El mundo no tiene el poder de hacer que dejes de ser el que eres en verdad. Esto lo he demostrado en unión con mi divino hijo, Jesús, y muchos otros lo han demostrado y siguen demostrando de muchas maneras. Esto necesita ser aclarado. Decir que el mundo ha sido vencido significa decir que se ha demostrado y aceptado que no tiene ningún poder sobre ti. En otras palabras, el mundo no tiene el poder de hacerte vivir sumergido en una nube de amnesia.
Olvidarte de la santidad que eres y de la belleza de Dios que vive en ti no es la voluntad de Dios, pero es una elección posible. No en la realidad sino en la ilusión. Esto quiere decir que en todo momento, dimensión y lugar puedes vivir en la realidad del amor o decidir crear fantasías o ilusiones o incluso otros estados foráneos a Dios. Esta creación de ilusiones, o pseudo-creaciones, no afectan a la realidad, tal como tus fantasías no hacen que el sol deje de iluminar o que las aves del cielo dejen de volar alegremente.
Vayamos más lejos aún. Si fuera posible que la mente de Dios comenzara a negar su ser y fabricara fantasías de sí mismo, no cambiaría en nada a la realidad creada. Esto se debe a que lo que Dios crea es inmutable y nada ni nadie puede cambiarla. El amor no cambia. Solo el amor es real. Dicho llanamente, hijo de la verdad: el Dios eterno solo crea amor eterno, lo hace en razón de lo que es y no se puede des-crear.
Observa, hijo, como en un asunto que pareciera ser de sentimientos, pues estamos hablando de la alegría, hemos tomado un enfoque bastante racional en vez de emocional. Esto es deliberado. Si bien los sentimientos deben ser aceptados tal como son, al igual que toda actividad interior, sea mental, imaginaria o de la memoria y la voluntad, lo cierto es que el amor no es un sentimiento. El amor es lo que eres.
Estamos tomando un enfoque muy cuidadosamente delineado en esta obra. Es un planteamiento de equilibrio entre lo racional y lo afectivo. Recuerda que eres una unidad mente-corazón-alma. Eres espíritu. Emanado de la divinidad del amor perfecto. Por lo tanto, no podemos correr el riesgo de confundir amor con sentimientos, de la misma manera que no debemos correr el riesgo de confundir verdad con intelectualidad.
Lo que estamos haciendo en esta obra es manifestar la unidad mente-corazón, de modo tal que se exprese la plenitud de lo que eres. Recuerda una vez más, hijito de la luz, que un amor sin razón es una locura, del mismo modo en que tu inteligencia sin amor te hace cruel.
La alegría y la verdad van de la mano, tal como lo hacen el amor y la razón. La felicidad no es nada de lo que el mundo ha tratado de enseñarte que es. Felicidad no es otra cosa que otra palabra para expresar al amor. La felicidad es el estado de ser del alma en estado de pureza. Es algo que no se puede definir en palabras porque es el fruto del amor. Dicho de modo sencillo, ser feliz es el estado de ser.
Tú, que nunca has alcanzado la alegría duradera, alégrate. Alégrate de no haber alcanzado esa felicidad esquiva que el mundo tan insistentemente te proponía alcanzar, a pesar de que nunca ha sido hallada por nadie, ni retenida jamás.
Hijo mío, desarticulemos juntos todas las definiciones que hemos inventado para definir aquello que está más allá de toda palabra. El amor no se puede definir, sus frutos tampoco. Esta es la razón por la que tampoco se puede definir lo que eres. Es demasiado grande para que lo encasillemos. Lo mismo ocurre con la dicha del cielo que mora en ti.
La alegría es el estado natural del alma pura, tal como lo es la sabiduría, la verdad y el amor. Como tal, es inherente al ser. Por lo tanto, ir en busca de la felicidad, o intentar crear condiciones para que susciten alegría es una idea tan desencajada de la realidad divina que no tiene sentido siquiera analizarla en profundidad. El ser que eres en verdad no tiene ni idea de esas cosas. El ser, Cristo, es alegría sin fin porque es inocencia perfecta. Los inocentes son felices en razón de la naturaleza de lo que la inocencia es.
Hijo mío, no busques la felicidad. Sé feliz.
IV. La alegría de compartir
Quizá te preguntes cómo alcanzar y sostener ese estado natural del ser en el que solo experimentas alegría duradera. Es lógico que se formule esa pregunta, después de tanto tiempo yendo y viniendo en busca de la felicidad sin hallarla. La clave es la misma de la que hablamos cuando mencionamos al amor que eres. Expresándola. Es decir, dándola. Dado que dar y recibir es uno y lo mismo, entonces dando alegría, expresando la felicidad de ser quien eres en verdad, es como tomas consciencia de la alegría del ser, tal como ocurre con el amor.
Recuerda que la percepción es selectiva, por lo tanto, mientras sigas en el ámbito de la percepción, debes elegir. Hacer la elección de transmitir alegría en vez de dolor es una simple elección interior que debe hacerse.
Quizá pueda parecer un poco difícil al principio, especialmente para quienes han estado tanto tiempo sumergidos en la nube del olvido de Adán. Pero eso es solo al principio. Ser feliz es tan fácil y natural para el ser como lo es el respirar para el cuerpo, incluso mucho más fácil aún. Permitir que la alegría se expanda desde ti hacia todo lo que te rodea será algo natural, dado que te has unido a tu ser y eres el Cristo viviente en la pura expresión del amor.
Cuenta historias felices. Trae a tu memoria la alegría que has experimentado. El amor dado y recibido. Alberga sentimientos bondadosos. Extiende la dicha del cielo que mora en ti. De esta manera permitirás que tu consciencia comience a recibir la realidad del amor y sus frutos en un grado cada vez mayor. Te darás cuenta de que puedes cambiar un corazón roto por uno alegre. Contemplarás como tu hermana o hermano llega a ti con lágrimas en los ojos y sale del encuentro santo contigo con el rostro sereno, la frente lisa y una sonrisa afable en su boca.
Haz que todo el que viene a tu encuentro salga de él más feliz y mejor. Tienes el poder de hacer eso. En efecto, ya lo has hecho muchas veces. Lo que ahora te pide tu madre celestial y toda la creación es que hagas de esto un hábito tan natural, que sea tu única manera de vivir en el mundo. Te pido esto porque te aseguro que esa es la única manera de vivir en el cielo. Así es como juntos traemos el cielo a la tierra. Lo traemos con júbilo y paz. Traemos la dicha de ser al mundo.
Existen muchas maneras de ser, aunque solo una es la manera de Dios.
Ve por los caminos del mundo mostrando a tus hermanos la belleza de lo que son. Cuéntaselos una y otra vez. No pierdas ni una sola oportunidad de hacer eso. Puedes hacer esto de innumerables maneras, todas ellas son necesarias. Sé tú mismo a cada instante de tu vida. No busques otra guía que no sea la de tu corazón. Yo, el dulce corazón inmaculado de tu María, en unidad con tu Jesús seremos siempre tus compañeros amorosos y alegres. No estarás solo en esta meta de traer a la tierra la alegría del cielo. Toda ella reside en tu corazón.
¡Qué dicha es tener certeza! Ahora recordamos nuevamente cuál es nuestra meta eterna. Ser quienes hacen que nuestros hermanos y hermanas en Cristo se despierten y permanezcan despiertos en la alegría que Dios es. Vamos por el mundo, o por donde sea que decretemos ir en unión con Dios, contando historias felices. Historias verdaderas. Historias basadas en la belleza de las almas. Mostramos la nobleza del espíritu, la misericordia de un Dios de puro amor. Sonreímos a cada instante con el alma llena de amor y permitimos que la sonrisa de Cristo se dibuje en nuestros rostros.
¡Qué alegría es haber encontrado la verdad que tanto buscábamos! Ahora sabemos lo que somos. Somos alegría. Somos luz. Somos santidad perfecta. Somos uno con Dios. Ahora vamos por la vida con el corazón contento y lleno de alegría. Caminamos seguros por los caminos que el amor nos traza. Vamos rodeados de ángeles de Dios y del cielo en su totalidad.
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