Daniel Oscar Plenc - Soy Jesús, vida y esperanza

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En una sociedad confusa, relativa y tecnológica, el Dr. Plenc rescata, en esta obra, las metáforas más simples (pero también más profundas) que Jesús presenta en el Evangelio de San Juan. En ese rescate, encontrarás sentido para tu existencia y plenitud para tu vida. Por eso, entre tanta levedad, frivolidad e inestabilidad, son refrescantes las palabras, las enseñanzas y las promesas de Jesús, el gran YO SOY.

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Jesús era más que los panes multiplicados milagrosamente la tarde anterior en las cercanías del mar de Galilea: Jesús da vida eterna, una vida que no puede ser destruida ni con la misma muerte. “Todo el Evangelio de Juan define el ministerio de Cristo como la acción de traer vida abundante, o la plenitud de la vida, a los seres humanos (Juan 10:10). Esto se hace evidente en la frecuencia de la palabra vida , cuya presencia es mucho más abundante en los doce primeros capítulos, que relatan la acción de Cristo entre los incrédulos. En esta sección, el término vida se menciona 32 veces”.13

En los Evangelios encontramos pocas evidencias de que Jesús haya utilizado con frecuencia la palabra “salvación”. Habló del Reino eterno de Dios y habló de “vida”. En Juan, “vida” equivale a salvación, vida espiritual y abundante en el tiempo presente, y vida eterna en el día postrero. Así lo creía Elena de White: “Para el cristiano, la muerte es tan solo un sueño, un momento de silencio y tinieblas. La vida está oculta con Cristo en Dios [...]”.14

Un estudiante universitario realizaba una serie de lecciones de estudio de la Biblia, cuando se confrontó con la triste noticia del fallecimiento prematuro de su padre. Se sentía golpeado y entristecido, necesitado de esperanza. La doctrina de la resurrección le dio aliento, aunque no lograba evitar la idea de que su padre seguía viviendo en alguna parte. Se preguntaba si el alma de su padre no estaba en ese “espíritu” que vuelve a Dios, según lo expresa Salomón (Ecl. 12:7). Comprendió, finalmente, que su padre estaría siempre en la mente de Dios hasta el día de la restauración final y del reencuentro, en el día del regreso de Cristo. El verdadero pan del cielo, Jesucristo, vino para ofrecernos una esperanza tal. Esperanza de vida eterna, en medio de la finitud de cuanto nos rodea.

Hay otra razón que justifica comer del pan ofrecido por el cielo; este pan puede saciar el alma. “Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mi viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Juan 6:35).

El pecado nos ha quitado muchas cosas: el hogar edénico, la santidad, la alegría del contacto directo con Dios, la vida misma. Pero, ni seis mil años de enemistad, autosuficiencia y pecado nos han quitado el hambre y la sed de Dios. Agustín lo expresó en forma muy hermosa, al decir: “[...] nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti”.15 Billy Graham solía decir que en el corazón de cada ser humano existe un hueco que tiene la forma de Dios.

El hambre y la sed representan necesidades humanas fundamentales. Tanto el hambre como la sed se definen como la gana y la necesidad de comer/beber; como apetito o deseo vehemente de algo. En la conocida pirámide del psicólogo humanista estadounidense Abraham Maslow (1908-1970), las necesidades fisiológicas (alimentación, agua, aire, sueño, abrigo) están en la base. Una vez satisfechas, se puede pensar en las siguientes: seguridad o protección (libertad de peligro, ansiedad y amenaza), aceptación social (afecto, amor, pertenencia y amistad), autoestima (autovalía, éxito, prestigio), conocimiento, estética y autorrealización. Al compararse con el pan, Jesús se ofrece a sí mismo como fuente irreemplazable y fundamental de satisfacción.

La multitud quería ese pan, pero se negó a recibir a Cristo. Lo mismo podría ocurrirnos si no nos abastecemos del pan vivo. Andaremos hambrientos y sedientos toda la vida. ¡Cuántos han dejado transcurrir el tiempo sin haber encontrado jamás aquello que de verdad sacia! Solo Cristo puede colmar una existencia fragmentada, incompleta y, tal vez, vacía. El pan espiritual es vida eterna; comerlo trae esperanza de eternidad, de trascendencia, de una existencia con sentido verdadero. La invitación de Jesús a comer de ese alimento celestial llega a nosotros, personas necesitadas de esperanza.

¿Cómo obtener el pan de vida?

En primer lugar, debemos venir a Cristo, es decir, creer en él. “Para recibir la vida es necesario ir a Jesús y creer en él”.16 “Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Juan 6:35). Hay en este texto un indudable paralelismo entre “venir” y “creer”, como lo hay entre el “hambre” y la “sed”. Venir a Cristo es creer, porque la fe nos acerca al Señor y la incredulidad nos aparta. Sea como fuere que definamos el pecado, este es siempre separación, mientras la fe es unión espiritual con Jesucristo. Ese acto de fe encierra enormes bendiciones de paz, armonía y perdón. “Todo el que venga a Jesús con fe, recibirá perdón”.17

Juan presenta un equilibrio entre el aspecto objetivo y el subjetivo de la salvación. En el capítulo 6 del Evangelio se expone con claridad la parte divina y la parte humana de todo el proceso. Venir a Cristo es nuestra parte en el plan de salvación; todo lo demás lo ha hecho Dios. En realidad, es todo lo que como seres humanos podemos hacer; pero es también todo lo que necesitamos hacer.

En segundo lugar, debemos dejar de resistir la atracción de Dios. Siguió diciendo Jesús: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37). Este es uno de los pasajes más bellos del sermón de Capernaum. Allí, Cristo está diciendo que aunque él rechaza a los que se acercan con intereses egoístas y temporales, acepta a todo aquel que se allega a su presencia con sinceridad de corazón. Algunas cosas son de importancia evidente en la obtención del pan de vida prometido por el Señor, y lo primero es no rechazar la atracción del Padre. Como en otras ocasiones, Juan incluye al “todo”. Todo el que siente la atracción del Padre viene a Cristo. Entonces añadió: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:44). Y una vez más: “Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre” (Juan 6:65). La versión Reina-Valera 1995 traduce traer como “atraer”. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo trabajan juntos por la salvación de los hombres. El Padre da, o trae, a las personas a Cristo por medio del Espíritu. Nadie se acerca al Señor, sino por obra divina; tampoco, nadie se acerca a Jesús sin ser recibido por él. La promesa impide pensar en el rechazo, porque la negación del Señor es definida. Es posible creer en la aceptación divina, ya que el cumplimiento de la promesa resulta de los pasos precedentes. Al que a mi viene, nole echo fuera dijo Jesús. Este “no”, en su forma original es una negación enfática, equivalente a “nunca”, “bajo ningún concepto”, o “de ninguna manera”. Una certeza tal vuelve más hermosa la promesa y nos invita a creer en su aceptación, porque así lo ha prometido.

El pecador nunca es rechazado cuando se acerca movido por la atracción del Padre. Comentando estos pasajes, escribió Elena de White: “Nadie vendrá jamás a Cristo, salvo aquellos que respondan a la atracción del amor del Padre. Pero Dios está atrayendo a todos los corazones a él, y únicamente aquellos que resisten a su atracción se negarán a venir a Cristo”.18 Agrega la misma autora: “La luz que resplandece de la cruz revela el amor de Dios. Su amor nos atrae a él. Si no resistimos esta atracción, seremos conducidos al pie de la cruz arrepentidos por los pecados que crucificaron al Salvador. Entonces el Espíritu de Dios produce por medio de la fe una nueva vida en el alma. Los pensamientos y los deseos se sujetan en obediencia a la voluntad de Cristo. El corazón y la mente son creados de nuevo a la imagen de Aquel que obra en nosotros para someter todas las cosas a sí”.19

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