Gustavo Jordán Astaburuaga - Los almirantes Blanco y Cochrane

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El 9 de octubre de 1818 se hacía a la mar desde Valparaíso la primera Escuadra que Chile había podido organizar, fuerza en torno a la cual se consolidaría un poder naval de crucial importancia para la emancipación no sólo de nuestro país, sino también del Perú. A dos siglos de este hecho, el libro Los almirantes Blanco y Cochrane y las campañas navales de la Guerra de Independencia, de Gustavo Jordán Astaburuaga y Piero Castagneto Garviso, es la única obra disponible centrada en el aspecto naval de este conflicto, que toma como ejes a ambos personajes retratados en toda riqueza de sus vidas, con sus puntos altos y bajos, virtudes y defectos. En paralelo a sus biografías, las operaciones navales se han analizado recurriendo a una amplia documentación y bibliografía, así como a un atractivo acompañamiento iconográfico que incluye imágenes inéditas o muy poco conocidas.

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Con ello, Elío vio confirmadas sus sospechas, y su decisión fue enviar a Blanco, una vez más, a la Península. Este fue un punto de quiebre, quizá uno de los más decisivos en su vida, ya que en ese momento decidió inclinarse definitivamente por la causa patriota, y lo concretó con una acción de rebeldía: la fuga para cambiarse abiertamente de bando. Ya estamos a mediados de 1812. Si se piensa en aquella coyuntura, en que los conflictos de la emancipación americana estaban aún muy lejos de decidirse, se podrá apreciar lo arriesgado de su decisión: “sacrificando así una carrera brillante, llena de honores, sus bienes de fortuna y todo lo que se puede ambicionar en la vida”.51

Su capacidad para cultivar buenas relaciones una vez más lo ayudó, puesto que dos damas de la sociedad montevideana primero le advirtieron de la decisión de mandarlo de vuelta a la Península y luego le proporcionaron los medios para escapar. La huida fue simple, vistiendo uniforme y fingiendo un paseo al crepúsculo por los extramuros de Montevideo, pero le esperaba una larga travesía en solitario por Uruguay y Paraguay, antes de llegar a un campamento del Ejército patriota de las Provincias Unidas y luego ser enviado a Buenos Aires.

Pudo haberse integrado a las filas de la milicia de las Provincias Unidas, pero ¿por qué llegó finalmente a Chile? La razón se halla, una vez más, en la familia materna y, más concretamente, en la influencia de su tío Martín Calvo de Encalada, varias veces mencionado. Cuando ejercía como autoridad, en 1811, había despachado para su sobrino el nombramiento de Capitán de artillería en 1812, de manera que si cruzaba la Cordillera no lo aguardaban solamente sus lazos familiares, sino también un puesto en el nuevo Ejército que organizaba el General José Miguel Carrera.

Así, en un acto que, en definitiva, marcaría su opción de hacerse chileno, el oficial de marina Manuel Blanco Encalada partía en febrero de 1813 para asumir un mando de fuerza terrestre, llegando en marzo a Santiago. Justo a tiempo: el 26 de dicho mes había desembarcado en San Vicente una expedición española enviada desde el Perú, al mando del Almirante Antonio Pareja.

Soldado de la Patria Vieja

Al incorporarse a las filas patriotas y ver nuevamente a José Miguel Carrera, a quien había conocido en España, ahora convertido en Gobernante y General en Jefe, asumió el grado de Capitán de artillería que le esperaba, tomando el mando accidental de esta arma. Su primera tarea fue organizar la primera Maestranza de Artillería con que contó Chile, precursora de la actual repartición Fábricas y Maestranzas del Ejército (FAMAE). En concreto, su labor era de apoyo a la naciente arma que era su especialidad, en la reparación y confección de armamento y municiones, contando con la asistencia de Pedro Pascual, un fundidor de la Casa de Moneda. Señala uno de sus biógrafos:

“Muchas veces se vio al ilustre militar, en mangas de camisa y con delantal, como a un jefe de taller dirigiendo a sus obreros, vigilando las fundiciones, trabajando cual un simple artesano”.52

Su ascenso fue rápido, probablemente debido a las circunstancias del naciente Ejército, con un surgimiento lleno de precariedad y carencias, incluyendo el de la escasez de oficiales calificados. De modo que en agosto de 1813 fue ascendido a Mayor y para 1814 ya figura como Teniente Coronel de artillería y, dejando encaminada una maestranza, se dio a Blanco un mando de tropa en campaña.

Las circunstancias no eran fáciles. Tras el desgaste de ambos bandos en la Campaña de 1813, los españoles habían visto revitalizado su esfuerzo de guerra por el arribo de una expedición al mando del Brigadier Gabino Gaínza, que había avanzado desde Arauco hacia el norte y conquistado Talca después de una denodada, aunque inútil resistencia patriota, el 4 de marzo de 1814. Entonces, cuando aún no cumplía los 24 años se le confirió a Blanco Encalada el mando de una división expedicionaria que debía reconquistar Talca. Esta era una abigarrada fuerza de unos 600 infantes, 60 artilleros con cuatro piezas y unos 700 milicianos de caballería, constituida “casi en su totalidad por el peor elemento humano que cabe imaginar”,53 y si bien estaba bien vestida, armada y equipada, estaba integrada en su mayoría por gente de escasa o ninguna instrucción militar y disciplina, y con mandos subalternos incompetentes.

Debía hacer frente a una fuerza española que, en apariencia, no era mejor, y, además, tenía inferioridad numérica. Se trataba de una guerrilla al mando de Ángel Calvo, ex oficial patriota que se había cambiado de bando, y que destacó por su astucia, como lo probaría en el modo que enfrentó a Blanco.

Sabiéndose débil, Calvo envió al inexperto jefe patriota una misiva fechada el 26 de marzo donde inventaba supuestos combates ganados por los españoles que hacían esperar su victoria final, y le planteaba a Blanco que, si persistía en la lucha, le señalase lugar donde podrían batirse sus fuerzas. Esta pretendida invitación a un lance de honor despertó en el joven Teniente Coronel su tan arraigado sentido de caballerosidad, y que por primera vez le jugaría una mala pasada; no sería la última. Esta era una época en que surgía un nuevo tipo de guerra, la de guerrillas, que había nacido en la cruel Guerra Peninsular contra Napoleón y se había expandido a América con sus nuevas reglas, que podían ser despiadadas y muy alejadas del sentido del honor propio del siglo XVIII.

Blanco respondió aceptando el desafío, eligió un descampado cercano a Quechereguas, allí formó a su división en línea de batalla y quedó esperando un día entero… El reto de Ángel Calvo era solo un ardid para ganar tiempo, a la espera de refuerzos, preparar la defensa de Talca y de paso contar y sopesar el poderío de la fuerza enemiga. Ante la no comparecencia de los españoles, Blanco avanzó con su división hasta Talca, el 29 de marzo, donde entretanto estos habían tenido tiempo de atrincherarse; debía tomar la difícil resolución de atacar o no, azuzado por sus subalternos, y lidiar con la mezcla de ansiedad por entrar en acción e indisciplina que reinaba en su tropa.

Antes de decidir qué hacer nuevamente cometió el error de entrar en contacto con Ángel Calvo, y nuevamente recibió como respuesta una falsa afirmación por parte de este, de contar con fuerzas superiores. Al menos el tiempo gastado le sirvió a Blanco para recibir la noticia de que se acercaban refuerzos enemigos para atacarlo en campo abierto; así, ante el peligro de ser cogido entre dos fuegos mientras tomaba por asalto la ciudad, finalmente optó por retirarse. Entonces se produjo el desastre.

Para ello bastó que tres piezas de artillería enemigas saliesen del atrincheramiento de Talca y comenzasen a hacer fuego. Relata el propio Blanco: “siendo suficiente haber muerto dos hombres para que la Compañía Cívica se empezase a desorganizar vergonzosamente”, y aunque con gran esfuerzo pudo formar de nuevo a su fuerza esta se hallaba, “ya tan cortada toda la gente que aun el ruido de nuestro cañón les hacía echarse en tierra, hasta que no pudiendo mantenerlos en formación, se pusieron en una vergonzosa fuga, observando que algunos oficiales fueron los primeros que dieron el ejemplo”.54

La artillería fue la última en resistir, pero su personal también se retiró, y el propio Blanco pudo escapar milagrosamente. Los españoles capturaron 300 prisioneros, y los cañones, municiones, víveres y la mayor parte de los fusiles pasaron a su poder.55

Llegado a San Fernando y luego a Rancagua, a duras penas pudo volver a reunir a algunos soldados dispersos, y en su parte oficial pidió él mismo que se le formase un Consejo de Guerra. Este desafortunado bautismo de fuego en la lucha por la causa patriota hirió profundamente al joven oficial de artillería. Aunque la principal causa de la derrota había sido la indisciplina y falta de preparación militar de la fuerza a su mando, su ingenuidad en la conducción de las operaciones solo había contribuido a un resultado inevitable.

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