Gustavo Jordán Astaburuaga - Los almirantes Blanco y Cochrane

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El 9 de octubre de 1818 se hacía a la mar desde Valparaíso la primera Escuadra que Chile había podido organizar, fuerza en torno a la cual se consolidaría un poder naval de crucial importancia para la emancipación no sólo de nuestro país, sino también del Perú. A dos siglos de este hecho, el libro Los almirantes Blanco y Cochrane y las campañas navales de la Guerra de Independencia, de Gustavo Jordán Astaburuaga y Piero Castagneto Garviso, es la única obra disponible centrada en el aspecto naval de este conflicto, que toma como ejes a ambos personajes retratados en toda riqueza de sus vidas, con sus puntos altos y bajos, virtudes y defectos. En paralelo a sus biografías, las operaciones navales se han analizado recurriendo a una amplia documentación y bibliografía, así como a un atractivo acompañamiento iconográfico que incluye imágenes inéditas o muy poco conocidas.

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El 26 de febrero el bergantín español Águila, que recaló en la bahía de Valparaíso, fue capturado por las nuevas autoridades patriotas gracias a un ardid, iniciándose así una nueva fase en la historia del poder naval chileno, que a diferencia del breve episodio de la Patria Vieja, tuvo una continuidad que se prolonga hasta nuestros días. Una historia que se retomará a partir del Capítulo IV de esta obra; pero antes, deben mencionarse los movimientos de la Armada española después de Chacabuco.

El Virrey Pezuela se enteró de esta batalla y del resultado, tan nefasto para su causa, el 27 de febrero, con la llegada del primer buque de la flotilla con los fugitivos procedentes de Valparaíso33 y, en una reacción por lo demás no carente de lógica, decidió priorizar la defensa de Talcahuano. Ello porque hasta esta plaza habían llegado los restos del ejército español en Chile, y allí habían podido hacerse fuertes, más aún tras la llegada de la fragata Veloz y los bergantines Pezuela y Potrillo.

Asegurada esta plaza, que las fuerzas patriotas no pudieron expugnar por largo tiempo, las fuerzas navales españolas iniciaron el bloqueo de Valparaíso, a partir del 13 de julio de 1817, en principio por parte de la fragata Venganza y el bergantín Pezuela; otros buques se irían turnando y este bloqueo se prolongaría por meses, aunque con interrupciones. Romperlo sería, precisamente, el primer objetivo inmediato de la fuerza naval chilena que iría tomando forma en los meses siguientes y tendría un rol protagónico ya entrado el año 1818.

Bergantín de guerra británico The Wolf de la misma clase que el Águila - фото 3

Bergantín de guerra británico The Wolf , de la misma clase que el Águila, rebautizado Pueyrredón . Grabado sobre un dibujo de E. W. Cooke, Londres, 1828, reproducido en el libro El Poder Naval y la Independencia de Chile, de Donald E. Worcester.

Aún faltaba un importante actor para los diversos actos del drama que se desarrollaría a partir de entonces: la fragata española Esmeralda, de 44 cañones, que había zarpado de Cádiz en mayo de 1817, escoltando un convoy de tropas, y que arribó al Callao el 30 de septiembre. Constituía un importante refuerzo para la Armada española en el Pacífico, pero, por vueltas del destino, su nombre terminaría por ser icónico para la historia naval chilena.

CAPÍTULO II

Blanco Encalada: Marino, Militar y Estadista

Aún vivía cuando su nombre ya comenzaba a ser epónimo, y después de su muerte a avanzada edad, en 1876, esta condición se consagró, llevando el nombre de Blanco Encalada calles o plazas a lo largo de la geografía nacional, y una sucesión de buques a lo largo de la historia de la Armada. Por supuesto, los monumentos no faltarían. Un recuerdo que se ha mantenido hasta hoy en tales nombres, aunque el personaje tras este nombre se haya ido desvaneciendo lentamente de la memoria colectiva, conforme han ido pasando las generaciones.

Ya en pleno siglo XXI, vivimos en una época en que es forzoso explicar quién fue, a diferencia de otros próceres que han permanecido en el recuerdo común. No fue un héroe popular, como Manuel Rodríguez o Arturo Prat; fue uno de los próceres de la época fundacional de la República, pero no despierta las pasiones y controversias que aún pueden provocar O’Higgins, Carrera o Portales. Y ello, pese a ser contemporáneo de todos ellos y tener una estatura que casi los alcanzaba.

Tuvo una vida rica en vivencias y servicios, viviendo, por cierto, varios momentos de triunfo, pero también conoció la derrota, el fracaso y la crítica. Su vida no puede ser reducida a un momento estelar, como suele hacerse con el abordaje de Prat, y sus momentos controvertidos no se alcanzan a cubrir por el rayo de una muerte, como sucedió con los asesinatos de Manuel Rodríguez o Diego Portales. Enfrentó muchas veces el peligro, pero falleció en su hogar; fue militar, pero no abandonó esta vida combatiendo. Eso sí, enfrentó a la muerte de manera decidida, como un caballero que acude puntual a una cita.

Precisamente el sentido de la caballerosidad de Manuel Blanco Encalada le jugó en contra en más de una oportunidad, al igual que el haber vivido tanto, acaso más de lo que él mismo hubiese querido. Era muy joven cuando llegó a ocupar altos cargos que lo situaron en la cúspide de la política, la milicia y la sociedad nacionales, pero el haber fallecido a los 86 años, teniendo una vida pública hasta una edad muy avanzada para la época, le significó importantes logros y honores, pero también cometer errores y sufrir cuestionamientos. Eso sí, a la larga se fue decantando como una figura patriarcal, de esas que se sitúan por sobre la contingencia e imponen una mezcla de aprecio y respeto cívico.

Porque no podía sino imponer a las generaciones que le fueron contemporáneas, una mezcla de sentimientos positivos quien había sido Almirante, General, veterano de la Independencia, Presidente de la República, Intendente de un progresista Valparaíso, diplomático y un pensador preocupado del porvenir del país. Para decirlo de la forma más simple y resumida, el Almirante Blanco Encalada fue uno de los fundadores de la República.

Cabe citar al primero de sus biógrafos, Benjamín Vicuña Mackenna, quien dos días después de su fallecimiento, publicaba un bosquejo de su vida, donde resumía:

“Fue en las vicisitudes de su vida todo lo que un ciudadano podía alcanzar en sus tiempos. Fue General de tierra con una graduación creada exclusivamente para él y que ya no existe en la carrera militar de la República; tuvo en la mar el primer puesto; fue senador, magistrado civil y local; General en Jefe en cinco o seis ocasiones de su vida, ligada íntimamente a la de la Nación; ocupó, por último, la Presidencia de la República, y tuvo todavía otro honor mayor que ese, el de renunciarla”.34

Como marino, Blanco Encalada conoció, en el período en que fue Guardiamarina y oficial en Cádiz, la tradición naval española heredada del siglo XVIII, de marinos de gran profesionalismo y cultura, hijos de la época de la Ilustración, como lo habían sido los oficiales y científicos que habían visitado las costas americanas en dicha centuria. Es decir, este adolescente, que en no muchos años más sería el Comandante en Jefe de la primera Escuadra que tuvo Chile, estuvo inmerso en una Armada hispana que vivía sus últimos años de esplendor antes de entrar en la época de declive que la caracterizó durante los años napoleónicos y posteriores, descrita en el capítulo anterior.

Como joven oficial, ya en plena lucha por la Independencia americana, Blanco también tuvo contacto cercano e intenso con la oficialidad británica que vino a participar en este conflicto, y queda campo abierto a la especulación la amalgama de influencias que debió complementar su formación naval. Nos atrevemos a aventurar que prevaleció en él un cierto sello hispano, que no fue obstáculo para que la Marina que él había contribuido a crear, recibiera y se empapara de la idiosincrasia anglosajona.

La fortuna o desgracia que significó para él –no lo sabemos– su larga vida, también le permitió presenciar cambios revolucionarios en el arte de la guerra naval. Sus años juveniles coinciden con el mayor auge de la navegación a vela, cuyos máximos exponentes en lo militar eran el navío de línea y la fragata, con diseños que alcanzaron grados de máxima perfección; poco después, en los años de las campañas por la emancipación, ya se conocía la navegación a vapor como una tecnología viable, que se expandió en los años de madurez de don Manuel. Su ancianidad coincide con el nacimiento de los acorazados y el desarrollo de sus primeras generaciones; detalle significativo es que hubiese fallecido justamente cuando Chile adquiría sus primeros buques de este tipo, y más elocuente aún que, con motivo del deceso, se hubiese bautizado a uno de ellos como Blanco Encalada.

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