Durará este encierro

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Frente al desconcierto y el miedo por la irrupción de la pandemia, frente a la, casi inmediata, cuarentena impuesta por el gobierno, las tres editoras de este libro convocaron a escritoras peruanas para que expresaran sus emociones a través de las palabras.
Cincuenta y tres escritoras aceptaron el reto, y durante el inicio de la crisis trabajaron los textos que componen esta miscelánea de desconcierto, optimismo, desesperanza, solidaridad, desorden, vigilancia, miedo y mucho más.
Durará este encierro es un registro de los primeros días de la pandemia, la memoria de estas mujeres, desde distintas ciudades del Perú y del mundo, voces que, en medio de una tragedia, con diversos relatos, poemas, crónicas o cuentos construyen a retazos una radiografía de un momento significativo en la historia.

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No sé si soportaré las noticias, los comentarios, las redes; estar lejos de mis padres, de mis amigos, de mi familia. No sé si podré cocinar… No sé si tenga que salir a comprar víveres. No sé si el virus me encuentre en la calle. Solo sé que ahora tengo miedo e incertidumbre. Solo puedo pensar que cuando haya pasado todo esto (¿cuándo será?), el recuerdo de los estados que voy poniendo día a día en mi Facebook quedará para la anécdota. Ojalá así sea.

Sábado 21 de marzo

En el epicentro pandémico

Claudia Salazar Jiménez

Nueva York

New York pandémica, noche de sábado previa al confinamiento obligatorio. Las grandes avenidas están vacías. Por la Sexta, en Chelsea, el paisaje se vuelve surreal. Pasa un grupo de seis ciclistas, muy jóvenes, afroamericanos alegres y vigorosos, como si cortaran el silencio de la ciudad. En una esquina donde funcionaba un bar, veo que un vagabundo ha llenado la fachada con restos de flores y tallos secos de los negocios cercanos. ¿Qué pretende hacer? Parece un altar. Ha puesto una foto en la puerta del local, rodeada de más flores. Hay un patrullero frente al bar. Bajan dos policías y hablan con el insólito decorador. Antes de escuchar lo que dicen, noto un movimiento al otro lado de la calle. Es una figura delgada, con un terno que le queda grande y le da un aire de cuadro de El Greco. Alargadamente, este hombre camina cojeando del lado derecho, con un ritmo casi de zombi. Pienso en «Thriller» de Michael Jackson… Los policías le dicen al decorador que no puede seguir poniendo tanta basura frente al bar (está cerrado y no creo que a nadie le importe). El delirante decorador no los escucha y persiste en su dedicada tarea. Aún me faltan un par de calles.

Muchos negocios han cerrado, pero las farmacias, delis y supermercados aún se mantienen iluminados. Varios de sus anaqueles, vacíos.

Sensación de estar en una película apocalíptica cuyo guion está comenzando a escribirse.

Domingo 22 de marzo

1984 is here [y es real]

Claudia Cisneros

Athens, Ohio

¡emergencia!

si me quieres, aléjate

¡emergencia!

no me toques

no te acerques

no me beses

emergencia de distancias

matrix

desequilibrio mortal

¡alerta!

un polizonte

en el sagrado cuerpo

penetra células

se replica ad infinitum

espejo contra espejo

en invisibles gotas

viajan

y se disparan

como municiones

¡emergencia!

es necesario separarnos

para permanecer unidos

¡vivos!

6 metros de distancia

¡no me toques!

120 nanómetros

el diámetro

del polizonte mortal

3 % mortandad promedio

esto es real

2020

año pandémico

es surreal

120 nanómetros

de diámetro mortal

diámetro invisible

contra diámetro terrestre: stop!

¡alerta!

¡alarma!

¡emergencia!

en Athens no se ha detenido la primavera

florecen los brotes del árbol blanco en mi balcón

la vida continúa en otros reinos de la Tierra

ajenos a nuestros ajetreos

a nuestros resoplidos

a nuestras máscaras quirúrgicas

a nuestro arranche de papel higiénico

a nuestro gel para las manos

¡alerta

alarma

emergencia!

somos vida

que se autoinflige

desgracia y muerte

¡alerta

alarma

emergencia!

un día tarde nos dimos muy cuenta

de que no hay suficientes respiradores

de que no suficiente querer

de que somos frágiles

decadentes

de que hay cuarentenas y cuarentenas

algunas alacenas llenas

en otras solo cabe familia

un día tarde nos dimos muy cuenta

de la insoportable fragilidad del ser

un día

reducidos

a fuerza de cuarentena

nos dimos muy cuenta

de nuestro minúsculo poder

sobre este mundo

que osamos devastar

minúsculos nosotros

minúsculo el de la corona

letales como él

hoy

alerta

alarma

emergencia

ayer

devastadores

devastados

hoy

Gruñido

Susanne Noltenius

Lima

Es el final de otro día encerrada. Leyó el post en Facebook hace un momento y algo la sacudió. Buscaba una distracción momentánea, una pausa hasta recibir el aviso del banco con la aprobación de la línea de emergencia que cubra sueldos de 238 trabajadores este mes. Entonces leyó el post. Se ha puesto de pie y ha salido al balcón del departamento. Por encima de los árboles del parque y entre los edificios vecinos, asoma inminente la puesta del sol. Las nubes densas y percudidas lo esconden, pero entre ellas se cuelan haces de luz, como trazos de lo que está oculto.

Va a la cocina donde Mateo ensaya pataditas con una pequeña pelota de goma poh, poh, poh. Intercambian las frases de siempre —¿qué tal?, ¿todo bien?—, frases que ya eran muletas antes del encierro. Nota las piernas de su hijo cubiertas de pelos. ¿En qué momento ocurrió la metamorfosis? Talvez en enero, cuando ella viajó diez días con Simón. Talvez en las últimas semanas, cuando los pedidos de clientes en Europa se frenaron de golpe y ella trabajó más de lo habitual. Coloca tres cubos de hielo en un vaso. Añade pisco y el resto de la botella de Schweppes. Agita la mezcla dos veces y regresa al balcón.

Han decidido casarse este año. Ella le advirtió que no abandonaría el hábito de levantarse a las cinco de la mañana para correr y él accedió. Le dijo, además, que admiraba su disciplina. A ella le gustó la idea de una figura masculina en casa. Aceptó ceder espacio por el bien de Mateo. ¿Decidió por ella también? El sol aparece bajo las nubes, una emersión inversa, de cabeza, encendida como una bengala. Simón llegó hace poco de España y cumple el aislamiento en soledad. Mirar su muro en Facebook es una forma de estar con él.

No le gustan las redes. La sorprende la ligereza de las publicaciones, el intercambio selectivo y calculado de likes, el exhibicionismo, la cultura del Me Gusta, pero es un canal inevitable para promocionar la imagen del negocio. Durante la cuarentena, mientras añora la libertad de correr en la calle, la han desconcertado los gruñidos anticapitalistas y antirunners. La excusa del virus para erigirse como paladines del civismo, estirar el índice —o la cámara del celular— y desvestir antipatías más profundas. La digitalización propaga pánico y odio como una pandemia. Esta inquisición le es ajena y jamás pensó que Simón celebraría rabioso la detención de una deportista o aplaudiría las cachetadas de un militar contra un desobediente infeliz. ¿Qué le da derecho a linchar a los demás?

El cielo se ha teñido de naranja y rojo. En poco más de una hora, ella y Mateo aplaudirán el esfuerzo de médicos y enfermeras, policías, basureros, trabajadores de supermercado. Le queda un último sorbo del chilcano. Aún no sabe si el banco le aprobó la línea. En unos segundos, se habrá apagado el sol.

N95

Ulla Holmquist Pachas

Lima

Es domingo, 15 de marzo. No es uno cualquiera. Es el inicio de un fin, he pensado. He ido a verte con ellos, cuyos nombres aún recuerdas cuando ves sus rostros sonrientes diciéndote «Abuelita», como siempre te gustó. Pero ellos no han podido acercarse, hoy solo se admite un contacto por persona. Entro por primera vez a ese lugar que imaginé distinto, que quería imaginar distinto, y lo único que quiero es salir de ahí corriendo, llevarte conmigo, quitarme la mascarilla para ver si al menos así puedes rebuscar mi nombre en tu memoria. Quiero ayudarte, sonriéndote, repitiendo «Soy yo, tu hija menor, soy yo, mami…» y que aparezca mi nombre en tus labios lentamente tras esos segundos interminables. Pero no me reconoces. Lo hago más difícil porque solo puedo estar cerca de ti con el rostro cubierto, protegiéndote y ocultando el temblor de llanto en mis labios, ya no la sonrisa. Te cuento lentamente lo que está pasando, y tú solo me miras y me dices «Cuídate». Paseamos por el patio agarrándonos las manos, cantando dos o tres canciones que recuerdas perfectamente. Quiero quedarme allí en el canto y en tus manos. Pero es hora ya de regresar a casa. Ellos se despiden desde la puerta, y sus sonrisas ocultas no pueden detonar tu recuerdo. Nos miramos los tres, caen las máscaras y lloramos. Ya en casa escuchamos un mensaje a nivel nacional, indicándonos que hoy no es un domingo cualquiera. Y pienso que es, en definitiva, el inicio de un fin.

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