4) Pero hay una cuarta forma, que es, desde mi punto de vista, la más ponderada y oportuna: esta forma lleva el nombre de astucia evangélica. El discernimiento, al tiempo audaz y prudente, no desdeña lo nuevo, si de ello puede sacar un beneficio, y no teme prescindir de aquello de lo que puede verse perjudicado. Esta doble valentía, la de la asunción y la de la renuncia, ha movido al cristianismo desde sus comienzos. Es la valentía de la comunidad que acogió como palabra revelada aquello que el Salvador dijo: «Si tu mano te hace pecar, córtatela» (Mc 9,43). Y si, en definitiva, hay algo de lo que no se le puede acusar a la Iglesia de los siglos es de ingenuidad. Este es el coraje de grandes santos que desafiaron a su tiempo mostrando conductas impropias y asombrosas conforme a unos criterios poco comunes y que, al mismo tiempo, no tuvieron escrúpulos en valerse con libertad de los medios que tenían a su disposición para llevar a cabo la obra de Jesús en el mundo.
Hoy, como ellos, nos toca a nosotros hacernos cargo de la realidad. Y, repitámoslo de nuevo, no podemos hacernos cargo de ella sin conocerla en profundidad. Por eso, este escrito quiere hacer un tour por el continente más habitado del mundo para esclarecer dos cosas. En primer lugar, de qué manera se ha de preparar el religioso si quiere entrar en un mundo donde el silencio y la contemplación no tienen lugar, pues no son susceptibles de rentabilidad económica. En segundo lugar, dónde, cómo y cuándo la misión del contemplativo pueda tener un lugar en internet, o si debe tenerlo en absoluto. No se trata de canonizar ni condenar: eso corresponde, más bien, a las dos primeras maneras de discernimiento. Nosotros queremos que el sano realismo nos hable de la realidad de manera ponderada y honesta, con la astucia de la serpiente y la sencillez de la paloma.
El escrito, por supuesto, tiene unas buenas dosis de opinión personal y de intuición injustificada. Pero ello se debe, sin duda, a que a mis palabras le antecede un buen trasfondo de experiencia vital, en primera persona, de todo cuanto aquí se enuncia. Además, es muy poca la literatura al respecto que he podido encontrar. De modo que –reconozco con extrañeza– toda la bibliografía que adjunto es secular, nada en relación con la vida contemplativa, nada escrito desde la experiencia de la fe. La novedad de la cuestión conlleva, como veremos, que aún están todas las vías por explorar. Esto implica que, si mi deseo primigenio se realiza –que es aportar materiales de discernimiento para que sobre este tema se reflexione pronto y de manera más profunda–, mi trabajo quedará prontamente desactualizado, dando lugar a estudios mejores y más fundamentados. Por eso este escrito es urgente y provisional, ligero e incisivo. Y si en todos los conventos de este santo país resuenan críticas, discrepancias o incertidumbres con respecto a su contenido, entonces es que este libro habrá cumplido al fin su función.
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Esta obra está constituida por siete capítulos de extensión desigual. El primero de ellos pretende explicar qué es el continente digital y la importante cuestión sobre por qué internet no puede ser considerado un medio de comunicación, sino una forma de existencia virtual que condiciona nuestra vida en todas sus dimensiones. El segundo capítulo analiza algunos datos muy sucintos sobre la situación actual de la sociedad, especialmente de los jóvenes, y la de los claustros. El tercer capítulo, por su parte, pretende analizar los pocos pronunciamientos magisteriales en relación con la cuestión de internet y la vida contemplativa, valorándolos y asumiendo sus principios. El cuarto capítulo ofrece una reflexión crítica más extensa sobre la influencia de internet en la vida contemplativa, con sus posibilidades y, sobre todo, con los peligros potenciales que nos podemos encontrar. El quinto capítulo, solo separado del anterior por su extensión, está dedicado a la cuestión de la pornografía, elegida entre otras posibles cuestiones por amenazar la vida religiosa de manera más notable que las demás. El sexto aporta propuestas y soluciones, especialmente a través de la construcción de monasterios y conventos ecodigitales, en los que se pueda aprovechar el potencial infinito de la red a favor de la vida contemplativa, sin que esto vaya en detrimento de sus principios esenciales en lo que a silencio y pobreza de sus espacios se refiere. El séptimo y último capítulo, más breve, busca a tientas aportar algunos criterios en el caso de una posible pastoral evangelizadora online desde el claustro.
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