que yo le refiriese por extenso
mi vida azarosa, que no había podido
oír entera y de continuo. Accedí,
y a veces le arranqué más de una lágrima
hablándole de alguna desventura
que sufrió mi juventud. Contada ya la historia,
me pagó con un mundo de suspiros:
juró que era admirable y portentosa,
y que era muy conmovedora; que ojalá
no la hubiera oído, mas que ojalá
Dios la hubiera hecho un hombre como yo.
Me dio las gracias y me dijo que si algún
amigo mío la quería, le enseñase
a contar mi historia, que con eso podía
enamorarla. A esta sugerencia respondí
que, si ella me quería por mis peligros,
yo a ella la quería por su lástima.
Ésta ha sido mi sola brujería.
Aquí llega la dama; que ella lo atestigüe.
Este fabuloso relato roba el corazón. Heroicamente, en cavernas o en el árido desierto, el Moro soportó el cautiverio y el rescate, antropófagos y monstruos, y sobrevivió con renovado vigor. Dos versos maravillosamente equilibrados resumen el noviazgo de Desdémona y Otelo:
si ella me quería por mis peligros,
yo a ella la quería por su lástima.
Esto suscita el gentil comentario del Dux: «Esa historia también conquistaría a mi hija.» La hermosa afirmación de Desdémona permanecerá tristemente en una tragedia que acaba con su brutal asesinato a manos de Otelo:
Que quiero a Otelo y con él quiero vivir
mi osadía y riesgos de fortuna
al mundo lo proclaman.
Me rendí a la condición de mi señor.
He visto el rostro de Otelo en su alma,
y a sus honores y virtudes marciales
consagré mi ser y mi suerte.
Audaz afirmación, que empieza por admitir la infracción de usos sociales y rinde homenaje a las auténticas cualidades de mente y espíritu de Otelo. Suplica que le permitan acompañarle a Chipre para alcanzar la consumación. En su apoyo, Otelo da a entender un curioso retraimiento respecto a tal realización:
Dad consentimiento. Pongo al cielo
por testigo de que no lo demando
por saciar el paladar de mi apetito,
ni entregarme a pasiones juveniles
a que tengo derecho libremente,
sino por complacerla en sus deseos.
Y no penséis (no lo quiera el cielo)
que voy a descuidar vuestra magna empresa
cuando ella esté conmigo. No: si las niñerías
del alado Cupido ciegan de placer
mis órganos activos y mentales
y el deleite corrompe y empaña mi deber,
¡que mi yelmo se vuelva una cazuela
y todas las vilezas y ruindades
se armen contra mi dignidad!
Podemos preguntarnos cuánta experiencia sexual tiene el Moro. Parece improbable que una carrera militar tan dilatada haya estado exenta de eros , y sin embargo no es seguro. Recién casado, demuestra poco afán por la consumación. Como siempre, Shakespeare es un maestro de la elipsis. Hay que reflexionar sobre lo que ha omitido. Otelo, el Moro de Venecia no es el Otelo de Verdi. Yo mismo sospecho que Desdémona morirá virgen, aunque esto sigue siendo una opinión minoritaria.
Brabancio, que pronto morirá de pena, se permite un amargo pareado:
Con ella, Moro, siempre vigilante:
Si a su padre engañó, puede engañarte.
La respuesta de Otelo es extrañamente profética:
¡Mi vida por su fidelidad! – Honrado Yago,
he de confiarte a mi Desdémona.
Te ruego que tu esposa la acompañe;
luego llévalas en la mejor ocasión.
Vamos, Desdémona, sólo nos queda una hora
para amores, asuntos e instrucciones.
El tiempo manda.
Las instrucciones militares y los asuntos relacionados apenas permiten más de unos minutos de amor en esa apresurada hora. «El tiempo manda» significa afrontar la actual crisis, no abrazar a Desdémona.
El honrado Yago y Rodrigo permanecen en escena tras la marcha de Desdémona y Otelo. «Honrado» [«honest»] ha inspirado mucho comentario, especialmente el de ironía fácil, y recorre la obra a modo de estribillo. Manifiestamente, significa franco, llano, abierto, más que veraz. 3Yago es incisivo cuando responde a la desesperación de Rodrigo:
¡Ah, desdichado! Hace cuatro veces siete años que veo este mundo, y desde que supe distinguir entre daño y beneficio, aún no he conocido a quien sepa amarse a sí mismo. Antes de pensar en ahogarme por el amor de una zorra, preferiría convertirme en mico.
Rechazando la bobería de Rodrigo, Yago nos informa de que él todavía no ha conocido a nadie que sepa amarse a sí mismo. Aquí «amor» bien puede ser odio a los demás. La humanidad de Yago apenas llega a la de un mico.
Rodrigo
¿Y qué puedo hacer? Me avergüenza enamorarme
como un tonto, mas no tengo la virtud de remediarlo.
Yago
¿Virtud? ¡Una higa! Ser de tal o cual manera depende de nosotros. Nuestro cuerpo es un jardín y nuestra voluntad, la jardinera. Ya sea plantando ortigas o sembrando lechugas, plantando hisopo y arrancando tomillo, llenándolo de una especie de hierba o de muchas distintas, dejándolo yermo por desidia o cultivándolo con celo, el poder y autoridad para cambiarlo está en la voluntad. Si en la balanza de la vida la razón no equilibrase nuestra sensualidad, el ardor y la bajeza de nuestros instintos nos llevarían a extremos aberrantes. Mas la razón enfría impulsos violentos, apetitos carnales, pasiones sin freno. Por eso, lo que tú llamas amor, a mí no me parece más que un brote o un vástago.
Dar la higa a la virtud es insultarla. La voluntad como jardinera es lo prevalente. La balanza de la vida exige que la razón se contrapese con la sensualidad, con nuestros ardores naturales. El amor es simplemente un brote del deseo desenfrenado.
Rodrigo
No es posible.
Yago
Simplemente ardor de la sangre y concesión de la voluntad. Vamos, sé hombre. ¿Ahogarte? Ahoga gatos y cachorros ciegos. Te he asegurado mi amistad y me declaro ligado a tus méritos con cuerdas de perenne firmeza. Nunca como ahora podría serte útil. Tú mete dinero en tu bolsa, vente a la guerra, cámbiate esa cara con una barba postiza. Repito: mete dinero en tu bolsa. Verás como Desdémona no sigue queriendo al Moro mucho tiempo –mete dinero en tu bolsa–, ni él a ella. Tuvo un principio violento y tendrá pareja conclusión –mete dinero en tu bolsa–. Estos Moros son muy veleidosos –mete dinero en tu bolsa–. La comida que ahora le sabe más jugosa que la fruta pronto le sabrá más amarga que el acíbar. Ella querrá otro más joven: cuando se haya saciado con su cuerpo, se dará cuenta de su error. Querrá cambiar, seguro. Conque mete dinero en tu bolsa. Y si a la fuerza quieres condenarte, no te ahogues: busca una manera más suave. Junta todo el dinero que puedas. Si mi ingenio y toda la caterva del diablo no pueden más que la santidad de un frágil juramento entre un bárbaro errabundo y una veneciana archiexquisita, tú la gozarás; conque junta dinero. Y nada de ahogarte; está fuera de lugar. Antes ahorcado por lograr tu gusto que ahogado sin gozarla.
El amargo estribillo «mete dinero en tu bolsa» culminará finalmente a voluntad de Yago con la muerte del desdichado Rodrigo. El enamoramiento de Desdémona, según lo ve Yago, empezó violentamente y terminará igual de rápido. El gusto de Otelo por la fruta jugosa será premiado con una manzana amarga. Desdémona, veneciana archiexquisita, se hartará de su bárbaro errabundo y la habilidad de Yago rematará el distanciamiento.
Rodrigo
¿Apoyarás mis deseos si confío en el resultado?
Yago
Cuenta conmigo. Tú junta dinero. Te lo he dicho y te lo diré una y mil veces: odio al Moro. Lo llevo muy dentro, y a ti razones no te faltan. Unámonos en la venganza. Si le pones los cuernos, tú te das el gusto y a mí me das la fiesta. El vientre del tiempo guarda muchos sucesos que pronto verán la luz. ¡En marcha! Anda, búscate dinero. Mañana seguimos hablando. Adiós.
Читать дальше