LeRoy Edwin Froom - La venida del Consolador

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El tema relativo a la misión y la obra del Espíritu Santo ofrece un campo de estudio inagotable, porque trata de una Personalidad que trasciende todo tiempo y toda medida: la tercera Persona de la Deidad. Sus pasos augustos no se pueden medir, pero pueden reconocerse claramente; no se pueden explicar, pero pueden y deben ser personalmente aceptados y experimentados. Vivimos en un mundo que está cambiando rápidamente, un mundo que corre alborotado, dominado por nuevas fuerzas. Problemas nuevos y graves -que surgen de una actitud nueva y siniestra de la mente y del corazón hacia Dios y hacia la autoridad divina- nos confrontan y nos desafían. Las enormes ciudades del mundo, que van creciendo más y más con los años, nos desafían con una tarea abrumadora. Y, sin embargo, ellos deben oír el mensaje de Dios a los seres humanos. Estoy persuadido de que hay una sola solución para el problema al que hacemos frente, una sola provisión para nuestra necesidad: el poder del Espíritu Santo, el derramamiento de la lluvia tardía en nuestras vidas y en nuestro servicio. Esto es lo único que nos capacitará para hacer frente a esta estupenda tarea de terminar la obra que nos fue encomendada.

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L. E. F.

Primera parte

FUNDAMENTO BÍBLICO

La promesa del Espíritu

“Hijitos, aún estaré con vosotros un poco. Me buscaréis; pero como dije a los judíos, así os digo ahora a vosotros [...] Le dijo Simón Pedro: Señor, ¿a dónde vas? Jesús le respondió: A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; mas me seguirás después” (Juan 13:33, 36).

“No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino” (Juan 14:1-4).

“Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras. De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre” (vers. 8-12).

“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros” (vers. 16-20).

“Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió. Os he dicho estas cosas estando con vosotros” (vers. 23-25).

“Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado. Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Juan 16:7-15).

Capítulo 1

LA PROMESA DEL ESPÍRITU

Era de noche en Jerusalén; la noche más triste desde que el hombre se separara de Dios. La ciudad estaba atestada de peregrinos. El grupito de hombres que había seguido a su Señor durante los años de su ministerio público se había reunido con él alrededor de la mesa pascual, en el aposento alto. Se encontraban en un momento crucial. El símbolo y la realidad convergían. El Hijo de Dios, ciñéndose con una toalla como si fuese un siervo, se arrodilló delante de los hombres pecadores para lavarles los pies.

El pan partido y el vino escanciado, símbolos de su pasión inminente, acababan de ser consumidos. Solo escasos minutos separaban las escenas del aposento alto de la lucha en el huerto; mediaban momentos apenas, comparativamente, entre la sangre sobre las sienes y la sangre sobre los dinteles. A pesar de que el pastor había estado con las ovejas poco tiempo solamente, pronto sería herido, y las ovejas serían esparcidas.

Judas se había separado del grupo, y una profunda tristeza embargaba a los demás discípulos. Es innecesario analizar su aflicción. Mezclada con ella, había cierta medida de egoísmo, aunque la sombra de la separación inevitable había caído sobre ellos. Verdaderamente, era esta una hora crítica. ¡Cómo bebían los discípulos cada palabra de Jesús! Su declaración con respecto a que él iba a donde ellos no podrían seguirlo llevó mayor tristeza y dolor a sus corazones. Hasta ahora, no habían sentido la realidad de la separación que se acercaba. De pronto el Maestro procedió a consolar sus corazones. Les habló de unas mansiones que iría a prepararles. Pero esto no logró conformarlos, porque la presencia personal de su Señor viviente nunca podría ser reemplazada por mansiones.

¿Qué harían cuando se fuera? ¿A quién se volverían?

Alguien dijo: Pintad un cielo sin estrellas. Cubrid las montañas de oscuridad. Colgad cortinas de negra sombra frente a cada playa. Oscureced el pasado, y que el futuro sea aún más incierto. Completad el cuadro con hombres pesarosos y rostros tristes. Tal era la condición de los discípulos, al verse confrontados con la partida del Señor.

Jesús presenta a su Sucesor

Luego, Jesús pasó a descubrir, ante ellos, la gloriosa provisión de “otro Consolador”. Esta declaración implica que Jesús era el primer Consolador. Un consolador es “ayuda en tiempo de necesidad”. Si eres huérfano, necesitas de un padre; si estás enfermo, un médico; si te hallas perplejo, un abogado; si vas a construir, un arquitecto; y si estás en dificultades, un amigo. Todo esto, e infinitamente más, es nuestro Consolador celestial.

Los discípulos no quedarían huérfanos, privados de un Padre divino que los cuidara, protegiera y ayudara. En el momento más impresionable de sus vidas, Cristo les mostró la venida del Espíritu Santo como la culminación de su obra terrenal en favor de ellos y la continuación de su tarea.

La recepción del Espíritu Santo constituía el privilegio supremo que pudieran tener, como también hoy lo tiene cada discípulo que espera el regreso corporal y visible de su Señor, para llevarlo a las mansiones celestiales. Notemos lo siguiente:

“En las enseñanzas de Cristo se hace prominente la doctrina del Espíritu Santo. ¡Qué vasto tema de meditación y ánimo es éste! ¡Qué tesoros de verdad añadió al conocimiento de sus discípulos con sus instrucciones relativas al Espíritu Santo, el Consolador! Se espació sobre este tema con el fin de consolar a sus discípulos en la gran prueba que pronto experimentarían, para que sintieran ánimo en su gran desilusión [...]. El Redentor del mundo se esforzó por llevar el consuelo más efectivo al corazón de los dolientes discípulos. Pero del amplio campo de asuntos que tenía a su disposición, escogió el tema del Espíritu Santo, el cual inspiraría y confortaría sus corazones. Sin embargo, a pesar de que Cristo dio tanta importancia al tema del Espíritu Santo, ¡cuán poco se considera en las iglesias!” (Elena G. de White, Bible Echo , 15 de noviembre, 1893).

Antes de abandonar su magisterio terrenal, Jesús presentó a su Sucesor en su discurso de despedida.

“Estorbado por la humanidad, Cristo no podía estar en todo lugar personalmente. Por lo tanto, convenía a sus discípulos que fuese al Padre y enviase el Espíritu como su sucesor en la tierra” ( El Deseado de todas las gentes , pp. 622, 623).

Reveló, así, la formidable realidad de la dispensación del Espíritu. Y este aspecto dispensacional es imposible de sobrestimar. Se basa en la obra terrenal de Cristo, y su inauguración era imposible hasta cuando él acabara su tarea y ascendiera a los cielos. En Juan 14 y 16 Jesús desarrolló tres verdades colosales: 1) El prometido advenimiento del Espíritu Santo; 2) El carácter y la personalidad del Espíritu Santo; 3) La misión, u obra, del Espíritu Santo.

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