de acuerdos (legitimidad) y una particular distribución del poder.
Los acontecimientos sistémicos justamente impactan de lleno en el poder y la legitimidad del orden. Esta afirmación no implica sostener que se trate necesariamente de puntos de inflexión o que marquen un parteaguas hacia un mundo totalmente distinto, sino que interpelan al orden vigente en aspectos fundantes y basales. Si se observan los eventos citados con una perspectiva histórica se podrá percibir que todos ellos generaron impactos en las dos dimensiones referidas. La magnitud de los ajustes y cambios en la actual crisis dependerá de la gestión que puedan lograr los diferentes actores.
La Gran Guerra (1914-1918) y la posterior humillación a Alemania fueron el germen del nacimiento del nazismo. La Gran Depresión del 29 condujo a la crisis del liberalismo –político y económico–. La Segunda Guerra Mundial configuró un escenario de bipolaridad y dio origen a la denominada Guerra Fría entre los EE. UU. y la Unión Soviética. La crisis petrolera de los años setenta mostró la sensibilidad de la potencia hegemónica, trastocó el mapa energético mundial e inauguró una prolongada recesión global. Por último, la implosión de la Unión Soviética no solo modificó el mapa europeo sino que además –y sobre todo– implicó la emergencia de un momento de excepcionalidad histórico en relación a la abrumadora asimetría de poder vigente entre la ahora única superpotencia del sistema –EE. UU.– y el resto (momento unipolar).
Ahora bien, aunque para un observador desprevenido pueda parecer que los acontecimientos con impacto sistémico siempre generaron cambios abruptos y bien marcados, lo cierto es que en realidad fueron más bien grandes dinamizadores de tendencias ya existentes y en curso. Por ejemplo, luego de la Primera Guerra Mundial, y de la famosa gripe española que produjo casi el doble de fallecidos que el conflicto, las tendencias observables fueron la profundización de un malestar social creciente, una marcada inclinación hacia el militarismo entre las grandes potencias europeas y el auge de las ideologías antiliberales (8).
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