Julio Verne - La isla misteriosa

Здесь есть возможность читать онлайн «Julio Verne - La isla misteriosa» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La isla misteriosa: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La isla misteriosa»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

En La isla misteriosa encontramos múltiples pasajes que nos llevan, junto con los personajes, a vivir aventuras llenas de acción, drama, fantasía, tecnología y ciencia. La tensión con la que narra el naufragio de cinco hombres del gobierno en plena guerra, también nos conduce a experimentar la sorprendente manera de sobrevivir en unan isla en la que, incluso, cuenta con una fauna extraña y fantástica.

La isla misteriosa — читать онлайн ознакомительный отрывок

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La isla misteriosa», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Hecho esto, Pencroff, pasando entre las hierbas y procurando ocultarse, colocó el extremo de sus varitas armadas de anzuelos cerca de los nidos de tetraos, y asiendo el otro extremo se puso en acecho con Harbert detrás de un árbol corpulento. Ambos esperaron pacientemente, pero Harbert no contaba con el éxito del invento de Pencroff.

Una media hora larga transcurrió, y, como había previsto el marino, volvieron a sus nidos varias parejas de tetraos. Saltaban picoteando el suelo y no presintiendo de ningún modo la presencia de cazadores, que, por otra parte, habían tenido buen cuidado de ponerse a sotavento de las gallináceas.

El joven se sintió en aquel momento vivamente interesado. Retuvo el aliento, y Pencroff, con los ojos desencajados, la boca muy abierta y los labios avanzados como si fuera a comer un pedazo de tetrao, apenas respiraba.

Entretanto, las gallináceas se paseaban entre los anzuelos, sin preocuparse de ellos. Pencroff entonces dio pequeñas sacudidas que agitaron los gusanos, como si estuvieran vivos.

Seguramente en aquel momento el marino experimentaba una emoción más fuerte que la del pescador de caña, que no ve venir su presa a través de las aguas.

Las sacudidas llamaron pronto la atención de las gallináceas, que mordieron los anzuelos.

Tres tetraos, muy voraces, sin duda, tragaron a la vez el cebo y el anzuelo. De pronto, Pencroff dio un tirón seco a su aparato, y el aleteo de las aves le indicó que habían sido cazadas.

—¡Hurra! —exclamó precipitándose hacia su caza, de la que se apoderó.

Harbert aplaudió. Era la primera vez que veía cazar pájaros con caña y anzuelo; pero el marino, muy modesto, afirmó que no era la primera vez que lo hacía, y que, por otra parte, no tenía el mérito de la invención.

—En todo caso —añadió—, en la situación en que nos encontramos, debemos esperar otros inventos más importantes.

Los tetraos fueron atados por las patas y Pencroff, contento de no volver con las manos vacías, y viendo que el día empezaba a declinar, juzgó conveniente volver a su morada.

La dirección que habían de seguir estaba indicada por el río; no había más que seguir su curso, y hacia las seis de la tarde, bastante cansados de su excursión, Harbert y Pencroff entraban en las Chimeneas.

No vuelve Nab y tienen que seguir a Top

Gedeón Spilett, inmóvil, con los brazos cruzados, estaba en la playa, mirando el mar, cuyo horizonte se confundía al este con una gran nube negra que subía rápidamente hacia el cenit. El viento era fuerte y refrescaba a medida que declinaba el día. Todo el cielo tenía mal aspecto y los primeros síntomas de una borrasca se manifestaban.

Harbert entró en las Chimeneas y Pencroff se dirigió hacia el corresponsal. Este estaba muy absorto y no lo vio llegar.

—Vamos a tener una mala noche, señor Spilett —dijo el marino—. Lluvia y viento suficientes para alegrar a los petreles.

El periodista, volviéndose, vio a Pencroff, y sus primeras palabras fueron las siguientes:

—¿A qué distancia de la costa cree usted que la barquilla recibió el golpe de mar que se ha llevado a nuestro compañero?

El marino, que no esperaba esta pregunta, reflexionó un instante y contestó: —A dos cables, al máximo.

—Pero ¿qué es un cable? –preguntó Spilett.

—Cerca de ciento veinticuatro brazas o seiscientos pies.

—Por tanto —dijo el periodista—, Ciro Smith habrá desaparecido a mil doscientos pies de la costa.

—Aproximadamente —contestó Pencroff.

—¿Y su perro también?

—También.

—Lo que me admira —añadió el corresponsal—, admitiendo que nuestro compañero haya perecido, es que Top haya encontrado igualmente la muerte, y que ni el cuerpo del perro ni el de su amo hayan sido arrojados a la costa.

—No es extraño, con una mar tan fuerte —contestó el marino—. Por otra parte, quizá las corrientes los hayan llevado más lejos de la playa.

—¿Cree usted que nuestro compañero ha perecido en las olas? —preguntó una vez más el periodista.

—Es mi parecer.

—Pues el mío —dijo Gedeón Spilett—, salvo el respeto que debo a su experiencia, Pencroff, es que el doble hecho de la desaparición de Ciro y de Top, vivos o muertos, tiene algo inexplicable e inverosímil.

—Quisiera pensar como usted, señor Spilett —contestó Pencroff—. Desgraciadamente, mi convicción es firme.

Esto dijo el marino, volviendo hacia las Chimeneas. Un buen fuego crepitaba en la lumbre. Harbert acababa de echar una brazada de leña seca, y la llama proyectaba grandes claridades en las partes oscuras del corredor.

Pencroff se ocupó en preparar la comida. Le pareció conveniente introducir en el menú algún plato fuerte, ya que todos tenían necesidad de reparar sus fuerzas. Las sartas de curucús fueron conservadas para el día siguiente, pero desplumó los tetraos y, puestas en una varita las gallináceas, se asaron al fuego.

A las siete de la tarde Nab no había vuelto todavía. Aquella ausencia prolongada inquietaba a Pencroff. Creía que le había ocurrido algún accidente en aquella tierra desconocida o que el desgraciado había cometido algún acto de desesperación; pero Harbert deducía de aquella ausencia consecuencias diferentes. Para él, si Nab no volvía, era porque alguna nueva circunstancia le había obligado a prolongar sus pesquisas; y toda novedad en este caso no podía ser más que en dirección de Ciro Smith. ¿Por qué Nab no habría vuelto si una esperanza cualquiera no lo retuviera? Quizá habría encontrado algún indicio, una huella de su paso, un resto de naufragio que le había puesto sobre la pista. Quizá seguía en aquel momento una pista verdadera y tal vez se hallaba al lado de su amo.

Así razonaba el joven y así habló. Sus compañeros le dejaron decir cuanto quiso; sólo el reportero lo aprobó con un gesto; mas, para Pencroff, lo más probable era que Nab había llevado más lejos que el día anterior sus pesquisas por el litoral y no podía estar aún de vuelta.

Entretanto, Harbert, muy agitado por vagos presentimientos, manifestó repetidas veces su intención de ir en busca de Nab; pero Pencroff le hizo comprender que sería inútil, que en aquella oscuridad y aquel tiempo tan malo no podría encontrar las huellas de Nab y que sería mejor esperar su vuelta; si al día siguiente no había aparecido el negro, Pencroff no titubearía en unirse a Harbert para ir a buscarlo.

Gedeón Spilett aprobó la opinión del marino sobre este punto, añadiendo que no debían separarse, y Harbert tuvo que renunciar a su proyecto; pero dos gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas.

El periodista no pudo menos que abrazar al generoso joven.

El mal tiempo se había desencadenado. Una borrasca de sudeste pasaba sobre la costa con violencia. Se oía el reflujo del mar que mugía contra las primeras rocas a lo largo del litoral. La lluvia, pulverizada por el huracán, se levantaba como una niebla líquida, semejante a jirones de vapor que se arrastraban sobre la costa, cuyos guijarros chocaban violentamente, como carretones de piedras que se vacían. La arena, levantada por el viento, se mezclaba con la lluvia y hacía imposible la salida del punto de abrigo; había en el aire tanto polvo mineral como agua. Entre la desembocadura del río y el lienzo de la muralla, giraban con violencia grandes remolinos, y las capas de aire que se escapaban en aquel maelstrom, no encontrando otra salida que el estrecho valle en cuyo fondo corría el río, penetraban en él con irresistible violencia. El humo de la lumbre, rechazado por el estrecho tubo, bajaba frecuentemente llenando corredores y haciéndolos inhabitables.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La isla misteriosa»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La isla misteriosa» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La isla misteriosa»

Обсуждение, отзывы о книге «La isla misteriosa» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x