Katja Oskamp - Marzahn, mon amour

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A sus cuarenta y muchos años, Katja es una escritora en crisis y una madre sin nido que atender. Como mujer, por cortesía de la sociedad, empieza a volverse invisible, momento ideal para hacer cosas terribles o maravillosas. Y así, en 2015, Katja cambia la pluma por la bata blanca y empieza a trabajar como pedicura en un salón de estética del barrio berlinés de Marzahn, una de las zonas residenciales prefabricadas más grandes de la antigua RDA. Allí viven el señor Paulke —toda una vida arrastrando frigoríficos y pianos—, la dulce señora Guse, que ya tiene escogida la música para sus funerales o Fritz, los pies más bonitos de toda la consulta.Un libro bello e importante, como los cerezos en flor de la pradera frente al salón en primavera; como la incombustible señora Blumeier rodando risueña entre ellos con su elegante modelo eléctrico; o como una resplandeciente manicura de fantasía.

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Hablemos entonces de la manera Bitterfeld: En 1955, las trabajadoras y trabajadores de la planta de lignito de Nachterstedt se dirigieron en una carta abierta a los escritores de la RDA: «Nos gustaría tener más libros sobre la tremenda construcción que se está llevando a cabo en todas las zonas de la República Democrática Alemana, sobre el trabajo y la vida de los trabajadores. Escribir y plasmar… el entusiasmo, nuestra pasión y el gran sentido de la responsabilidad que inspira a los trabajadores en la lucha por lo nuevo». 12 La carta formaba parte de una preocupación compartida en la RDA que se concretó, en 1959, en la convocatoria de una conferencia organizada por la editorial central alemana Mitteldeutscher Verlag y por el Partido Socialista Unificado de Alemania (SED). Más de ciento cincuenta escritoras y escritores y más del doble de trabajadoras y trabajadores se reunieron en la planta química de Bitterfeld para tratar de superar, o evitar, la separación entre la clase obrera y los artistas (escritores y artistas plásticos). Se decía: «Los trabajadores ya no deben ser meros receptores de lo culturalmente valioso, sino también productores de su propia literatura» 13 y, al mismo tiempo, se quería involucrar al artista en el difícil camino de la construcción socialista. Ambos propósitos se concretaron, en el caso de la literatura, en medidas tales como la creación de los Zirkel Schreibender Arbeiter, talleres donde escritores profesionales ayudarían a los trabajadores, cursos de formación y concursos literarios para fomentar la creación literaria de los trabajadores, y se pidió a los autores que se sumergieran en la vida de los trabajadores y pasaran un tiempo trabajando en las fábricas y minas de carbón para experimentar la realidad socialista y poder reflejarla más fielmente en sus obras, proporcionándoles alojamiento cerca de los lugares de trabajo a los que se desplazaban.

Si bien no fueron pocos los escritores que prestaron su servicio proletario y lo plasmaron en sus obras, 14 no siempre les resultó un camino adecuado. ¿Por qué había de serlo? ¿Acaso el conocimiento no procede de la relación entre la acción y la teoría: no se trata de hacer algo y ver los resultados y entonces corregirlo o probar vías mixtas o vías nuevas? Por otro lado, aunque a algunos de los escritores les pareciera que no aprendían, acaso en realidad sí aprendieron, pues no siempre las ideas se trasladan a los textos de manera directa y automática. Y, tal vez, como hoy vive en Alemania parte de la experiencia de los años de la RDA, tal vez entonces el capitalismo del país antiguo vivía en lo que estaba naciendo: el idealismo alemán, el romanticismo, toda una tradición empeñada en devolver al artista los privilegios del Antiguo Régimen no se esfuma en un soplo. No es fácil saber lo que pasó. Sin embargo, quienes deseen leer no solo sobre el mundo que hoy parece natural e inevitable, sino sobre un tiempo en que se quiso y se intentó vivir de otra manera, tienen a su disposición algunas obras traducidas y otras que se podrían traducir. Para tranquilidad de muchos, en 1971 la manera Bitterfeld se dejó oficialmente atrás. Dos décadas después, en la primavera de 1992, tras el cierre de la mayoría de las plantas de la antigua fábrica de productos químicos de Bitterfeld, tuvo lugar la tercera Conferencia de Bitterfeld en el Palacio de la Cultura, ahora propiedad de la empresa Chemie, S. A. Varios centenares de escritores y artistas de oriente y occidente, de los antiguos y los nuevos estados federales, acudieron a la convocatoria. La pregunta que entonces se convocó fue Kunst. Was soll das?, un juego con doble sentido de la expresión: ¿qué es el arte?, o bien, ¿tiene el arte algún sentido?, y tal vez sea, como da a entender Kirsten Heckmann-Janz en un artículo, 15 significativo.

Katja Oskamp no había nacido cuando tuvieron lugar las dos primeras conferencias en Bitterfeld. Pero las he abordado aquí no solo porque ella las mencione, también porque estimo que las ideas que recoge la literatura no caen del cielo, tienen raíces y establecen relaciones. En este caso, y aunque lo que más se ha subrayado del libro de Oskamp, no sin motivo, son las conmovedoras historias que ella recoge al modo, casi, de un personaje colectivo, me interesa destacar a quien considero protagonista de su novela además de ser su narradora. Esa mujer que a los cuarenta y cinco años, ante la reciente dificultad para ganarse la vida mediante la escritura, decide hacer el curso que la habilitará para ejercer la pedicura. La narradora comienza a ejercer su trabajo y logra invertir el sentido del mundo o, más exactamente, recobrar un tipo de relación que había sido expropiado si es que alguna vez tuvo la libertad de existir. Devuelve al vínculo entre la persona que trabaja y lo que el capitalismo denomina su cliente una materialidad no despojada de propósito deliberado, no mediada solo por el pago aun cuando el pago siga existiendo. Las relaciones de trabajo se producen entre personas, a través de las personas, a través de las manos de la narradora y los pies de los clientes. El pago sucede pero no borra la relación, no deja a trabajadoras y clientas desposeídas de un vínculo real, no las condena al mero vínculo comercial. Esta situación está lejos de ser idealista. Llama la atención que un crítico haya calificado la novela de «romanticismo social realista». 16 En realidad, no llama la atención, es la vieja táctica de aplicar al adversario los propios problemas, pues si hay hoy en día algún romanticismo social(ide)alista vigente es el que atraviesa la gran mayoría de la novela europea, un realismo bañado de artificio por todas partes, protagonizado por una clase media con trabajos privilegiados o rentista, o bien por un idealismo de los extremos, la extrema riqueza o la extrema marginalidad, y en ambos casos un romanticismo de la maldad que se corresponde tan poco con lo material como el supuesto romanticismo de un supuesto bien que no encontraría resistencias. Michael Pilz, el crítico del periódico conservador Die Welt que habla de romanticismo, titula su pieza algo así como: «¿Qué tal alquilar en los prefabricados de Marzahn?», y no deja de ser curiosa la posibilidad de elegir que lleva implícita la pregunta, al margen de cierto desprecio irónico hacia ese barrio cantado por Oskamp. El lugar donde se va a alquilar una vivienda no es una elección para una gran parte de la población, y aunque las grandes torres prefabricadas de Marzahn pudieran haber resultado demasiado uniformizadoras para algunos, y aunque no tuvieran jardines individuales ni todo el espacio deseado, partían de la búsqueda de «suficiente pan (vale decir, suficiente vivienda) para todos los seres humanos aquí abajo» 17 por más que el enfoque urbanístico fuera perfectible, sobre todo debido a los graves problemas de mantenimiento que surgen en las crisis económicas tal como se ha experimentado con mayor intensidad en otras barriadas obreras que también conocieron el sueño de las «calles en el cielo», con altas torres que sacarían a las familias obreras de la oscuridad de las casas bajas, así en Escocia, como bien contaba Andrew O’Hagan en su libro Padres nuestros . 18

Romantizar se utiliza en la acepción de idealizar, de apartar los detalles oscuros y embellecer los claros, pero es algo que Oskamp no hace. Su libro consigue no ser lóbrego aun cuando habla de un sector social que pocas veces aparece en el libro, no solo la clase trabajadora —en este caso la que trabajó en las VEB (empresas de propiedad popular de la RDA)— sino esa clase cuando es anciana, cuando la cercan las enfermedades y las dificultades de movilidad y las pensiones escasas. La razón de que lo consiga es, de un lado, el uso no ostentoso del humor, la extraordinaria capacidad de Oskamp para esquivar el patetismo victimista y percibir relaciones y sentidos no esperados en los hechos cotidianos. Y es también el acto de escucha que la narradora realiza en la conversación y a través de las manos, negándose a aceptar el prejuicio social según el cual hay trabajos más nobles que otros, apostando y ganando la apuesta al demostrar que tocar y cuidar los pies de las y los ancianos, brindarles eso que es tan escaso a su edad, no solo el contacto de la palabra, también el tacto, ha de tener exactamente la misma consideración social que ser juez, dirigir una empresa o participar en la construcción de un puente. Digo exactamente la misma porque querer atribuirle más contribuiría a cierto paternalismo invertido que la autora desdeña. En un capítulo memorable titulado «Salida de empresa», Oskamp relata la visita de un día a unas termas junto con su jefa Tiffy y su compañera, Flocke. Allí conocemos la historia de la dueña del estudio de belleza y de su otra empleada junto con la narradora, quien entona un himno conmovedor pero no exento de humor y crítica, un himno para el barrio de Marzahn y los clientes del salón de belleza, esa gente que «llegó allí hace cuarenta años y ahora prosiguen valerosamente sus vidas empujando un andador […] y cuando llegan al estudio […] se sienten felices porque no son tratados como si fueran los perfectos idiotas de la nación». 19 Entretanto, en las termas de Saarow, las luces se multiplican en los reflejos del agua, y refulgen y centellean como la voz de la narradora de esta novela cuando alumbra vidas que no iban a ser contadas.

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