Si no nos resistimos al magnetismo divino, nos acercaremos a Cristo. “Aunque el pecador no puede salvarse a sí mismo, tiene sin embargo algo que hacer para conseguir la salvación. ‘Al que a mí viene, no le echo fuera’. (Juan 6:37) Pero debemos ir a él; y cuando nos arrepentimos de nuestros pecados, debemos creer que nos acepta y nos perdona. La fe es el don de Dios, pero el poder para ejercitarla es nuestro. La fe es la mano de la cual se vale el alma para asir los ofrecimientos divinos de gracia y misericordia”.20
Ese acudir a Cristo ocurre en la condición misma en que el pecador se encuentra y en el momento en que este lo decida. “Algunos parecen creer que deben estar a prueba y que deben demostrar al Señor que se han reformado, antes de poder contar con su bendición. Mas ellos pueden pedir la bendición de Dios ahora mismo. Deben tener su gracia, el Espíritu de Cristo, para que los ayude en sus flaquezas; de otra manera no pueden resistir al mal. Jesús se complace en que vayamos a él como somos, pecaminosos, impotentes, necesitados. Podemos ir con toda nuestra debilidad, insensatez y maldad y caer arrepentidos a sus pies. Es su gloria estrecharnos en los brazos de su amor, vendar nuestras heridas y limpiarnos de toda impureza. Miles se equivocan en esto: no creen que Jesús los perdona personal e individualmente”.21
Reciben el pan y el agua de la vida quienes se dejan llevar por la atracción del Espíritu y se acercan a Cristo. El alimento de vida nutre a todo el que se aferre de la promesa de la aceptación del Señor.
Finalmente, hemos de permitir que Cristo se incorpore definitivamente a nosotros. “Comer la carne y beber la sangre de Cristo equivale, entonces, a creer ; esto es, aceptar a Cristo creyendo que Él puede perdonar los pecados”.22
“Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el día postrero, porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él” (Juan 6:53-56).
El pan que comemos se convierte en nuestra carne y nuestra sangre. Del mismo modo, Cristo quiere ser parte de nuestra vida para siempre. Bien haremos en repetir el pedido de los oyentes de Jesús: “Señor, danos siempre este pan” (Juan 6:34). La respuesta del Señor será la misma que la de antaño: “Yo soy el pan de vida” .
El primer “Yo Soy” del Evangelio de Juan es, en sí mismo, una invitación a la aceptación de Cristo como aquel que vino para satisfacer nuestras más profundas y auténticas necesidades. Una apelación a la búsqueda diaria del alimento espiritual que se encuentra en su Palabra y del pan material seis días a la semana, apartando el séptimo para el reposo y la adoración. Es nuestro privilegio responder positivamente a su invitación de acercarnos a él, creyendo en su promesa de vida eterna, e invitarlo a formar parte de nuestra existencia.
10Elena de White, La edad dorada , trad. David P. Gullón (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2004), pp. 204, 205.
11John R. W. Stott, Cristianismo básico , trad. C. René Padilla, 2ª ed. (Buenos Aires: Ediciones Certeza, 1977), p. 41.
12White, Alza tus ojos (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1982), p. 179.
13Mario Veloso, Comentário do Evangelho de Joâo (Santo André, Sâo Paulo: Casa Publicadora Brasileira, 1984), p. 164.
14White, El Deseado de todas las gentes (Mountain View, California: Pacific Press Publishing Association, 1955), p. 731.
15San Agustín, Confesiones , trad. Antonio Brambilla Z. (Buenos Aires: Ediciones Paulinas, 1990), libro I, cap. 1.
16Veloso, ibíd .
17White, Hijos e hijas de Dios (Mountain View, California: Pacific Press Publishing Association, 1978), p. 14.
18__________, El Deseado de todas las gentes , p. 351.
19__________, ibíd., p. 148.
20__________, Patriarcas y profetas , p. 458.
21__________, El camino a Cristo (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1985), pp. 52, 53.
22Veloso, Comentário do Evangelho de Joâo , p. 170.
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