Cuentos surrealistas
Cuentos surrealistas
Sabrina Ivana Avigliano
Servicop
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Portadilla Cuentos surrealistas Sabrina Ivana Avigliano Servicop
Legales Avigliano, Sabrina IvanaCuentos surrealistas / Sabrina Ivana Avigliano. - 1a ed. - La Plata : Arte editorial Servicop, 2021.Libro digital, EPUBArchivo Digital: onlineISBN 978-987-803-116-31. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título.CDD A863 Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión en forma idéntica sin la autorización expresa de la autora. ©2021. Sabrina Ivana Avigliano Primera edición en formato digital: junio de 2021 Versión: 1.0 Digitalización: Proyecto 451 Hecho el depósito que marca la ley 11.723.
Adiestramiento Adiestramiento Sara fue educada, como todas las mujeres, para pensar poco y enfocarse en su deber de casarse y tener hijos. Pero, mientras más crecía Sara, más le repugnaba la idea. Sin embargo, el día llegó. Se casó y al poco tiempo llegaron los gemelos. Una noche, mientras bañaba a sus bebés, no los sacó de la bañera y ambos murieron. Sara fue encarcelada por asesinato agravado por el vínculo. “¿Castigo justo?” preguntó el psicólogo, “¿o en realidad no queremos ver que las mujeres son adiestradas desde que nacen para cumplir con su deber, pero no todas quieren hacerlo?”. A las descarriadas, se las condena por desobediencia.
Al costado de la ruta Al costado de la ruta Durante años saboreé la amargura del odio y el rencor, pero eso me ayudó a superar aquella noche. Desde aquel día, planeo mi venganza contra aquellos que tanto mal me hicieron. Era una noche oscura y presagiosa. No debí haber ido a la fiesta; mi madre me lo advirtió, pero no hice caso. Bebí bastante. Pero no estaba borracha. Conocí a alguien que me invitó a ir a un lugar más privado y acepté. No sabía lo que iba a ocurrir, dada la ingenuidad de la adolescencia. Cuando llegamos cerca del río, solo sentí un fuerte golpe en la cabeza. Luego me metieron en un maletero para más tarde arrastrarme a un descampado. Aunque estaba semi inconsciente, jamás podré olvidar los rostros de mis atacantes: eran cuatro, y todos tomaron turno para violarme y luego golpearme hasta casi morir. Después de un tiempo, creyeron que estaba muerta y me tiraron al costado de la ruta antes de irse. Un patrullero de la policía me encontró desnuda, sangrando y muerta de frío. Me llevaron al hospital, me atendieron y estuve unas semanas internada. Mi madre me lo advirtió; ahora las dos lloramos. La policía nunca encontró a los culpables y sospecho que nunca los buscaron. En mi pueblo, si un rico ataca a un pobre, se sale con la suya. El dinero otorga poder y lava las culpas. El tiempo pasó, terminé el secundario. Me mudé a la ciudad y estudie en la Universidad. Cuando me recibí de abogada, traté por todos los medios legales de llevar a mis atacantes a juicio, pero lamentablemente el caso había prescrito. No planeaba darme por vencida. Fue entonces cuando conocí a Eduardo, un líder de la mafia narcotraficante. Inmediatamente, empecé a trabajar para él como abogada. Luego de ganarme su confianza, le confié mi secreto y le pedí su ayuda para realizar mi venganza. No sería fácil, dijo Eduardo, pero tampoco imposible. Mis atacantes eran, en la actualidad, gente de negocios. Otros políticos corruptos. Presas fáciles. Eduardo organizó todo y yo fui el brazo ejecutor. Aquella noche, durante la fiesta que dimos, ninguno sospechaba nada. Mientras hacían negocios y bebían, yo observaba. Las bebidas tenían somníferos y se quedaron dormidos muy pronto. Los cargamos en dos autos y los llevamos a una fábrica. Ahí me di el gusto de torturarlos en persona por horas. Cuando me cansé, uno a uno los desintegramos en barriles con ácido. Hoy, vivo en Dinamarca y sigo trabajando para Eduardo. En mi país, siguen buscando a dos políticos y dos empresarios, desaparecidos sin dejar rastros.
Ataque sorpresa Ataque sorpresa Era muy tarde cuando salí de la fiesta a la que había ido. Estaba un poco alcoholizada y también había consumido algo de drogas. Me sentía un poco desorientada. Empecé a caminar para buscar un taxi, cuando de repente sentí unos pasos detrás de mí. Me asusté y seguí caminando un poco más rápido, pero de repente sentí que estaban más cerca. Volteé mi cabeza y no vi a nadie. De repente, sentí que me jalaban hacia atrás. Traté de soltarme, pero no pude. Inmediatamente, sentí un fuerte golpe en mi cabeza. Caí desmayada al piso. Cuando desperté, estaba en la habitación de un hospital rodeada de policías. Me sentía algo débil. La policía me explicó que había sufrido un ataque violento y que iba a estar varios días en recuperación, pero que no era grave. Pregunté por mi atacante, a lo que la policía empezó a titubear. Finalmente, respondieron se trataba de un gorila que había escapado del zoológico hacía unos días y no lo denunciaron, por lo tanto el primate había cometido varios ataques antes del mío. La policía me dijo que el gorila ya estaba de vuelta en el zoológico, que además había sido multado por no realizar la denuncia y haber puesto en peligro a la sociedad. Diez días después, volví a mi casa.
El Despertar El Despertar Desperté con un terrible dolor de cabeza. Me dolía todo el cuerpo, estaba atontada y desorientada. Miré a mi alrededor, y todo era tan oscuro que parecía de noche. No recordaba nada; me era incierto como había llegado hasta ahí. Mi ropa era blanca y limpia, aunque me llamaba la atención no recordar el vestido que llevaba puesto. Llegué hasta la carretera y empecé hacer señas a los vehículos, pero ninguno paraba. Era como si no me vieran. Al darme la vuelta, vi un cartel que decía “Cementerio” y me pregunté: ¿Qué hacía yo allí a esas horas de la noche y sola? Seguí caminando en la oscuridad, hasta que me topé con una lápida. Al principio, no pude leer lo que decía; luego la vista se me hizo más clara y vi inscripto mi nombre y una dedicatoria: “Con amor, tus padres que no te olvidan”. En ese momento, caí desmayada y empecé a recordar. En efecto, estaba muerta. Había fallecido hacía unos meses atrás en un accidente de auto, pero de vez en cuando, mi espíritu recorre la tierra como si siguiera viva.
El sueño del ángel El sueño del ángel El niño sentía terror del brujo que lo había encerrado en una jaula. Debido a su corta edad, no podía entender lo que pasaba y solo rezaba al hada del cuento que su madre le leía. Le pedía encarecidamente que lo ayudara a escapar, pero el hada nada respondía. Las horas, los días y los meses transcurrían de manera oscura. El niño era mal alimentado, cada vez tenía menos fuerza, ya ni siquiera lloraba. Pero seguía rezando al hada, que era su única esperanza de ser libre. Hasta que un día, sus plegarias fueron escuchadas y el hada se presentó frente a él. Era bellísima, etérea. En su cara había bondad y todo a su alrededor se iluminaba. El hada, sin mediar palabra, extendió la mano al niño y lo invitó a que la siguiera. El niño no lo dudó y siguió confiado al hada, con una sonrisa en su rostro. Al día siguiente, la policía irrumpió en el domicilio del Señor Mac Pearson. Era buscado por asesinar a su hermana y raptar a su sobrino, que fue hallado sin vida y desnutrido dentro de una jaula.
Un frío viento de invierno Un frío viento de invierno Cuando Juan salió de su trabajo, era de noche. Estaba cansado de llevar adelante ese ambicioso proyecto de ingeniería que le traería una cuantiosa suma de dinero. Algo que en otro momento le hubiera hecho muy feliz, hoy ya no tenía mucho sentido. Comenzó a llover de repente, pero Juan no quiso volver a su casa. Ahí estaban los recuerdos que tanto mal le hacían y que, por más que lo intentara, no podía borrar. Tampoco volvió al otro día, ni al siguiente. No apareció más por su casa. Los vecinos notaron que algo pasaba porque, con el correr de los días, los servicios y las cartas se acumulaban en la puerta del domicilio. Un día, llegó la policía preguntando por Juan, pero nadie supo de su paradero. Al cabo de un tiempo, un compañero del trabajo se topó con Juan. Lo reconoció de casualidad, pero ya no era el mismo. Vivía en la calle, totalmente abandonado, y se le había dado por el alcohol, que era lo único que le hacía olvidar. Su compañero quiso ayudarle, pero Juan se negó. Ese año el invierno fue más frío que de costumbre. Juan se acurrucó en la entrada de un edificio y se durmió. Cuando se despertó, se encontraba junto a su esposa e hijo. En ese instante, supo que había muerto. Un frío viento de invierno se había llevado su alma en pena. Ahora estaba junto a su familia, que había fallecido un año atrás en un accidente automovilístico. ¡Al fin, volvió a ser feliz!
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