BELÉN GOPEGUI, marzo de 2021
1 Para escribir este prólogo hablé con el autor austriaco Erich Hackl quien, además de haber escrito obras extraordinarias por su particular forma de tratar la relación entre la realidad y la historia, conoce bien la RDA y su literatura. Sus indicaciones de lectura y su conocimiento acompañan a este texto.
2 Poch, R. La quinta Alemania . Editorial Icaria (p. 31).
3 Irmtraud Gutschke Marzahn, meine Liebe. https://www.pressreader.com/germany/neues-deutschland/20190821/281487868000295
4 «En la República Democrática Alemana la pintura es más alemana». El arte en la Alemania socialista después de la unificación. 488-17-85262-1-10-20190613.pdf
5 Bitterfelder Weg. https://www.lernhelfer.de/schuelerlexikon/deutsch-abitur/artikel/bitterfelder-weg
6 Kirsten Heckmann-Janz «Greif zur Feder, Kumpel!». https://www.deutschlandfunkkultur.de/greif-zur-feder-kumpel.984.de.html?dram:article_id=153464
7 Zubiaur, Ibon, editor. Al otro lado del muro . Ed. Errata naturae (p. 98).
8 Ibid . p. 103.
9 Plan de fomento a la lectura de la Comunidad de Madrid 2006. https://www.google.es/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=&cad=rja&uact=8&ved=2ahUKEwi4-cu2nsbvAhUKx4UKHaY3BucQFjAAegQIAxAD&url=https%3A%2F%2Fwww.madrid.org%2Fbvirtual%2FBVCM010798.pdf&usg=AOvVaw2oBDwIjmn9gBeCQeKh48ii
10 ¿Son efectivas las campañas de fomento a la lectura? https://www.lavanguardia.com/economia/management/20170707/423948580644/efectivas-campanas-fomento-lectura.html
11 Campaña «Leer te da vidas extra». https://leer.es/observatorio/novedades/detalle/-/asset_publisher/sJo2Se2HYmpW/content/campana-%E2%80%9Cleer-te-da-vidas-extra%E2%80%9D
12 Bitterfelder Weg. https://www.lernhelfer.de/schuelerlexikon/deutsch-abitur/artikel/bitterfelder-weg
13 Citado en: Anja Burkhardt. Tesis doctoral: La vida detrás del telón de acero. Autorepresentación cultural en la novela negra de la República Democrática Alemana. Universitat de Barcelona (p. 74).
14 Zubiaur, Ibon, editor. Al otro lado del muro . Ed. Errata naturae (p. 11).
15 Kirsten Heckmann-Janz «Greif zur Feder, Kumpel!». https://www.deutschlandfunkkultur.de/greif-zur-feder-kumpel.984.de.html?dram:article_id=153464
16 Wie wäre es zur Miete in der Platte von Marzahn?, Michael Pilz. https://www.welt.de/kultur/literarischewelt/article198397939/Wohnungsnot-und-Mietendeckel-Eine-Hymne-auf-die-Berliner-Platte.html
17 Reimann, Brigitte. Los hermanos . Traducción y prólogo de Ibon Zubiaur. Editorial Bartleby (p. 172).
18 Andrew O’Hagan. Padres Nuestros . Traducción de Luis María Broz. Editorial Debate.
19 pp. 124-125.
La mediana edad, esos años en los que ya no eres joven ni mayor, una edad difusa. Has perdido de vista la orilla de la que una vez partiste y aún no percibes con suficiente claridad la orilla a la que te vas acercando. En esos años pataleas en medio del inmenso lago, te falta el aire, medio agotada por la monotonía de los movimientos al nadar. Perpleja, te quedas parada, y giras en torno a ti misma, das un viraje, y luego otro, y luego otro. Irrumpe el miedo a hundirse a mitad de trayecto, sin explicaciones ni porqué.
Yo tenía cuarenta y cuatro años cuando alcancé la mitad del inmenso lago. Mi vida se había vuelto insulsa: la hija había levantado el vuelo, el marido había enfermado, y yo empezaba a dudar más de la cuenta de mi escritura, a la que hasta entonces había dedicado mi tiempo. Arrastraba conmigo algo amargo, completando así esa invisibilidad que afecta a tantas mujeres cuando sobrepasan los cuarenta. No deseaba ser vista. Tampoco yo quería ver, saturada de cabezas, de rostros, de consejos bienintencionados. Me zambullí.
El 2 de marzo de 2015, unos días después de cumplir los cuarenta y cinco, metí mi ropa, unos zapatos, unas toallas y una sábana bajera en una bolsa grande y desde Friedrichshain me dirigí a Charlottenburg. Cuando salí de la estación, temí encontrarme con mi agente literario, que tenía su oficina por allí cerca y que últimamente no había aceptado ninguna de mis propuestas: mis novelas habían sido rechazadas por veinte editoriales. De modo que di un par de rodeos, me escondí tras las esquinas; había llegado demasiado pronto. Cuando alcancé el portal número 6, me encontré allí con un grupo de mujeres que también llevaban bolsas grandes y maletas pequeñas con ruedas, mujeres como yo, que habían dejado atrás la juventud, la esbeltez. Pregunté tímidamente si era allí el lugar. Asintieron con la cabeza. Nos sonreímos levemente. Sí, atreverse a hacer algo nuevo, quién sabe si es lo correcto. Me fumé un cigarrillo con una apesadumbrada enfermera de Spandau. Entonces llegó la hora de entrar en el lugar. En el ascensor solo cabían dos personas. Subimos todas las escaleras a pie, planta por planta. El grupo jadeaba bajo el peso de las maletas, sin hablar, hasta que llegamos al ático. Allí nos esperaba en la puerta una mujer seca y espigada, vestida de blanco.
«Gitta», dijo sin sonreír, a todas nos ofreció su escuálida mano. «Cambiaos de ropa y extended las sábanas bajeras sobre las sillas, también sobre los reposabrazos».
Nos amontonamos junto a la esquina del cambiador, sacamos nuestras cosas, intentado no ocupar demasiado espacio, avergonzadas de nuestros cuerpos envejecidos por los años, nos quitamos los pantalones oscuros y los sustituimos por otros blancos. Extendimos las sábanas sobre las sillas y formamos torpemente una fila. No queríamos cometer errores. Éramos aprendices. Nos habíamos matriculado en el curso inicial de pedicura en una escuela de salud y de cosmética que pomposamente llamaban «la academia». Gitta era nuestra profesora.
Cometimos muchos errores. Nos olvidamos de analizar el pie, de extender la toalla sobre el regazo, de colocar la almohadilla bajo la corva. Confundimos el dedo en garra con el dedo en martillo, los alicates de corte de cutículas con las pinzas, la solución desinfectante con el alcohol. Descuidamos las prescripciones higiénicas. Desperdiciábamos el suavizador de cutículas, utilizábamos incorrectamente el bisturí, no acertábamos a colocar la hoja en el cepillo. Éramos demasiado temerosas, demasiado toscas, demasiado minuciosas, demasiado descuidadas, demasiado rápidas, demasiado lentas. Nos lastimábamos las unas a las otras. A veces una sangraba y necesitaba ser curada. Nos perdonábamos todo. Cuando a veces no sabíamos responder a una pregunta de Gitta, titubeábamos como ineptas, como torpes, como idiotas. Su tono agudo nos provocaba contracturas en la nuca.
Durante los descansos bajábamos las escaleras, nos apostábamos frente al portal número 6, nos comíamos el bocadillo y fumábamos.
Entre las alumnas se encontraba una mujer rusa con el pelo rubio que llevaba un jersey de punto entreverado de vetas doradas, su ropa de trabajo era la más vistosa de las allí presentes, una túnica ceñida, cruzada transversalmente por un adorno de botones. Sus pestañas, pintadas de negro, se arqueaban hacia arriba, y las lentes de contacto conferían a sus ojos azules un brillo especial. Estaba allí para escapar de la panda de bribones inmaduros que en casa abusaban de ella, aunque quizá también porque sus propios pies necesitaban tratamiento. Se había pasado sus tres embarazos sin bajarse de sus altos tacones.
Este pequeño torbellino provenía de Georgia, pero desde hacía un tiempo vivía en una pequeña ciudad a los pies de los montes Metálicos. Por la mañana tardaba tres horas en tren hasta llegar a Berlín y, al atardecer, otras tres horas de vuelta. Cualquier cosa era preferible antes que quedarse sentada en casa, decía, y ahora que su hijo había cumplido ya los quince años, se separaría de su marido, un oriundo de allí. En cierta ocasión le comenté que hablaba muy bien el alemán, me dijo que en el pasado había trabajado como traductora. En otra ocasión nos enseñó su lengua, a la que le faltaba un trozo: «Tuve cáncer de lengua».
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