6. SE LO PUEDE CONTRISTAR: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Efe. 4:30). ¡Cómo moldeará enteramente la vida la comprensión de este pensamiento, referente a la santa persona del Espíritu!
7. SE LO PUEDE INSULTAR Y TENTAR. SE LE PUEDE MENTIR: Notemos los siguientes pasajes bíblicos: “¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?” (Heb. 10:29). “Y Pedro le dijo: ¿Por qué convinisteis en tentar al Espíritu del Señor? He aquí a la puerta los pies de los que han sepultado a tu marido, y te sacarán a ti” (Hech. 5:9). “Y le dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo?[...]. No has mentido a los hombres sino a Dios” (Hech. 5:3, 4). Estas son evidencias de que el Espíritu es susceptible de maltrato.
Atributos y obras divinos
La más solemne amonestación proferida por Jesús en los cuatro Evangelios declara que si sus palabras o su persona fueran rechazadas por los hombres podrían ser perdonados, pero ninguno que pecara contra el Espíritu Santo y finalmente rehusara sus enseñanzas podría ser perdonado. Es inconcebible que un ser humano pudiera pecar en esa forma contra una influencia, un poder o una energía, corriendo el riesgo de cometer, así, un pecado imperdonable.
Revisemos, a continuación, algunos de los hechos adjudicados al Espíritu, realizables solo por personas. Pensemos en su acción de inspirar las Sagradas Escrituras, sus órdenes y prohibiciones, su nombramiento de ministros, sus deprecaciones y oraciones, sus enseñanzas y testimonios, sus luchas y esfuerzos por convencer. Hay unas veinte acciones diferentes, contadas entre los actos más elevados que una personalidad inteligente puede efectuar y que no podrían ser realizados por una influencia.
Pero, el Espíritu Santo es más que una mera personalidad. Es una persona divina. Se lo llama Dios (Hech. 5:3, 4), la tercera persona de la Deidad. Posee atributos divinos: omnisapiencia (Luc. 1:35); omnipresencia (Sal. 139:7-10); y vida eterna (Heb. 9:14). Estos pertenecen solamente a Dios y, sin embargo, también se atribuyen al Espíritu. Él es mayor que los ángeles porque, como representante de Cristo, dirige en la tierra a los ángeles que batallan contra las legiones de las tinieblas.
“Todos los seres celestiales están en este ejército. Y hay más que ángeles en las filas. El Espíritu Santo, el representante del Capitán de la hueste del Señor, baja a dirigir la batalla” ( El Deseado de todas las gentes , pp. 318, 319).
Además, se adjudica al Espíritu Santo la realización de obras divinas: creación (Job 33:4); regeneración (Juan 3:5-8); resurrección (1 Ped. 3:18); y el ser fuente de profecía (2 Ped. 1:21). Estas obras podrían ser realizadas únicamente por Dios mismo. Así que el Espíritu Santo no es solo una persona sino también una persona divina. En el plan de Dios, su ministerio incluye creación, inspiración, convicción, regeneración, santificación y capacitación para un servicio más efectivo.
Su relación con la Deidad
Esto nos lleva a un breve examen de la relación del Espíritu Santo con las otras personas de la Deidad. Nuestra concepción de la Trinidad a veces nos inclina a imaginar tres dioses en lugar de uno. Nuestro Dios es uno solo (Deut. 6:4); pero hay tres personas en esta Deidad singular. La dificultad surge al tratar de concebir los seres espirituales en términos físicos. Probablemente, una ilustración cruda podría ser apropiada: un triángulo es una figura, pero posee tres lados. Así, también la Deidad, siendo una, se manifiesta como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El mismo Jesús aseveró: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30). La siguiente declaración es de gran ayuda:
“‘Si me conocieseis –dijo Cristo–, también a mi Padre conocierais: y desde ahora le conocéis, y le habéis visto’. Pero los discípulos no lo comprendieron todavía. ‘Señor, muéstranos al Padre –exclamó Felipe, y nos basta’.
“Asombrado por esta dureza de entendimiento, Cristo preguntó, con dolorosa sorpresa: ‘¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe?’ ¿Es posible que no veáis al Padre en las obras que hace por medio de mí? ¿No creéis que he venido para testificar acerca del Padre? ‘¿Cómo, pues, dices tú: Muéstranos al Padre?’ ‘El que me ha visto, ha visto al Padre’. Cristo no había dejado de ser Dios cuando se hizo hombre. Aunque se había humillado hasta asumir la humanidad, seguía siendo divino” ( ibíd ., pp. 618, 619).
Con referencia a la venida del Espíritu Santo, Cristo afirmó, nuevamente:
“Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros [...] y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Juan 14:16-18, 23).
De modo que la presencia del Espíritu Santo implica también la presencia de Jesús y del Padre. En otras palabras, en esta dispensación del Espíritu Santo, la plenitud de la Deidad se halla presente y operante en el mundo. Entonces, el Espíritu Santo es, por así decirlo, el otro yo de Jesús, y mediante él Jesús hace real su presencia universal en todo su pueblo.
“Los que ven a Cristo en su verdadero carácter, y le reciben en el corazón, tienen vida eterna. Por el Espíritu es como Cristo mora en nosotros; y el Espíritu de Dios, recibido en el corazón por la fe, es el principio de la vida eterna” ( ibíd ., p. 352).
Tres dispensaciones consecutivas
Antes de que Cristo se humanara, el Padre era la persona más conspicua en el horizonte de la Deidad; cuando Cristo vino al mundo, la segunda persona llenó este horizonte; y en esta dispensación del Espíritu, la tercera persona ocupa el lugar de preeminencia, constituyendo la culminación de las provisiones progresivas de Dios.
En la dispensación del Padre, la norma de la ley era sobresaliente; en la dispensación del Hijo, se agregó la reconciliación; y en la dispensación del Espíritu Santo se añade el poder santificador y habilitador. Por lo tanto, estos tres conceptos son acumulativos. Cada uno refuerza y suple al anterior.
En cada dispensación, la espiritualidad de la iglesia ha estado condicionada a su adhesión a la verdad principal del período en que vivía. Se estableció la norma de la justificación, se proveyó el medio de reconciliación y expiación, y por último, ahora el agente que había de aplicar estos beneficios al hombre ocupa el campo en forma predominante.
Las tres grandes pruebas históricas de fe referentes a la santificación son: primero, en el período anterior a la encarnación, la prueba de “un Dios” versus el politeísmo, y el derecho divino de gobernar, con la ley como norma y el sábado como señal; segundo, la prueba de comprobar si, en ocasión del primer advenimiento de Cristo, quienes habían cumplido la primera prueba aceptarían a Jesús como el Hijo y el Redentor divino; luego la tercera, después de haber aceptado las primeras dos, ver si nos someteremos enteramente al poder del Espíritu Santo, con el fin de que él haga eficaz, en nosotros, todo lo que se nos había preparado.
Estos amplios principios fundamentales contienen todo lo que es vital en el plan divino de salvación.
La Deidad es una Trinidad
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