Elena Gould de White - Consejos sobre la salud

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A partir de la segunda mitad del siglo XX, abundante luz procedente de diversas fuentes ha iluminado el importante tema del cuidado de la salud. Pero, ya mucho antes, el Espíritu de Profecía le había dado una visión diferente: el ámbito espiritual; y fue allí donde del arte de sanar brilló con santo esplendor, luz nítida y vital que hoy está a nuestro alcance. Que los «consejos» contenidos en esta obra sirvan para bendecir, fortalecer y amoldar la vida de quienes tratan de dirigir la atención de la gente hacia nuestro bendito Dios, quien es el único que posee el don de la sanidad, al tiempo que se benefician de sus sabios y eternos principios.

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La abnegación es esencial

La complacencia de los apetitos animales ha degradado y esclavizado a muchos. La abnegación y una restricción de los apetitos animales son necesarias para elevar y esta­blecer condiciones favorables de salud y moral y purificar la sociedad corrupta. Cada violación de los principios en el comer y el beber embota las facultades de percepción, lo cual imposibilita que la persona aprecie o valore las cosas eternas [Fil. 3:19]. La humanidad no debe ignorar las con­secuencias de los excesos; esto es de importancia funda­mental. La temperancia en todas las cosas es indispensable para la salud, y para y el desarrollo y crecimiento de un buen carácter cristiano.

Los que transgreden las leyes de Dios en su organismo físi­co no vacilarán en violar la Ley de Dios dada en el Sinaí. Los que después de haber recibido la luz se nieguen a comer y be­ber por principios, y en su lugar se dejan controlar por el ape­tito, no se preocuparán porque los demás aspectos de su vida sean gobernados por principios. La investigación del tema de la reforma en el comer y el beber desarrollará el carácter e in­variablemente pondrá de manifiesto a los que eligen hacer “un dios de su vientre”.

Responsabilidad de los padres

Los padres necesitan despertar e inquirir en el temor de Dios: ¿Qué es verdad? Sobre ellos reposa una tremenda res­ponsabilidad. Deberían poseer conocimientos prácticos de fi­siología para ser capaces de distinguir entre los hábitos físicos correctos y los perniciosos e instruir a sus hijos acerca de ellos. Las grandes masas humanas son tan ignorantes e indiferentes con respecto a la educación física y moral de sus hijos como lo es la creación animal. Sin embargo se atreven a asumir la responsabilidad de ser padres.

Cada madre debiera familiarizarse con las leyes que go­biernan la vida física. Debiera enseñar a sus hijos que la gratificación de los apetitos animales produce un efecto mórbido sobre el sistema y debilita sus sensibilidades morales. Los padres deben buscar la luz y la verdad como si buscaran un tesoro escondido. A los padres se les ha encomendado la sa­grada responsabilidad de formar el carácter de sus hijos mien­tras son niños. Tienen el deber de ser tanto maestros como médicos de ellos. Deberían comprender tanto las exigencias como las leyes de la naturaleza. Una cuidadosa conformidad a las leyes que Dios ha implantado en nuestro ser nos asegu­rará salud, y en nosotros no se producirá un quebrantamiento de la constitución que nos induzca a llamar al médico para que nos ponga otra vez en buenas condiciones.

Muchos parecen pensar que tienen el derecho a tratar su cuerpo como les plazca, pero olvidan que su cuerpo no les pertenece. El Creador, quien lo formó, tiene derechos sobre él que no pueden ignorarse impunemente [1 Cor. 6:19, 20]. Cada transgresión innecesaria de las leyes que Dios ha establecido para nuestro ser constituye virtualmente una violación de la ley de Dios, y a la vista del Cielo es un pecado tan grande como el quebrantamiento de los Diez Mandamientos. La ignorancia de este tema importante es pecado. La luz brilla sobre nosotros actualmente, y si no la apreciamos ni actuamos inteligente­mente con respecto a estas cosas, estamos sin excusas, porque el entenderlas es nuestro más elevado interés terrenal.

Sabiduría de las obras de Dios

Indúzcase a la gente a estudiar la manifestación del amor y la sabiduría de Dios en las obras de la naturaleza. Indúzcasela a estudiar el maravilloso organismo del cuerpo humano y las leyes que lo rigen. Los que disciernen las evidencias del amor de Dios, que entienden algo de la sabiduría y el buen propósito de sus leyes, así como de los resultados de la obediencia, llega­rán a considerar sus deberes y obligaciones desde un punto de vista muy diferente. En vez de ver en la observancia de las le­yes de la salud una cuestión de sacrificio y renunciamiento, la tendrán por lo que es en realidad: un inapreciable beneficio.

Todo obrero evangélico debe comprender que la enseñanza de los principios que rigen la salud forma parte de la tarea que se le ha señalado. Esta obra es muy necesaria y el mundo la espera.– El ministerio de curación , pág. 105 (1905).

Gobernar el cuerpo8

La vida es un regalo de Dios. Se nos ha dado nuestro cuerpo para que lo empleemos en el servicio a Dios, y él desea que lo cuidemos y apreciemos. Poseemos facultades físicas y mentales. Nuestros impulsos y pasiones tienen su asiento en el cuerpo, y por tanto no debemos hacer nada que contamine esta posesión que se nos ha confiado. Debemos mantener nuestro cuerpo en la mejor condición física posi­ble, y bajo una constante influencia espiritual, para que po­damos utilizar nuestros talentos de la mejor manera. Léase 1 Corintios 6:13.

El uso equivocado del cuerpo acorta ese período de tiempo que Dios ha designado para que lo utilicemos en su servicio. Cuando nos permitimos formar hábitos equivocados por acos­tarnos a altas horas de la noche y satisfacer el apetito a expen­sas de la salud, colocamos los fundamentos de la debilidad. Y cuando descuidamos el ejercicio físico, o recargamos de traba­jo la mente o el cuerpo, desequilibramos el sistema nervioso. Los que acortan su vida de este modo, por no hacer caso de las leyes naturales, son culpables de robarle a Dios. No tenemos derecho a descuidar o hacer un mal uso del cuerpo, la mente o las fuerzas, los cuales deberían utilizarse para ofrecer a Dios un servicio consagrado.

Todos deberían poseer un conocimiento inteligente de la constitución humana, con el fin de mantener su cuerpo en las mejores condiciones para realizar la obra del Señor. Los que forman hábitos que debilitan las energías nerviosas y dismi­nuyen el vigor de la mente o el cuerpo, se hacen a sí mismos ineficientes para el trabajo que Dios les ha pedido que hagan. Por otra parte, una vida pura y saludable es más favorable para el perfeccionamiento del carácter cristiano y para el desarrollo de sus facultades de la mente y el cuerpo.

La ley de la temperancia debe controlar la vida de cada cris­tiano. Dios debe estar en todos nuestros pensamientos; nunca debemos perder de vista su gloria. Necesitamos desembara­zarnos de toda influencia que pudiese cautivar nuestros pen­samientos y alejarnos de Dios. Tenemos ante Dios la sagrada obligación de gobernar nuestro cuerpo y controlar nuestros apetitos y pasiones de tal manera que no nos aparten de la pu­reza y la santidad ni alejen nuestra mente de la obra que Dios requiere que hagamos. Léase Romanos 12:1.

Adoptar una alimentación sencilla

Si hubo alguna vez un tiempo en que la alimentación de­bía ser de la clase más sencilla, es ahora. No debe ponerse carne delante de nuestros hijos. Su influencia tiende a excitar y fortalecer las pasiones inferiores, y tiende a amortiguar las facultades morales. Los cereales y las frutas, preparados sin grasa y en forma tan natural como sea posible, deben ser el alimento destinado a todos aquellos que aseveran estar prepa­rándose para ser trasladados al Cielo. Cuanto menos excitante sea nuestra alimentación. Tanto más fácil será dominar las pa­siones. La complacencia del gusto no debe ser consultada sin tener en cuenta la salud física, intelectual o moral.

La satisfacción de las pasiones más bajas inducirá a muchos a cerrar los ojos a la luz, porque temen ver pecados que no es­tán dispuestos a abandonar. Todos pueden ver si lo desean. Si prefieren las tinieblas a la luz, su criminalidad no disminuirá por ello. ¿Por qué no leen los hombres y las mujeres y se ins­truyen en estas cosas que tan decididamente afectan su fuerza física, intelectual y moral?– Testimonios para la iglesia , t. 2, pág. 316 (1869).

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