H. P. Blavatsky - El holograma esotérico

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Dentro de este libro podemos encontrar una serie de artículos de Madame Blavatsky, quien, con mucha dedicación, quiere hacer entendernos el origen del Mundo y del hombre. Tomando elementos importantes de la ciencia, lleva a un plano espiritual la evolución de todo el cosmos; lo visible y lo invisible, lo que creemos y no creemos. La filosofía de la Teología nos desprende del conocimiento básico que tenemos sobre la religión, sus dioses, sus aliados y jerarquías celestiales; para enseñarnos un bien común, una misma raíz de la cual todo el Universo proviene, y ese Único Ser que nos envuelve. Sé uno más de los estudiantes de la doctrina que H. P. Blavatsky imparte, y aprende un conocimiento que nos ayudará a trascender más allá de este cuerpo y tiempo.

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¿Entonces, por qué el llamado buddhista esotérico no debería recurrir a tal división? Quizá sea “extraviante”, esto ya se ha admitido; pero no se le puede seguramente tildar de “anticientífica.” Incluso me tomo la libertad de decir que este adjetivo es una expresión precipitada, pues, el mismo Subba Row ha demostrado que la división septenaria es muy “científica” y también matemática, como lo prueba la anterior demostración algebraica. Yo digo que la división se debe a la naturaleza misma, indicando su necesidad en el kosmos y en el hombre; dado que el número siete es “un poder y una fuerza espiritual” en su combinación de tres y cuatro, del triángulo y del cuaternario. No cabe duda que sea más conveniente adherirse a la clasificación cuádruple en sentido metafísico y de síntesis; así como en Isis sin Velo me atuve a la clasificación trina de cuerpo, alma y espíritu, porque, si en aquel entonces hubiese adoptado la división septenaria, como me vi obligada a hacer sucesivamente, para propósitos de análisis riguroso, nadie la habría entendido y la multiplicación de los principios, en lugar de esclarecer el asunto, hubiera introducido una confusión sin fin. Pero ahora, el asunto ha cambiado y la posición es diferente. Desdichadamente, por haber sido prematuro, hemos abierto una hendidura en el muro chino del esoterismo y no podemos cerrarla de nuevo, aunque quisiéramos. Yo misma tuve que pagar un precio muy caro por la indiscreción, pero no voy a huir de los resultados.

Por lo tanto sostengo que: una vez que pasamos del plano del puro razonamiento subjetivo, sobre temas esotéricos, al de la demostración práctica en Ocultismo, donde cada principio y atributo hay que analizarlo y definirlo en su aplicación a los fenómenos de la vida diaria y especialmente de la existencia después de la muerte, la clasificación septenaria es la correcta por ser simplemente una división conveniente que no impide, para nada, reconocer los tres grupos que Subba Row llama: “cuatro principios asociados con cuatro upadhis que, a su vez, están asociados con cuatro distintos estados de conciencia”. Parece que ésta es la clasificación del “Bhagavad–Gita”, pero no la del Vedanta, ni de los Raja–Yogis de las escuelas pre Aryasanga y del sistema Mahayana , que era y sigue siendo vigente más allá de los Himalayas y su sistema es casi idéntico al del Taraka Raj–Yoga ; la diferencia entre esta última clasificación y la del Vedanta ha sido señalada por Subba Row en su breve artículo: “La división septenaria en los diferentes sistemas indos.” Los Taraka Raja–Yogis sólo reconocen tres upadhis en que Atma puede funcionar, los cuales, si no me equivoco, en la India son: Jagrata , el estado de conciencia de vigilia (que corresponde a Sthulopadhi ); Swapna o el estado de sueño (en Sukshmopadhi ) y Sushupti o estado causal producido por y a través de Karanopadhi o lo que nosotros llamamos Buddhi . Pero luego, en los estados transcendentales de Samadhi , el cuerpo, con su linga Sarira , el vehículo del principio vital, no se considera para nada, pues, los tres estados de conciencia se hacen corresponder sólo a los tres principios (con Atma , el cuarto), que quedan después de la muerte. Y aquí está la clave real de la división septenaria del ser humano, agregándole los tres principios sólo durante su vida.

Como es en el macrocosmo, así es en el microcosmo, las analogías quedan vigentes en toda la naturaleza. Por lo tanto, al Universo, a nuestro sistema solar, a nuestra Tierra, hasta llegar al ser humano, se les debe considerar como poseyendo, todos, una constitución septenaria: cuatro principios supraterrestres y suprahumanos, por decirlo así; tres objetivos y astrales. Al considerar sólo el caso especial del ser humano, existen dos puntos de vista desde los cuales se puede considerar el asunto. Ciertamente, el hombre encarnado consta de siete principios, si es que así llamamos los siete estados de su constitución material, astral y espiritual, todos se encuentran en planos diferentes. Pero si clasificamos los principios según el asiento de los cuatro grados de conciencia, estos upadhis pueden ser reducidos en cuatro grupos. Entonces, como su conciencia nunca se centró en el segundo o tercer principio, cuya composición consta de estados de materia (o mejor, de “sustancia”) en planos diferentes, cada uno correspondiendo a uno de los planos y principios en el kosmos, es necesario formar eslabones entre el primero, el cuarto y el quinto principio y también las correspondencias entre ciertos fenómenos vitales y psíquicos. Estos últimos pueden ser convenientemente clasificados con el cuerpo físico bajo un título y dejados a un lado durante el trance (S amadhi ) y también después de la muerte, conservando, así, sólo los cuatro exotéricos tradicionales y metafísicos. Por lo tanto, toda acusación de enseñanza contradictoria, basada en este simple hecho, resultaría ser, obviamente, inválida. Como dijimos: la clasificación de los principios, de forma septenaria o cuaternaria, depende totalmente del punto de vista del cual se consideran. Cuál clasificación adoptamos es puramente un asunto de elección. Sin embargo, rigurosamente hablando, tanto la física oculta como la profana, favorecen la septenaria por estas razones.

En el buddhismo y en el brahmanismo exotérico o esotérico existen seis Fuerzas de la naturaleza; y la séptima es la Fuerza universal o la Fuerza absoluta, la síntesis de todas. Nuevamente, la naturaleza, en su actividad constructiva, da la nota clave a esta clasificación en más de una manera. En el tercer aforismo de Sankhya karika se afirma: “Prakriti es la raíz y la sustancia de todas las cosas”, Prakriti o la naturaleza, no es una producción, sino que la productora de siete cosas “que, producidas por ella, se convierten, a su vez, en productoras”. Por eso, en la naturaleza, todos los líquidos, cuando se separan de la masa Madre, comienzan por convertirse en esferoides (una gota) y, al formarse el glóbulo, éste cae, mas el impulso que se le imparte lo transforma, cuando toca la tierra y, casi invariablemente, en un triángulo equilátero (o el tres) y luego en un hexágono, después de que, de las esquinas de este último empiezan a formarse cuadrados o cubos como figuras llanas. Miremos el trabajo natural de la naturaleza, por así decir, su producción artificial o ayudada, el análisis de la ciencia en su laboratorio oculto. Observen los anillos coloreados de una burbuja de jabón y los producidos por la luz polarizada. Los anillos obtenidos, ya sea en la burbuja de jabón de Newton o en el cristal, mediante el polarizador, manifestarán, invariablemente, seis o siete anillos: “una mancha negra rodeada por seis anillos o un círculo con un cubo llano en su interior, circunscrito por seis anillos distintos”, siendo el círculo mismo, el séptimo. El aparato polarizador “Noremberg” saca a la objetividad casi todos nuestros símbolos geométricos ocultos, no obstante que esto no haga a los físicos más sabios.

El número siete está en la mera raíz de la Cosmogonía y de la Antropogonía ocultas; sin el cual no sería posible tener un símbolo que expresara la evolución desde su comienzo hasta sus puntos finales. Pues, el círculo produce el punto; éste se expande en un triángulo que, después de dos ángulos, regresa sobre sí mismo para formar el místico Tetraktis , el cubo llano. Este tres, al pasar en el mundo manifestado de los efectos, la naturaleza diferenciada, se convierte, geométrica y numéricamente, en 3 + 4 = 7. Los mejores cabalistas lo han demostrado por eras, desde Pitágoras, como también los matemáticos y los simbologistas modernos, uno de los cuales ha logrado arrancar, para siempre, una de las siete claves ocultas produciendo un volumen lleno de números que ha comprobado su victoria. Si cada uno de nuestros teósofos interesados en el asunto, leyera la maravillosa obra: El misterio hebreo egipcio, la fuente de las medidas , los matemáticos expertos se quedarán atónitos ante las revelaciones ahí contenidas. Pues muestra, en realidad, la fuente oculta de la medida mediante la cual se construyeron el kosmos y el ser humano y, mediante este último, la gran pirámide de Egipto, también todas las torres, los montículos, los obeliscos, los templos/cuevas de la India y las pirámides peruanas y mexicanas, todos los monumentos arcaicos, los símbolos en piedra de la Caldea, de ambas Américas e incluso de las Islas de Pascua, el testigo viviente y solitario de un continente prehistórico sumergido en medio del Océano Pacífico. Este libro muestra que, en todo el mundo existían los mismos números y medidas para la idéntica simbología esotérica; las palabras del autor sacan a relucir que la cábala es una “serie completa de desarrollos basados en el empleo de elementos geométricos que se expresan en valores numéricos fundados en valores integrales del círculo” (una de las siete claves que, hasta la fecha, sólo los Iniciados conocían), descubierta por Peter Metius en el siglo XVI y redescubierta por el difunto John A. Parker. Además, el libro muestra que el sistema del cual se derivaron todos estos desenvolvimientos, “antiguamente se consideraba fundado en la naturaleza (o Dios), siendo, prácticamente, la base o la ley de los esfuerzos del designio creador”; y que también es el fundamento de las estructuras bíblicas, porque se encuentra en las medidas dadas para el templo de Salomón, el arca de la Alianza, el arca de Noé, etc.; en síntesis, en todos los mitos simbólicos de la Biblia.

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