El pecoso y los comanches
Mabel E. Cason
Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.
Índice de contenido
Tapa
Prefacio Prefacio Desde siempre, el hombre se ha interesado por lo que le sucede al hombre. Nada ejerce una seducción mayor que lo sucedido a Fulano en una ocasión realmente extraordinaria. El interés con que se sigue la trama argumental, la atención que se le presta a la intervención de cada uno de los personajes, la definición de situaciones y el movimiento propio y necesario de lo que conforma un suceso llamativo abren un campo magnífico para “enseñar deleitando”. Aun cuando el contenido y la forma de El pecoso y los comanches , historia basada en hechos reales, se haya adaptado a la mentalidad de los menores, no dudamos de que grandes y chicos disfrutarán por igual de los apasionantes momentos que, desde su título, promete este relato.
Capítulo 1 Capítulo 1
Capítulo 2 Capítulo 2
Capítulo 3 Capítulo 3
Capítulo 4 Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Encuentra las siete diferencias
Encuentra los diez elementos que no son de la epoca
Sopa de letras
El pecoso y los comanches
Mabel E. Cason
Título del original en inglés: Spotted Boy and the Comanches, Pacific Press Publishing Association, Nampa, Idaho, EE.UU., 1963.
Dirección: Stella M. Romero
Traducción: Benjamín Gómez
Diseño de tapa: Romina Genski
Diseño del interior: Giannina Osorio
Ilustración del interior y de tapa: Walter Laruccia
Libro de edición argentina
IMPRESO EN LA ARGENTINA - Printed in Argentina
Primera edición, e - Book
MMXXI
Es propiedad. Copyright de la edición en inglés © 1963 Pacific Press® Publishing Association, Nampa, Idaho, USA. Esta edición en castellano se publica con permiso de los dueños del copyright. Todos los derechos reservados.
© 2014, 2021 Asociación Casa Editora Sudamericana.
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.
ISBN 978-987-798-333-3
Cason, Mabel E.,El pecoso y los comanches / Cason, Mabel E. / Ilustrado por Walter Laruccia. - 1ª ed . - Florida : Asociación Casa Editora Sudamericana, 2021.Libro digital, EPUBArchivo Digital: onlineTraducción de: Benjamín Gómez.ISBN 978-987-798-333-31. Narrativa Infantil y Juvenil Estadounidense. 2. Relatos. I. Laruccia, Walter, ilus. II. Benjamín Gómez, , trad. III. Título.CDD 813.9283 |
Publicado el 06 de enero de 2021 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).
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Desde siempre, el hombre se ha interesado por lo que le sucede al hombre. Nada ejerce una seducción mayor que lo sucedido a Fulano en una ocasión realmente extraordinaria. El interés con que se sigue la trama argumental, la atención que se le presta a la intervención de cada uno de los personajes, la definición de situaciones y el movimiento propio y necesario de lo que conforma un suceso llamativo abren un campo magnífico para “enseñar deleitando”.
Aun cuando el contenido y la forma de El pecoso y los comanches , historia basada en hechos reales, se haya adaptado a la mentalidad de los menores, no dudamos de que grandes y chicos disfrutarán por igual de los apasionantes momentos que, desde su título, promete este relato.
El viejo Thad Conway se acomodó en la mecedora de la galería para evocar mejor los sucesos y las gentes de tiempos idos. Parecía que su memoria recordaba con más claridad lo que había ocurrido en su niñez que lo sucedido ayer.
Rememoró el día en que su padre le trajo la potranquita. Toda la familia se había reunido en torno al carro en que el jefe de la casa y Travis, de 16 años, acababan de llegar. Habían ido a Waco a efectuar la compra de provisiones para el año. Trajeron harina blanca y harina de maíz, porotos, fruta seca y manteca. También esa vez volvieron con un rifle nuevo y gran cantidad de municiones, y piezas de tela estampada para su madre y para confeccionar camisas de verano para él, Travis y su padre, como también otros géneros más fuertes para pantalones de montar y camisas de trabajo.
Sobre el carro, venía además una cocina nueva de hierro, para que su madre la cambiara por el fogón que había usado desde que con su padre se establecieron en la región central de Texas y comenzaron con la hacienda. Thad nunca olvidó cómo su madre, con los ojos brillándole de lágrimas de alegría, pasaba sus dedos sobre la pulida negrura de la cocina. Él también se había sentido feliz.
Waco distaba 190 km, y el viaje de su padre y Travis había durado tres semanas. Lo primero que vieron los ojos de Thad cuando el carro entró en el patio fue lo que venía atado a la zaga.
–¡Pero, papi! –exclamó–. ¿Dónde conseguiste ese animal tan miserable?
Era el espécimen equino más lastimoso que había visto alguna vez. Thad sentía un gran afecto por los caballos, pero, aparte de eso, un caballo era de suma importancia para un muchacho, hombre o mujer en la frontera occidental de Texas en 1863.
–¡Mira, si apenas puede tenerse en pie!
Cuando le acarició la nariz barrosa, la potranquita meneó su cabeza suavemente y luego dirigió hacia él sus ojos tiernos. Ese gesto le ganó el corazón a Thad, en cuyos ojos asomaron lágrimas de compasión. Pero solo asomaron, porque un muchacho como él no podía llorar. Tenía doce años.
En el anca izquierda, el animal mostraba una cicatriz blanquecina que parecía una tijera abierta. Thad creyó que se trataba de la marca, pero cuando la examinó de cerca vio que era el rastro de una vieja herida. Sin embargo, a él le serviría de marca para reconocer a su potranquita. Ya podía hablar de “su” potranquita, porque su padre le había dicho: “Es tuya, hijo”.
–Parece muerta de hambre –comentó Thad.
–La tenían los indios –explicó Travis–. La conseguimos de algunos rangers (guardianes de recorrida) que andaban de este lado de Waco. Poco antes habían tenido una escaramuza con los comanches. Cuando los indios se retiraban, los rangers los siguieron un trecho y encontraron a esta potranquita. Los comanches la habían abandonado porque estaba rendida, luego de haberla exigido como lo hacen los indios.
–Me imagino que la habrían robado a pobladores blancos –agregó Thad.
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