Alberto Vazquez-Figueroa - Xaraguá. Cienfuegos VI

Здесь есть возможность читать онлайн «Alberto Vazquez-Figueroa - Xaraguá. Cienfuegos VI» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Xaraguá. Cienfuegos VI: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Xaraguá. Cienfuegos VI»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

En la sexta entrega de la serie Cienfuegos, el genial gomero se adentra en la isla de Santo Domingo, en el paradisíaco territorio de Xaraguá, donde reina la princesa Anacaona, carismática líder de los indígenas cuya vida marca un hito en el antes y el después de las relaciones de «civilizados» y oriundos del nuevo continente.Una saga apasionante para conocer cómo nunca se había hecho el descubrimiento y la conquista de América. Lo mejor y lo peor del ser humano en una serie de aventuras ambientadas en el contexto histórico más interesante de nuestra historia.

Xaraguá. Cienfuegos VI — читать онлайн ознакомительный отрывок

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Xaraguá. Cienfuegos VI», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

–Una vez me bauticé yo mismo, pero no creo que pueda considerarse válido. ¿O sí?

–No sabría qué deciros. Supongo que depende de las circunstancias. –El religioso parecía haber recuperado en parte el dominio de sí mismo ante la posibilidad de atraer a aquel estrambótico gigante pelirrojo, al que en el fondo admiraba, al rebaño del Señor–. Lo que ahora importa es que el día en que acudisteis a mí pidiendo confesión aún no erais cristiano y no me lo advertisteis.

–¿Acaso resulta imprescindible? –quiso saber el canario–. ¿Os negaríais a confesar a un pagano si viniese a pedíroslo?

–Primero tendría que bautizarlo. Si no pertenece a la fe de Cristo no puede lógicamente beneficiarse de cuanto esta ofrece.

–Es posible –aceptó el otro–. Pero aquello es agua pasada y poco importa ahora que no tengáis que acogeros al secreto de confesión. Ovando me ahorcaría por el simple hecho de desobedecerle. –Le miró a los ojos–. ¿Haréis lo que os pido? –quiso saber.

–Tengo que pensármelo.

–Os advierto que si aceptáis, no solo me bautizaréis a mí, sino también a mis hijos. Y por si fuera poco, salvaríais a doña Mariana Montenegro, que vive en pecado y aspira a santificar nuestra unión. ¿Os arriesgaríais a perder cuatro almas por rencor hacia mí?

–¡Continuáis siendo un maldito enredador! –masculló furibundo el de Sigüenza–. Y a fe que jamás me topé con mente tan endemoniada y retorcida. ¿Dónde están vuestros hijos?

–A una hora de camino, más o menos.

–Llevadme ante ellos. Pero os juro que como me hagáis otra faena, apenas os bautice os excomulgo.

Emprendieron la marcha, el cabrero y su amigo Bonifacio Cabrera sonriendo abiertamente y el religioso aún mascullando entre dientes su indignación, pero esta alcanzó su máxima cota cuando, al cabo de un rato, Cienfuegos se detuvo al borde de un riachuelo, y sacando de sus alforjas una gruesa pastilla de áspero jabón, le espetó sin el más mínimo respeto:

–Y ahora bañaos.

–¿Cómo decís? –se indignó el de Sigüenza, temiendo haber oído mal.

–Que si queréis continuar con vuestra misión de salvar almas, tenéis que quitaros de encima toda la mugre y el mal olor que lleváis en el cuerpo. ¿O es que acaso nadie os ha dicho que apestáis a veinte pasos?

–Bañarse en exceso incita al pecado.

–Y demasiado poco a la penitencia. Si imagináis que ese es el olor de santidad de que tanto se habla, creo que estáis en un error. Lo vuestro es cuestión de ajo y pies sudados.

–¡Ofendéis mi dignidad!

–Y vos mi olfato. Y lo de la dignidad no sé cómo solucionarlo, pero lo de mi olfato se arregla con jabón, así que manos a la obra.

–¡Ni hablar!

–Os comunico que saldréis de aquí más limpio que una patena aunque nos lleve todo el día, así que no me obliguéis a desnudaros.

–¡No os creo capaz!

–¿Ah, no? –se sorprendió el cabrero–. ¡Caray, padre, creí que me conocíais! ¡Vamos pues!

Lo alzó como si se tratara de un fardo, se lo colocó bajo el brazo y se introdujo en el agua con la pastilla de jabón en la otra mano dispuesto a quitarle de encima una costra de mugre de un par de milímetros de espesor.

–¡Soltadme! –gritaba histéricamente su víctima, presa de un ataque de ira que parecía a punto de degenerar en apoplejía–. ¡Soltadme he dicho!

Pero Cienfuegos hizo oídos sordos hasta que llegaron al centro del río, lo colocó de pie de modo que el agua le llegaba al pecho, y con un rápido gesto rasgó la putrefacta sotana que le arrancó a pedazos permitiendo que la corriente se la llevara.

–¡San Juan Bautista! –casi sollozó el franciscano–. ¿Qué voy a ponerme ahora?

–Tendréis ropa limpia cuando estéis limpio –le prometió su verdugo–. Pero si lo preferís, podéis regresar en pelotas.

Podría decirse que la sensación de saberse desnudo vencía toda resistencia por parte de Fray Bernardino de Sigüenza, pues sin decir una palabra más tomó la pastilla de jabón y comenzó a restregarse furiosamente.

Fue todo un espectáculo observar cómo su cuerpo iba cambiando de color mientras las transparentes aguas se enturbiaban, y resultó evidente que puesto a hacer las cosas el frailuco decidió hacerlas bien, tal vez abrigando la intención de que aquel se convirtiera en su último baño de la década, ya que probablemente se trataba del primero que tomaba en lo que iba de siglo.

Salió del río cubriéndose las vergüenzas con las manos, escuálido, arrugado, blanco y tiritando, y en verdad que provocaba risa y pena al propio tiempo, pues resultaría muy difícil encontrar un ser humano de apariencia más desvalida por mucho que se buscara.

Satisfecho, Cienfuegos abrió de nuevo su mochila y le tendió una impoluta túnica blanca que el otro contempló horrorizado.

–¿Blanco? –exclamó como si acabara de ver al mismísimo demonio–. ¿Acaso pretendéis que me vista de blanco?

–¿Qué tiene de malo el blanco?

–Que pareceré un dominico.

–¡Oh, vamos, padre! Más vale dominico limpio que franciscano mugriento. No creo que Dios se fije en los hábitos, sino en las conciencias, y me consta que la vuestra está tan limpia como vuestro cuerpo.

Una hora después llegaban a la cabaña y a doña Mariana le costó un gran esfuerzo reconocer en el reluciente hombrecillo que bailaba en el interior de una túnica demasiado holgada al temible inquisidor que con tanta insistencia la interrogara en las mazmorras de la fortaleza de Santo Domingo.

–¿En verdad sois Vos? –inquirió sin querer dar crédito a sus ojos–. ¿El mismo Fray Bernardino de Sigüenza…?

–Lo que queda de él y lo poco que durará –se lamentó el otro–. Esta bestia me ha hecho coger un resfriado del que no creo que salga con bien en semejante tierra de paganos.

Como para corroborar sus palabras soltó un sonoro estornudo que le obligó a moquear más que de costumbre, y tras pasarse repetidamente el dedo por la nariz, añadió cambiando el tono de voz:

–Si queréis que os diga la verdad, me alegra estar aquí aun a pesar del baño. Es una gran cosa veros libre y rodeada de los vuestros.

–¿Acaso ya no tenéis interés en quemarme por bruja? –inquirió con intención la alemana.

–Nunca la tuve y lo sabéis. Aquel fue el peor de los encargos que he recibido nunca, y mi auténtica personalidad es la de ahora, pese a este hábito de dominico. –Sonrió levemente–. No nací para inquisidor, tenerlo por seguro.

–Lo sé, pero lo que no entiendo es qué diablos hacéis en el séquito del gobernador.

–Soy uno de sus consejeros.

–¿Vos? –intervino el gomero sorprendido–. No tenía ni la menor idea. ¿Y qué clase de consejos le dais?

–Aquellos que me dicta mi buen entender y mi conciencia –replicó el otro, amoscado–. Pero no creo que sea ese negocio el que os ataña. Lo que importa es solucionar cuanto antes lo que he venido a hacer aquí. Empecemos por los bautizos y dejemos la boda para lo último.

–¿Boda? –se sorprendió doña Mariana Montenegro–. ¿A qué boda os referís?

–A la nuestra, naturalmente –señaló Cienfuegos, un tanto desconcertado por el tono de la pregunta.

–¿La nuestra…? –repitió ella de igual modo–. Que yo sepa no hemos hablado para nada de boda.

–Quizá no –admitió el gomero–. Pero tenemos un hijo, nos queremos, tú eres viuda y yo soltero. Lo lógico es que nos casemos. ¿O no?

–Ya una vez estuve casada –puntualizó Ingrid con acritud–, y no fui una buena esposa. ¿Por qué he de correr el riesgo de cometer el mismo error, si estamos bien como estamos?

–No estamos bien y lo sabes –protestó nervioso Cienfuegos, que comenzaba a darse cuenta de cuáles eran las intenciones de la alemana–. Vivimos en pecado.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Xaraguá. Cienfuegos VI»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Xaraguá. Cienfuegos VI» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Alberto Vazquez-Figueroa - Ébano
Alberto Vazquez-Figueroa
Alberto Vazquez-Figueroa - El sueño de Texas
Alberto Vazquez-Figueroa
Alberto Vazquez-Figueroa - Memorias de Cienfuegos
Alberto Vazquez-Figueroa
Alberto Vazquez-Figueroa - Tierra de bisontes. Cienfuegos VII
Alberto Vazquez-Figueroa
Alberto Vazquez-Figueroa - Brazofuerte. Cienfuegos V
Alberto Vazquez-Figueroa
Alberto Vazquez-Figueroa - Montenegro
Alberto Vazquez-Figueroa
Alberto Vazquez-Figueroa - Azabache
Alberto Vazquez-Figueroa
Alberto Vazquez-Figueroa - Caribes
Alberto Vazquez-Figueroa
Alberto Vazquez-Figueroa - Cienfuegos
Alberto Vazquez-Figueroa
Alberto Vazquez-Figueroa - Trilogía Océano. Océano
Alberto Vazquez-Figueroa
Alberto Vazquez-Figueroa - La vacuna
Alberto Vazquez-Figueroa
Alberto Vazquez-Figueroa - One Hundred Years Later
Alberto Vazquez-Figueroa
Отзывы о книге «Xaraguá. Cienfuegos VI»

Обсуждение, отзывы о книге «Xaraguá. Cienfuegos VI» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x