Los humanos no tienen ni idea todavía de lo que son los grados de la vida, se han parado en los grados más bajos, y van tirando… Pero cuando se instruyan y se dejen aconsejar de otra manera, y en vez de malgastar su vida empiecen a amplificarla, a santificarla, estarán maravillados al descubrir que esta vida es la verdadera magia, que actúa ya en todas direcciones provocando fenómenos extraordinarios, y sobre todo, ¡porque empiezan a ser amados! Dais la vida, una vida pura, intensa, luminosa, y os aman. Mientras que si dais suciedades, es decir si sale de vosotros algo que desmagnetiza, que destruye, que disgrega, lo que introducís en los demás es la muerte, y la gente empieza a detestaros, os cierran las puertas. Evidentemente, eso también es magia, pero magia negra. Y, justamente, eso es lo que aprende la gente: cómo cerrarse las puertas de arriba. Sí, si sólo producís desorden y cacofonía, el Cielo ya no os da nada, no hace circular hasta vosotros energías para vivificaros, para inspiraros. Cada vez más os abandona y os sentís privados, limitados, vacíos. Y después son los humanos, ellos también, los que empiezan a cerraros las puertas. ¿Por qué los hombres son tan ignorantes? Y sin embargo, ¡han pasado años en la Universidad! Sí, pero en la Universidad no se explican estas cosas.
Los humanos todavía no han empezado a estudiar la verdadera ciencia; porque la verdadera ciencia no es la química, la física, la biología, la astronomía, las matemáticas… La verdadera ciencia es la ciencia de la vida: cómo vivir, y justamente es la única que no se aborda jamás; no hay lugar en la Universidad para esta ciencia. Pero yo, mientras esté vivo, no cesaré de repetir: “No habéis aceptado esta luz transmitida desde hace milenios por los Iniciados, todavía seguís una filosofía perniciosa y estáis saqueándolo todo, estáis destruyendo las raíces, la fuente de vuestra existencia. ¡No sabéis lo que es la verdadera vida!”
¿Por qué coméis tres veces al día… o incluso cuatro? Coméis, bebéis, y después trabajáis, leéis, etc. Pero ¿por qué coméis primero? Y al comer, ¿acaso os instruís, acaso trabajáis? No, introducís la vida en vosotros y, cuando ésta empieza a infiltrarse, se va por todas partes a rociar las células de los brazos, de las piernas, de los oídos, de la boca, del cerebro, etc., que así reciben energías. Entonces las piernas pueden correr y obtenéis el primer premio de la carrera… Los brazos pueden golpear, y sois boxeadores, u otra cosa, ¡y obtenéis otro premio más!… Después habláis, y vuestra lengua ¡es como una metralleta!, y de nuevo obtenéis una victoria… Y así sucesivamente con los oídos, con el cerebro, con todo. Pero si no coméis, no podéis ni correr, ni dar golpes, ni hablar. Así que ¿veis?, cuando la habéis introducido en vosotros, la vida se encarga de visitar todas las células, de reforzarlas, de estimularlas, y todas vuestras facultades se despiertan. En la base está pues la vida, y ella es la que anima, la que alimenta todo el resto.
De la misma manera la vida puede poneros en contacto con el mundo divino. Esta conclusión la he sacado, justamente, de lo que sucede cotidianamente. Yo no invento nada, sois vosotros los que no sabéis observar. Vuestros ojos pueden ver y vuestros oídos oír porque habéis comido. No comáis durante varios días y ya no veréis ni oiréis tan bien. Esto prueba que cuando falta la vida, todo lo demás falta… Y cuando la vida es intensa, luminosa, pura, abre en vosotros otros oídos, otros ojos, y empezáis a oír y a ver en el plano invisible, veis leyes, verdades, correspondencias… Los Iniciados no han leído nada en los libros, pero pueden ver y oír en el mundo invisible unas realidades sutiles que los más grandes sabios todavía no han descubierto. Las perciben porque tienen esta vida superior que anima sus órganos interiores, y sus ojos ven, sus oídos oyen… Es la vida la que se encarga de hacerles revelaciones. Se trata solamente de tener esta vida.
Cuando Jesús decía: “He venido para que tengan vida y para que la tengan en abundancia”, ¿de qué vida hablaba? Hablaba de otra vida, de un grado de vida tan sutil, tan espiritual, tan luminoso, tan divino, que permita ver, oír, sentir, saborear, tocar lo que no podemos alcanzar con una vida puramente física, animal. Así es cómo Jesús comprendía la vida, y rezaba para que el Cielo diera a sus discípulos esta vida espiritual que es la única que permite comprender y respirar en las regiones celestiales.
Tenéis una semilla y un día se convierte en un árbol con raíces, un tronco, ramas, hojas, flores y frutos. ¿Cómo ha logrado la semilla producir todo eso? Es la vida la que se ha encargado de ello. La vida tiene todas las posibilidades, sólo que hay que darle la dirección, hay que orientarla como se orienta el agua. Si no orientáis el agua para que pase por donde están las verduras y los frutos, no podrá regarlos y perecerán. Pero el jardinero, que lo sabe, cava primero unos regueros, y después hace pasar el agua que fluye por el camino trazado para alimentar todas las plantas. ¿Por qué los hombres no han reflexionado sobre esto? Comprenderían que primero debemos trabajar con la vida, es decir encontrar el agua, y después canalizarla para que se dirija hacia arriba, como se hace en los edificios de cincuenta, cien o ciento cincuenta pisos.
El ser humano es también un rascacielos, y no tiene sólo ciento cincuenta pisos, no, son miles de pisos los que hay en cada criatura, y hay que alimentar también a los habitantes que están en el último piso de este rascacielos, en el cerebro. Pero en vez de enviar el agua hacia arriba para alimentar a las células espirituales, los humanos la dirigen solamente hacia abajo, donde están los instintos, las pasiones, los deseos más inferiores, y no les queda nada para alimentar a las células de arriba. Entonces, los habitantes duermen, están embotados, anémicos, y no pueden producir nada. Sí, en el cerebro viven unas entidades que hacen investigaciones, observaciones, que hablan, que envían mensajes, pero están cloroformadas – ¡falta de agua! – y no pueden hacer sus trabajos ni llevar a cabo sus funciones. ¡No sabéis cuántos aparatos hay instalados en vosotros! ¡Ni los habitantes!… Podría describiros su carácter, sus trabajos, sus vestiduras, y hasta sus colores, sus gustos, el alimento que comen… pero lo dejaremos para otra ocasión.
Es pues la vida lo que les falta porque no pensamos en dirigirla, en orientarla hacia las regiones sublimes. La vida, es lo que fructifica, lo que embellece, lo que se desarrolla. Cuando plantáis una semilla, algún tiempo después la vida se manifiesta. Su lenguaje está ahí: la eclosión, la aparición de pequeñas raíces, de pequeñas hojas… La vida es eso: un florecimiento, un embellecimiento, un enriquecimiento, ¡una invasión! Si empezáis a ocuparos de la vida, si la plantáis, si la regáis, si la orientáis hacia arriba, florecerá, y al florecer, despertará unas células, unas facultades cuya existencia ni siquiera sospechabais. La nutrición pues lo explica todo. Al comer, introducís la vida, y esta vida se encarga de infiltrarse por todas partes y de aportaros unos gozos y unos estados de conciencia de una riqueza y de un esplendor increíbles. Ni siquiera los poetas y los músicos son capaces de expresar todas las formas, los colores, las expresiones y las melodías en las que la vida puede manifestarse.
¿Y por qué nadie, ahora, ni siquiera los sabios, sabe lo que es la vida? Conocen muchas cosas, pueden pronunciarse sobre muchas combinaciones químicas, pero cuando se trata de la vida, no conocen nada y se contentan con decir: “Es el mayor misterio…” ¿Y por qué es un gran misterio? Porque nunca han comprendido que hay que ir a buscar mucho más arriba para descubrir lo que es. Es arriba donde podemos conocer la vida, no abajo; abajo, es el instinto vital, la vida animal, vegetativa, mineral… Pero cuando suban hacia las regiones sublimes de donde viene la vida, cuando tengan unas percepciones mucho más espirituales, mucho más sutiles, los humanos descubrirán lo que es verdaderamente la vida.
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