Aristoteles Aristoteles - Obras Inmortales de Aristóteles

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El filósofo griego Aristóteles es considerado, al igual que Platón (de quien fue discípulo), pionero y padre de la filosofía occidental. Por lo sistemático de sus estudios, el rigor con el que los llevaba a cabo y la diversidad de los campos que abarcó, se considera también uno de los primeros investigadores científicos dentro del concepto moderno del término. Puede afirmarse que sus ideas han influenciado el pensamiento intelectual en occidente por más de dos mil años.El sistema aristotélico tuvo su punto de partida en el platonismo, pero sustituyó la visión idealista de su doctrina por una especulación realista que parte ante todo del sentido común. Aristóteles sistematizó el saber filosófico de su época según una división de las ciencias y una estructuración interna del saber científico que se constituyó en modelo para muchos siglos y que incluía la lógica, la psicología, la biología, la física, la política y la ética, además de la filosofía primera o metafísica que él mismo creó. Las obras contenidas en el presente volumen están consideradas como las más importantes e influyentes de Aristóteles y son: «Metafísica», «Ética a Nicómaco», «Política» y «Retórica».

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Este es, en nuestra opinión, el punto a que parecen haber llegado las pesquisas de nuestros predecesores sobre las dos causas puestas en litigio.

Parte V

En la época de estos filósofos y antes que ellos, los denominados pitagóricos se dedicaron a las matemáticas, e hicieron avanzar esta ciencia. Embebidos en este estudio, creyeron que los principios de las matemáticas eran los principios de todos los seres. Los números son por su naturaleza anteriores a las cosas, y los pitagóricos creían percibir en los números más bien que en el fuego, la tierra y el agua, una multitud de analogías con lo que existe y lo que se origina. Tal combinación de números, por ejemplo, les parecía ser la justicia, tal otra el alma y la inteligencia, tal otra la oportunidad; y así, poco más o menos, se conducían con todo lo demás; por último, veían en los números las combinaciones de la música y sus acordes. Pareciéndoles que estaban constituidas todas las cosas a semejanza de los números, y siendo por otra parte los números anteriores a todas las cosas, creyeron que los elementos de los números eran los elementos de todos los seres, y que el cielo en su conjunto era una armonía y un número. Todas las concordancias que podían descubrir en los números y en la música, junto con los fenómenos del cielo y sus partes y con el orden del Universo, las reunían, y de esta forma constituían un sistema. Y si faltaba algo, se valían de todos los recursos para que aquel presentara un conjunto completo. Así por ejemplo, como la década parece ser un número perfecto, y que abraza todos los números, pretendieron que los cuerpos en movimiento en el cielo son diez en número. Pero no siendo visibles más que nueve, han imaginado un décimo, el Antictón. Todo esto lo hemos explicado más sucintamente en otra obra. Si ahora tocamos ese punto, es para hacer constar, respecto a ellos como a todos los demás, cuáles son los principios cuya existencia afirman, y cómo estos principios entran en las causas que hemos enumerado.

He aquí en lo que al parecer se basa su doctrina: El número es el principio de los seres bajo el punto de vista de la materia, así como es la causa de sus cambios y de sus estados diversos; los elementos del número son el par y el impar; el impar es finito, el par es infinito; la unidad participa a la vez de estos dos elementos, porque a la vez es par e impar; el número proviene de la unidad, y finalmente, el cielo en su conjunto se compone, como ya hemos dicho, de números. Otros pitagóricos admiten diez principios, que sitúan de dos en dos, en el orden siguiente:

Finito e infinito.

Par e impar.

Unidad y pluralidad.

Derecha e izquierda.

Macho y hembra.

Reposo y movimiento.

Rectilíneo y curvo.

Luz y tinieblas.

Bien y mal.

Cuadrado y cuadrilátero irregular.

La doctrina de Alcmeón de Crotona, parece acercarse mucho a estas ideas, sea que las haya tomado de los pitagóricos, sea que estos las hayan recibido de Alcmeón, porque florecía cuando era anciano Pitágoras, y su doctrina se asemeja a la que acabamos de exponer. Dice, en efecto, que la mayor parte de las cosas de este mundo son dobles, señalando para ellos, los contrarios entre las cosas. Pero no fija, como los pitagóricos, estas diversas oposiciones. Toma las primeras que se presentan, por ejemplo, lo blanco y lo negro, lo dulce y lo amargo, el bien y el mal, lo grande y lo pequeño, y sobre todo lo demás se explica de una manera asimismo indeterminada, mientras que los pitagóricos han definido el número y la naturaleza de las oposiciones.

Así pues, de estos dos sistemas puede inferirse que los contrarios son los principios de las cosas, y además, que uno de ellos nos da a conocer el número de estos principios y su naturaleza. Pero cómo estos principios pueden resumirse en las causas primeras es lo que no han articulado con claridad estos filósofos. Sin embargo, parece que consideran los elementos desde el punto de vista de la materia, porque, según ellos, estos elementos se hallan en todas las cosas y constituyen y componen todo el Universo.

Lo que hemos dicho es suficiente para dar una idea de las opiniones de los que, entre los antiguos, han admitido la pluralidad en los elementos de la naturaleza. Otros han considerado el todo como un ser único, pero se diferencian entre sí, ya por el mérito de la exposición, ya por la forma como han concebido la realidad. Con relación a la revista que estamos pasando a las causas, no tenemos la obligación de ocuparnos de ellos. En efecto, no hacen como algunos filósofos, que al establecer la existencia de una sustancia única, sacan sin embargo todas las cosas del seno de la unidad, considerada como materia; su doctrina está muy alejada. Estos físicos añaden el movimiento para producir el Universo, mientras que aquellos creen que el Universo es inmóvil. He aquí todo lo que se encuentra en estos filósofos referente al objeto de nuestra búsqueda:

La unidad de Parménides parece tratarse de la unidad racional, la de Meliso, por lo contrario, la unidad material, y por esta causa el primero representa la unidad como finita, y el segundo como infinita. Jenófanes, creador de estas doctrinas (porque según se dice, Parménides fue su discípulo), no aclaró nada, ni al parecer dio explicaciones sobre la naturaleza de ninguna de estas dos unidades; únicamente al dirigir sus miradas sobre el conjunto del firmamento, ha dicho que la unidad es Dios. Repito que, en el examen que nos ocupa, debemos, como ya hemos hecho mención, prescindir de estos filósofos, por lo menos de los dos últimos, Jenófanes y Meliso, cuyas concepciones son ciertamente bastante burdas. Con respecto a Parménides, parece que se expresa con un conocimiento más profundo de las cosas. Persuadido de que fuera del ser, el no ser es nada, admite que el ser es necesariamente uno, y que no hay ninguna otra cosa más que el ser; cuestión que hemos analizado con detención en la Física. Pero precisado a explicar las apariencias, a admitir la pluralidad que nos suministra los sentidos, al mismo tiempo que la unidad concebida por la razón, sienta, además del principio de la unidad, otras dos causas, otros dos principios, lo caliente y lo frío, que son el fuego y la tierra. De estos dos principios, atribuye el uno, lo caliente, al ser, y el otro, lo frío, al no ser.

He aquí los resultados de lo que hemos expuesto, y lo que se puede deducir de los sistemas de los primeros filósofos con relación a los principios. Los más antiguos admiten un principio corporal, porque el agua y el fuego y las cosas análogas son cuerpos; en los unos, este principio corporal es único, y en los otros es múltiple; pero unos y otros lo tienen presente desde el punto de vista de la materia. Algunos, además de esta causa, admiten también la que produce el movimiento, causa única para los unos, doble para los otros. Sin embargo, hasta que apareció la escuela Itálica, los filósofos han expuesto muy poco sobre estos principios. Todo lo que puede decirse de ellos, como ya hemos señalado, es que se sirven de dos causas, y que una de estas, la del movimiento, se tiene como única por los unos, como doble por los otros.

Los pitagóricos, en verdad, se han referido también a dos principios. Pero han añadido lo que sigue, que exclusivamente es suyo. El finito, el infinito y la unidad, no son, según ellos, naturalezas aparte, como lo son el fuego o la tierra o cualquier otro elemento análogo, sino que el infinito en sí y la unidad en sí son la sustancia misma de las cosas, a las que se atribuye la unidad y la infinitud; y por consiguiente, el número es la sustancia de todas las cosas. De esta forma, se han explicado sobre las causas de que nos ocupamos. También comenzaron a ocuparse de la forma propia de las cosas y a definirla; pero en este punto su doctrina es harto imperfecta. Definían superficialmente; y el primer objeto a que convenía la definición ofrecida, le consideraban como la esencia de la cosa definida, como si, por ejemplo, se creyese que lo doble y el número dos son una misma cosa, porque lo doble se encuentra en efecto en el número dos. Y en verdad, dos y lo doble, no son la misma cosa en su esencia; porque entonces un ser único sería muchos seres, y esta es la consecuencia del sistema pitagórico.

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