Hijo mío, hay un lugar en el universo donde solo mora la dulzura. Hay un lugar en tu corazón donde Dios se goza eternamente en las delicias del amor hermoso. Ese lugar es tu ser. Es lo que eres. Lo conoces muy bien pues es tu hogar. Es el lugar donde fuiste creado y del que nunca te has ausentado.
Ese lugar no reside en el mundo sino más allá de las estrellas y el sol. Es un lugar tan alto en el firmamento que los ruidos del ajetreado mundo no pueden llegar. Es un lugar tan sublime que no hay palabra con que describirlo. Es la morada de Cristo. En ella eres el que eres en verdad. En ella habitas en la casa del Padre. En ella es donde reposa tu corazón, y donde tu mente crea eternas creaciones de amor perfecto.
Ven a morar conmigo en las moradas del cielo de tu mente santa. Ese lugar y lo que eres siempre están unidos. Esta es la razón por la que allí donde desees estar puedes llevar el cielo contigo. Esta es la razón por la que es perfectamente posible inundar de ternura al mundo del desamor. Esta es la razón también por la que puedes crear un nuevo cielo y una nueva tierra.
Allí donde esté tu tesoro estará tu corazón. Esta verdad es motivo de alegría y libertad. Tu corazón, el centro de tu ser, es lo que eres. Eres un corazón santo, tal como yo soy la unión del sagrado corazón de Jesús y el inmaculado corazón de María. Somos un corazón. Si lo que eres y donde mora tu ser van de la mano, entonces ese lugar sagrado del que hemos estado hablando, que es la fuente del amor hermoso, la morada de la dulzura de Dios, tiene que estar donde tú estés. En otras palabras, no existe diferencia entre el ser que mora en la morada del cielo y el cielo en el que el ser mora. Tu ser es el cielo.
El cielo eres tú. Si esto no fuera verdad, proponerse la meta de traer el cielo a la tierra sería una quimera. Pero como esta verdad es la verdad acerca de lo que eres, entonces hacer de todo un cielo es una meta tan alcanzable como la de respirar. Allí donde moras, está Cristo y donde él habita residen los tesoros del cielo en su totalidad. No se puede ser un poquito cielo y un poquito infierno.
Cuando hablamos de que el mundo terrenal era un híbrido en el que parecía estar el cielo y el infierno juntos, lo que estábamos diciendo es que puedes o bien unirte al cielo de tu mente santa o al miedo. En un caso te unes al cielo anhelado y en el otro al infierno tan temido. En palabras simples, en un caso te unes a lo que eres en verdad, y por lo tanto vives en la autenticidad del corazón, y en el otro te niegas a ti mismo.
Extender la dulzura del amor es propio de los iluminados, también de los sabios y de los que han hecho la opción por el amor con mayor o menor grado de consciencia. Esto se debe a que todos esos estados, el de iluminación, sabiduría y amor son diferentes facetas de un mismo estado. El estado de la consciencia amorosa.
La falta de ternura es muestra inequívoca de que te has desconectado de tu ser. Solo los que actúan desde las heridas pueden herir. Recuerda que todo es, en última instancia, energía espiritual. La materia no es otra cosa que una manifestación moldeada por el campo de energía espiritual que le da forma. El campo energético, tal como lo llaman los científicos, no es otra cosa que el espíritu. Ese espíritu es el que les da vida a todas las cosas. El cuerpo también es manifestación de eso que unos llaman el campo de energía y otros el alma. Todo es energía.
No existe realmente una distinción entre materia y espíritu. Ambos son una unidad. El campo que da existencia a la materia y la materia que este forma son una unidad inseparable. Todo vive en la unidad. Nada existe en la separación porque es un estado imposible. Dicho esto, las heridas crean heridas puesto que son un campo energético, y como tal moldean lo que pueden moldear, que en su caso es dolor. Es una regla simple, aunque poderosa. Todo campo de energía se manifiesta de una forma u otra. Esto puedes observarlo fácilmente en el medio físico que te rodea. ¿De dónde surgen los objetos que ves en tu habitación, en las aguas del río o en los bosques que te rodean? Del campo de energía que les da existencia.
Las palabras que salen de tu boca, o que escribes con tus dedos, el lápiz que usas para dibujar palabras, el pincel con el que pintas o el piano en el que entonas dulces melodías, todo surge desde un campo de energía que en última instancia es espiritual. Nada nace en lo material sino que la materia surge desde lo inmaterial. Lo in-manifestado se manifiesta en la forma.
Las asperezas en el uso de la palabra, los gestos o las acciones y omisiones son la expresión visible de la energía de una falta de perdón. Surgen de las heridas no sanadas. Es decir, de lo no perdonado. Es por ello que el perdón es tan importante. El ego entra al alma por las hendijas de las heridas. Por eso es que las causa. A estas alturas seguro que ya te has dado cuenta de que el ego tenía una sola meta y era causar daño, mortificar, herir. En otras palabras, infligir dolor o, si prefieres, crear sufrimiento. Herir es la facultad única del ego. Con esta capacidad ilusoria, las heridas nunca son reales aunque parezcan serlo. El ego se asegura ingresar a tu mente y de allí dominar tu voluntad y tu ser.
Las heridas, que son siempre un estado procedente de las ilusiones, causan una energía dentro de tu alma y esta crea un campo, o dicho con más precisión, son un campo de energía. ¿Qué otra cosa puede crear eso sino heridas a uno mismo y a los demás?
Un corazón lleno de heridas no sanadas, uno en el que no existe el perdón, no puede expresar la dulzura del amor a pesar de que Cristo habite en él eternamente. Esto se debe a que un corazón resquebrajado es uno que llora en silencio, sumergido en los abismos de su inmensidad.
Sanar las heridas se convierte ahora en el fundamento sobre el cual la ternura del cielo se manifestará a través de lo que eres. Para ello, no solamente debes tener en cuenta tus propias heridas y llevarlas ante la luz del perdón y del amor donde el Cristo viviente que vive en ti las transforman en mayor consciencia del amor que eres. Debes también sanar las heridas de tus hermanas y hermanos. Dicho llanamente debes ser un sanador. Solo los sanadores pueden ser tiernos. Y solo los tiernos viven en el amor.
En esta sesión estamos hablando de tu capacidad de sanación. Esto es algo que debe aclararse. Muchas veces se asocia la sanación con poderes extraordinarios o con milagros que más que amor, expresan el deseo de ser especial. Recuerda que estáis llamados a orar por los milagros y vivir en la mentalidad milagrosa de tal modo que seas literalmente un obrador de milagros. Esa es tu función. No debe quedar dudas al respecto. Sin embargo, es importante que comprendas el propósito de esta función.
Obrar milagros para ganar prosélitos o seguidores, o para reforzar un aparente respeto humano u obtener admiración es algo tan fuera de lugar en el cielo que la sola idea de algo así es digna de compasión amorosa. Nada de eso forma parte del sistema de pensamiento de la verdad.
Los milagros que obré tenían un alto contenido simbólico. Ninguno fue al azar. Fueron siempre expresiones de amor sanador. Sané heridas y cuerpos. Incluí a los que habían sido dejados al costado del camino por medio de la discriminación. Uní lo que estaba separado. Hice recobrar el movimiento a lo que estaba tullido. Enseñé sanación. Lo mismo debes hacer tú y, en efecto, ya lo estás haciendo. Con estas palabras lo único que estamos haciendo es traer lo que ya sabes a la memoria y reforzar tu nuevo sistema de pensamiento veraz en la consciencia.
Sanar corazones es tu meta para sanar plenamente el tuyo, o dicho con mayor exactitud, para hacerte consciente de que tu corazón ya ha sido sanado. Ciertamente tus heridas fueron sanadas. Yo mismo las ungí con el ungüento de mi amor.
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