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La abnegación es esencial
La complacencia de los apetitos animales ha degradado y esclavizado a muchos. La abnegación y una restricción de los apetitos animales son necesarias para elevar y establecer condiciones favorables de salud y moral y purificar la sociedad corrupta. Cada violación de los principios en el comer y el beber embota las facultades de percepción, lo cual imposibilita que la persona aprecie o valore las cosas eternas [Fil. 3:19]. La humanidad no debe ignorar las consecuencias de los excesos; esto es de importancia fundamental. La temperancia en todas las cosas es indispensable para la salud, y para y el desarrollo y crecimiento de un buen carácter cristiano.
Los que transgreden las leyes de Dios en su organismo físico no vacilarán en violar la Ley de Dios dada en el Sinaí. Los que después de haber recibido la luz se nieguen a comer y beber por principios, y en su lugar se dejan controlar por el apetito, no se preocuparán porque los demás aspectos de su vida sean gobernados por principios. La investigación del tema de la reforma en el comer y el beber desarrollará el carácter e invariablemente pondrá de manifiesto a los que eligen hacer “un dios de su vientre”.
Responsabilidad de los padres
Los padres necesitan despertar e inquirir en el temor de Dios: ¿Qué es verdad? Sobre ellos reposa una tremenda responsabilidad. Deberían poseer conocimientos prácticos de fisiología para ser capaces de distinguir entre los hábitos físicos correctos y los perniciosos e instruir a sus hijos acerca de ellos. Las grandes masas humanas son tan ignorantes e indiferentes con respecto a la educación física y moral de sus hijos como lo es la creación animal. Sin embargo se atreven a asumir la responsabilidad de ser padres.
Cada madre debiera familiarizarse con las leyes que gobiernan la vida física. Debiera enseñar a sus hijos que la gratificación de los apetitos animales produce un efecto mórbido sobre el sistema y debilita sus sensibilidades morales. Los padres deben buscar la luz y la verdad como si buscaran un tesoro escondido. A los padres se les ha encomendado la sagrada responsabilidad de formar el carácter de sus hijos mientras son niños. Tienen el deber de ser tanto maestros como médicos de ellos. Deberían comprender tanto las exigencias como las leyes de la naturaleza. Una cuidadosa conformidad a las leyes que Dios ha implantado en nuestro ser nos asegurará salud, y en nosotros no se producirá un quebrantamiento de la constitución que nos induzca a llamar al médico para que nos ponga otra vez en buenas condiciones.
Muchos parecen pensar que tienen el derecho a tratar su cuerpo como les plazca, pero olvidan que su cuerpo no les pertenece. El Creador, quien lo formó, tiene derechos sobre él que no pueden ignorarse impunemente [1 Cor. 6:19, 20]. Cada transgresión innecesaria de las leyes que Dios ha establecido para nuestro ser constituye virtualmente una violación de la ley de Dios, y a la vista del Cielo es un pecado tan grande como el quebrantamiento de los Diez Mandamientos. La ignorancia de este tema importante es pecado. La luz brilla sobre nosotros actualmente, y si no la apreciamos ni actuamos inteligentemente con respecto a estas cosas, estamos sin excusas, porque el entenderlas es nuestro más elevado interés terrenal.
Sabiduría de las obras de Dios
Indúzcase a la gente a estudiar la manifestación del amor y la sabiduría de Dios en las obras de la naturaleza. Indúzcasela a estudiar el maravilloso organismo del cuerpo humano y las leyes que lo rigen. Los que disciernen las evidencias del amor de Dios, que entienden algo de la sabiduría y el buen propósito de sus leyes, así como de los resultados de la obediencia, llegarán a considerar sus deberes y obligaciones desde un punto de vista muy diferente. En vez de ver en la observancia de las leyes de la salud una cuestión de sacrificio y renunciamiento, la tendrán por lo que es en realidad: un inapreciable beneficio.
Todo obrero evangélico debe comprender que la enseñanza de los principios que rigen la salud forma parte de la tarea que se le ha señalado. Esta obra es muy necesaria y el mundo la espera.– El ministerio de curación , pág. 105 (1905).
La vida es un regalo de Dios. Se nos ha dado nuestro cuerpo para que lo empleemos en el servicio a Dios, y él desea que lo cuidemos y apreciemos. Poseemos facultades físicas y mentales. Nuestros impulsos y pasiones tienen su asiento en el cuerpo, y por tanto no debemos hacer nada que contamine esta posesión que se nos ha confiado. Debemos mantener nuestro cuerpo en la mejor condición física posible, y bajo una constante influencia espiritual, para que podamos utilizar nuestros talentos de la mejor manera. Léase 1 Corintios 6:13.
El uso equivocado del cuerpo acorta ese período de tiempo que Dios ha designado para que lo utilicemos en su servicio. Cuando nos permitimos formar hábitos equivocados por acostarnos a altas horas de la noche y satisfacer el apetito a expensas de la salud, colocamos los fundamentos de la debilidad. Y cuando descuidamos el ejercicio físico, o recargamos de trabajo la mente o el cuerpo, desequilibramos el sistema nervioso. Los que acortan su vida de este modo, por no hacer caso de las leyes naturales, son culpables de robarle a Dios. No tenemos derecho a descuidar o hacer un mal uso del cuerpo, la mente o las fuerzas, los cuales deberían utilizarse para ofrecer a Dios un servicio consagrado.
Todos deberían poseer un conocimiento inteligente de la constitución humana, con el fin de mantener su cuerpo en las mejores condiciones para realizar la obra del Señor. Los que forman hábitos que debilitan las energías nerviosas y disminuyen el vigor de la mente o el cuerpo, se hacen a sí mismos ineficientes para el trabajo que Dios les ha pedido que hagan. Por otra parte, una vida pura y saludable es más favorable para el perfeccionamiento del carácter cristiano y para el desarrollo de sus facultades de la mente y el cuerpo.
La ley de la temperancia debe controlar la vida de cada cristiano. Dios debe estar en todos nuestros pensamientos; nunca debemos perder de vista su gloria. Necesitamos desembarazarnos de toda influencia que pudiese cautivar nuestros pensamientos y alejarnos de Dios. Tenemos ante Dios la sagrada obligación de gobernar nuestro cuerpo y controlar nuestros apetitos y pasiones de tal manera que no nos aparten de la pureza y la santidad ni alejen nuestra mente de la obra que Dios requiere que hagamos. Léase Romanos 12:1.
Adoptar una alimentación sencilla
Si hubo alguna vez un tiempo en que la alimentación debía ser de la clase más sencilla, es ahora. No debe ponerse carne delante de nuestros hijos. Su influencia tiende a excitar y fortalecer las pasiones inferiores, y tiende a amortiguar las facultades morales. Los cereales y las frutas, preparados sin grasa y en forma tan natural como sea posible, deben ser el alimento destinado a todos aquellos que aseveran estar preparándose para ser trasladados al Cielo. Cuanto menos excitante sea nuestra alimentación. Tanto más fácil será dominar las pasiones. La complacencia del gusto no debe ser consultada sin tener en cuenta la salud física, intelectual o moral.
La satisfacción de las pasiones más bajas inducirá a muchos a cerrar los ojos a la luz, porque temen ver pecados que no están dispuestos a abandonar. Todos pueden ver si lo desean. Si prefieren las tinieblas a la luz, su criminalidad no disminuirá por ello. ¿Por qué no leen los hombres y las mujeres y se instruyen en estas cosas que tan decididamente afectan su fuerza física, intelectual y moral?– Testimonios para la iglesia , t. 2, pág. 316 (1869).
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