Gustavo Jordán Astaburuaga - Los almirantes Blanco y Cochrane

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El 9 de octubre de 1818 se hacía a la mar desde Valparaíso la primera Escuadra que Chile había podido organizar, fuerza en torno a la cual se consolidaría un poder naval de crucial importancia para la emancipación no sólo de nuestro país, sino también del Perú. A dos siglos de este hecho, el libro Los almirantes Blanco y Cochrane y las campañas navales de la Guerra de Independencia, de Gustavo Jordán Astaburuaga y Piero Castagneto Garviso, es la única obra disponible centrada en el aspecto naval de este conflicto, que toma como ejes a ambos personajes retratados en toda riqueza de sus vidas, con sus puntos altos y bajos, virtudes y defectos. En paralelo a sus biografías, las operaciones navales se han analizado recurriendo a una amplia documentación y bibliografía, así como a un atractivo acompañamiento iconográfico que incluye imágenes inéditas o muy poco conocidas.

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La suerte de las armas, que progresivamente favoreció a los españoles, quienes pudieron seguir enviando nuevas expediciones del Callao a Chile sin amenaza alguna, dio, para desgracia de los patriotas, la razón a las ideas expresadas en dicho manifiesto.

Volviendo a la Armada española en el Pacífico, para el 31 de enero de 1814, las fuerzas disponibles en el Apostadero del Callao eran las corbetas Castor y Peruana, ambas en desarme, al igual que cuatro lanchas cañoneras y dos botes de fuerza. Es decir, una situación no muy distinta a la de 1810, de no ser por el añadido de la corbeta Sebastiana, venida de Europa vía Montevideo, y del capturado bergantín Potrillo, estos últimos en comisión en la costa de Arauco.26

En el mes de abril de 1814 se recibió el importante refuerzo desde España, el navío Asia, que había llegado al Pacífico escoltando una expedición al mando del General Mariano Osorio, parte de cuya fuerza llevaría a cabo la reconquista de Chile, meses después.

Sin embargo, este refuerzo sería pasajero puesto que, pacificado dicho territorio y cumplidas algunas comisiones puntuales, se juzgó más adecuado que el Asia retornase a España, en febrero de 1815. Años más tarde, ya en una fase tardía de las Guerras por la Independencia, este navío volvería a tener cierto protagonismo por su fugaz e ineficaz paso por aguas del Pacífico, como veremos posteriormente.

Una vez más, las tareas de las escasas fuerzas navales disponibles se redujeron al transporte de tropas, aunque no tardó en aparecer una nueva molesta amenaza: los corsarios. La idea de hacer la guerra de corso se gestó en el Gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata, puesto que, por un lado, ya en 1814 se había conseguido el dominio del mar en la costa Atlántica y se disponía de medios navales, pero no un enemigo que combatir. La situación en el Pacífico era exactamente la contraria, con un dominio absoluto de sus aguas por parte de la Armada española, lo que implicaba un tráfico marítimo tranquilo por sus costas. Lo que, a su vez, significaba la existencia de presas susceptibles de ser capturadas. Por ello, se organizó una fuerza expedicionaria al mando del Almirante Brown, integrada por la fragata Hércules y los bergantines Santísima Trinidad y Halcón, que ingresó al Pacífico en diciembre de 1815, tras un dificultoso paso entre los océanos.

Estos buques se reunieron en Isla Mocha, donde se decidió que la Hércules y el Halcón se dirigieran directamente al Callao, en cuyo trayecto capturaron dos fragatas mercantes; al llegar a dicho puerto, el 10 de enero de 1816, hicieron una nueva presa. Entretanto, el Trinidad había enrumbado a Juan Fernández con el propósito de rescatar a los patriotas chilenos allí confinados, objetivo que no concretó por el mal tiempo y el riesgo de enfrentar a la guarnición.

Esta expedición no pudo sino provocar la alarma entre los españoles, que improvisaron una escuadrilla provisional, financiada por los comerciantes del Callao, con mercantes armados y artillada con piezas sacadas de las fortalezas chalacas con el fin de dirigirse al sur, creyendo que Brown ahora se propondría atacar Chile. Sin embargo, el Almirante anglo-rioplatense se había dirigido a Guayaquil, donde había vivido una peripecia de transitoria captura, y luego a las Galápagos, donde la fuerza repartió presas y se dividió, para retornar, finalmente, a Buenos Aires.

Pero en fecha tan tardía como diciembre de 1816 los realistas, más concretamente el gobernador de Chile, Marcó del Pont, tenía la convicción de que los corsarios de Brown seguían activos en el Pacífico y operarían en conjunto con el Ejército de los Andes de San Martín. Probablemente, esta versión no era sino parte de la campaña de desinformación que había desplegado este jefe militar.27

El experimento corsario había sido todo un éxito y provocó un enorme trastorno al comercio español, pero ello no estaba destinado a ser duradero. Una razón fundamental es haber carecido de una base de apoyo en el Pacífico; sintetiza el autor español Cervera Pery: “la flotilla de Brown hostilizó cuanto pudo consiguiendo, en algunos momentos, desarticular el tráfico marítimo, causar daños al comercio e incluso permitirse el lujo de atacar a la autoridad real, poniendo en entredicho la efectividad del poder naval español. Sin embargo, su falta de continuidad operativa le hizo perder fuerza”.28

Los buenos resultados de la expedición Brown tuvieron un efecto que los patriotas no hubieran deseado para el curso futuro de las operaciones en el Pacífico. Porque la alarma que provocó la campaña de esta flotilla, hizo que los españoles se decidieran a reforzar su presencia naval basada en el Callao. Más aun considerando que la corbeta Peruana, en desarme hacía años, había sido dada de baja, y el recién adquirido bergantín Trinidad resultó estar en tan malas condiciones que en octubre de 1816 se recomendó su venta.

Sin embargo, la presencia naval española empezó a aumentar gradualmente. El 8 de septiembre de 1816 arribó la fragata Venganza, a la que debe agregarse el arriendo de otra fragata, la Veloz Pasajera y la compra del bergantín Cicerón, rebautizado Pezuela, en diciembre. A lo que se sumó la habilitación de siete cañoneras, dos botes con obuses y los buques preexistentes: la corbeta Sebastiana y el bergantín Potrillo.29 Es decir, salta a la vista que el aumento del poder naval español en el Pacífico experimentó un incremento sustancial en un breve tiempo.

Entretanto, el 14 de septiembre de 1816 había asumido la Comandancia de Marina del Callao el Capitán de Navío Antonio Vacaro en reemplazo de Vivero, poco después de asumir el Virreinato del Perú el General Joaquín De la Pezuela (7 de julio), sucesor de Abascal.

En los acontecimientos que sobrevendrían en los meses y años siguientes, Vacaro demostró ser más un Comandante de Apostadero que un auténtico Comandante en Jefe de la Escuadra Española, tal y como podría decirse de su antecesor, solo que a este le tocó en suerte un período más tranquilo que a Vacaro. Por ello, la actuación de este último ha sido fuertemente criticada, aunque hay quien lo defiende, a la luz de la documentación que se ha conservado, en especial por sus esfuerzos para convencer a sus superiores de reforzar los medios navales disponibles ante la inminente amenaza de los insurgentes.30

El refuerzo de los efectivos navales españoles en el Pacífico coincidió con la proximidad de la travesía por parte del Ejército de los Andes del cordón cordillerano homónimo, de cuyos detalles estaba enterado el Virrey Pezuela.31 Teniendo en cuenta este factor, es interesante ver cuáles fueron las decisiones del alto mando realista respecto de cómo utilizar su poder naval.

Los buques del Apostadero del Callao fueron comisionados a perseguir a los corsarios de Brown (que hacía meses habían partido de regreso a Buenos Aires), y también a cumplir tareas de transporte de tropas, algunas de ellas destinadas al frente del Alto Perú. Ello, pese a que a finales de 1816 las fuerzas patriotas se hallaban en una fase netamente defensiva y de reorganización frente a una ofensiva española. En contraste, las tropas españolas en Chile no recibieron refuerzos.

Para el 31 de enero de 1817, es decir, cuando ya se habían producido los primeros choques entre las unidades españolas y las avanzadas del Ejército de los Andes, la Armada Española disponía de dos fragatas, una corbeta y dos bergantines, además de las fuerzas sutiles en el Pacífico sur. De ellos se hallaban guarneciendo Valparaíso, en una comisión aparentemente apacible, la fragata Venganza, la corbeta Sebastiana y el bergantín Potrillo.32

El 12 de febrero se libró la batalla de Chacabuco, clara victoria del Ejército de los Andes. Sin intentar defender Santiago, los restos de las tropas españolas siguieron en precipitada huida a Valparaíso, incluyendo a su propio jefe, Coronel Rafael Maroto, llegando a destino al día siguiente. Con igual premura, se embarcaron en los buques de la Armada Española ya mencionados, surtos en la bahía, y otros mercantes, con el fin de huir rumbo al Callao.

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