Rolando Álvarez Vallejos - Hijas e hijos de la Rebelión. Una historia política y social del Partido Comunista de Chile en postdictadura (1990-2000)

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Hijas e hijos de la Rebelión. Una historia política y social del Partido Comunista de Chile en postdictadura (1990-2000): краткое содержание, описание и аннотация

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Investigación sobre la trayectoria del PC de Chile entre los años 1990 y 2000, sus conflictos internos, sus cambios ideológicos y su relación con las organizaciones sociales luego de ser excluido del pacto transicional.

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Con todo, la diáspora de la disidencia se caracterizó por su diversidad. Por un lado, los «desencantados» optaron tempranamente por entrar a militar a los partidos de izquierda de la Concertación. Así renunciaban expresamente tanto a crear un nuevo PC como a «refundar» la izquierda. Seguían el camino que varios ex comunistas habían iniciado durante el segundo lustro de 1980. Así, el 8 de agosto de 1990, los integrantes del Grupo Manifiesto, Antonio Ostornol, Alfredo Riquelme y Hugo Rivas, comunicaban su ingreso al Partido Socialista. Según el primero de ellos, los otros casi 50 integrantes de esta «corriente» le darían continuidad al grupo, aunque no se descartaban nuevos ingresos al PS 114. A principios de 1991, el Grupo Manifiesto formalmente desapareció. Por otra parte, en diciembre de 1990, una veintena de ex militantes comunistas, encabezados por el ex dirigente público del PC Patricio Hales, comunicaban su ingreso al Partido Por la Democracia. Al igual que en el caso anterior, ninguno de ellos había sido dirigente nacional o tenía ascendencia sobre la militancia, salvo tal vez Hales 115.

Por su parte, los «desplazados», encabezados por Guastavino, Leal, Pollarolo y Contreras, optaron por el camino de la «refundación» de la izquierda por medio de la creación de un instrumento político denominado Asamblea de Renovación de los Comunistas (ARCO). En su primera declaración pública, firmada por casi 70 adherentes, se planteaba que el objetivo del grupo era «iniciar un proceso de convergencias con los demás componentes de la izquierda… destinados a crear el diálogo, la acción común y la unidad de todos ellos para fortalecer el proceso democrático, para elaborar… una nueva idea de sociedad… Para ello ARCO mismo es una denominación superable» 116. Es decir, esta entidad surgió como espacio político pasajero, para debatir cuál sería la mejor alternativa futura para el capital político que poseían los «desplazados».

La breve historia de ARCO tuvo sus complejidades. La primera fue que surgió cuando, formalmente, sus integrantes todavía pertenecían al Partido Comunista. Esto decantó recién en el mes de diciembre de 1990, cuando la mayoría de ellos renunció a la militancia en el partido. Una vez resuelta su salida de la colectividad de la hoz y el martillo, el debate dentro de ARCO lo sintetizó Antonio Leal, el más activo en cuanto a elaboración teórica y política durante la existencia de la organización. De acuerdo a su perspectiva, existían tres posibilidades para el ARCO: primero, formar un partido comunista democrático, alternativo al existente, opción que Leal descartaba de plano porque el comunismo «ha perdido toda atracción en el ámbito de la sociedad chilena». La segunda posibilidad era, decía Leal, ingresar de inmediato al PPD o al PS. El defecto de esta opción era que «anula nuestro rol renovador e impide que podamos construir, a partir de nuestra rica experiencia…. una identidad diversa... de alguna manera esta alternativa mantendría el bloqueo actual de la izquierda». Por último, la posición de Leal era la de colaborar con la «refundación» de la izquierda chilena, creando una nueva organización 117.

Cada una de las alternativas que planteaba Leal tenía partidarios dentro del ARCO. En lo que existía consenso, eso sí, era que resultaba imprescindible hacerse parte de la coalición de partidos que apoyaba al gobierno. Por lo tanto, la cuestión a debatir era desde qué espacio político se debía ejecutar esta decisión. A poco andar, el sector de los «renovadores» se decantó por ingresar al Partido Socialista. Así, en el mes de abril de 1991, justo antes de la realización de la Asamblea Nacional del ARCO, que resolvería la creación de una nueva orgánica y la superación de la denominación «co» (comunista), Manuel Fernando Contreras, Augusto Samaniego, Raúl Oliva y Orel Viciani ingresaron al Partido Socialista. De esta manera, quedó en manos de Fanny Pollarolo, Antonio Leal y Luis Guastavino el intento de encabezar un proceso de renovación de la izquierda chilena creando un nuevo referente.

El 25 y 26 de mayo de 1991 se realizó la primera (y última) asamblea nacional del ARCO, que definió cambiar su nombre al de Participación Democrática de Izquierda (PDI), copiando la sigla que usaba el PC italiano luego de su cambio de nombre. Se realizó una elección universal de sus dirigentes, en la que Pollarolo, Guastavino y Leal fueron las tres primeras mayorías. Durante el evento, Alejandro Valenzuela, uno de los disidentes con mayor visibilidad durante la crisis del año anterior, planteó que el ARCO y la nueva entidad que se crearía constituirían un espacio político muy reducido. Por este motivo, él se integraría al PPD. Sin, embargo, la mayoría de los partícipes en la asamblea se sumó a la nueva organización 118. Meses más tarde, en agosto de 1991, el PDI publicaba sus «primeras tesis políticas, culturales y programáticas». Estas reiteraban la necesidad de superar los paradigmas históricos de la izquierda en el siglo XX, especialmente «el reduccionismo de clase», la perspectiva del socialismo en clave leninista, el ultraizquierdismo y el militarismo. También se hacían propuestas tales como cambiar la Constitución de 1980, reformar el sistema de salud, reducir el gasto militar y promover la defensa de los derechos humanos 119.

El PDI logró sobrevivir hasta mediados de la década de 1990. Inclusive tuvo un resonante éxito electoral cuando en las elecciones parlamentarias de 1993, Fanny Pollarolo fue electa diputada por Calama con un alto apoyo popular. Sin embargo, la novel organización no consiguió convertirse en un centro de atracción para los militantes del PC, pues no se registró ninguna incorporación resonante de nuevos militantes venidos de esta colectividad. Por su parte, en el contexto de la consolidación de los partidos de gobierno, comenzó a quedar en claro que no existía un espacio para un tercer partido de izquierda en la Concertación. El PPD y el PS aparecían como las fuerzas hegemónicas de este sector, aglutinados en torno al liderazgo de Ricardo Lagos Escobar. Aunque el PDI había sido –ahora como «Partido Democrático de Izquierda»– aceptado en el conglomerado de gobierno, tenía escasas posibilidades de negociar cupos competitivos para las elecciones parlamentarias y municipales. Además, dada su reducida influencia, sus líderes tenían pocas posibilidades de escalar en puestos políticos importantes dentro del aparato estatal. Estos aspectos se conjugaron en 1994 con el fracasado intento de reunir las firmas exigidas por la ley para constituirse como partido político legal. Esto significó la defunción de la colectividad 120.

El PDI, última expresión orgánica de la disidencia comunista, desapareció porque no logró penetrar en los nichos sociales donde el PC era fuerte. Ni en el movimiento sindical ni estudiantil pudo proyectar dirigentes sociales capaces de plasmar las ideas «refundacionales» que se debatieron con pasión durante la crisis de 1990. Por el contrario, al igual como le ocurrió al resto de los partidos oficialistas, que comenzaron a ser desalojados de las organizaciones sociales a mediados de la década de 1990, el PDI no tuvo la capacidad de convertirse en una fuerza socio-política conectada con las reivindicaciones sociales. Esto lo convirtió en una organización superestructural, con escasa militancia y mínima influencia en el gobierno. En 1994, la disolución, más que una opción, como había sido en 1991 durante la asamblea nacional del ARCO, fue el único camino posible.

Con el fin de la crisis de 1990, ¿cuál fue el legado que esta dejó en el PC? Por un lado, algunas de las críticas de la disidencia, que habían sido reconocidas como válidas por parte de la dirección, se volvieron nuevos sentidos comunes partidarios. Cuestiones centrales, como la necesidad de mayor democracia interna, terminar con el «orden y mando» del período clandestino, la necesidad de repensar los referentes internacionales, de recuperar la historia nacional y cuestionarse materias relativas a la teoría, quedaron establecidas como aspectos necesarios por abordar. En este sentido, los planteamientos de los «renovadores» fueron los que ejercieron mayor influencia, porque elaboraron una serie de propuestas sobre estos tópicos y, como decíamos, contaron durante un tiempo con el respaldo de la dirección del partido. Por ello, la fuerza expansiva de sus críticas tuvo un alcance importante en la reformulación de los imaginarios políticos y culturales del Partido Comunista. A lo largo de la década, lenta y progresivamente se pudo apreciar la evolución de estos.

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