La conciencia de clase patronal siente miedo, se siente amenazada por la otra conciencia oprimida despertando, levantándose en medio de la noche… y entabla una fuerte «lucha de (su) clase» a nivel ampliado en pos de la defensa de su interés: a nivel político y gremial, a nivel de los aparatos culturales y legislativo-reglamentarios, mientras actúa, con severa frialdad, negando radicalmente la proto-clase-campesina que labora y habita en sus predios, expulsándola y amenazando su vida y la de los suyos. Los patrones también vivieron, entonces, un momento importante de configuración de su conciencia patronal conquistadora, densificándose en cuerpos refortalecidos, contundentes, aglutinados a nivel nacional, entablando –a nuestro juicio– una abierta lucha de clases/terrateniente que se expresa en aquel acto de negación de su otro-trabajador campesino: negación de su «reconocimiento» (Hegel) como otra conciencia y como un-otro al que le asiste el derecho legal de constituirse como cuerpo-conciencia libre.
En suma, quisiéramos plantear que en la tierra chilena en tiempos del FPCh, se despliega una desigual «lucha de clases terrateniente / lucha por el reconocimiento campesino» : el propietario agrícola se manifiesta como una clase patronal propiamente tal, desencadenando una lucha de su clase contra el otro - cuerpo-conciencia-campesina que pugna, a su vez, por el reconocimiento de su vida y su libertad. Lucha desigual en la que el campesinado, al intentar ejercer su derecho social y legal, debe arriesgar su propia vida y la de los suyos: la clase patronal, al rechazar este ejercicio de derecho y de poder campesino, realiza una negación total y radical del mismo, especialmente en su figura inquilinal, despojándolo de su casa o de su habitar, echándolo a los caminos de la patria con sus mujeres, sus guaguas y sus niños como castigo.
La trama central a exponer intenta permitirnos asistir («historiográficamente») al momento crucial del nacimiento de una relación social consciente en el campo chileno , en la que, como nos enseña Hegel, una conciencia-dependiente-campesina se presenta de cuerpo visible y manifiesto frente a su otro: una conciencia-independiente-patrón con la que entabla una «lucha por el reconocimiento» de su propia condición de conciencia-cuerpo libre y autónomo. El movimiento hacia este reconocimiento comienza cuando «un individuo surge frente a otro individuo», rompiendo la pura certeza de sí, reconociendo al otro y autorreconociéndose a sí mismo en esta otredad. Relación de sí en el otro que es «al comienzo, desiguales y opuestos y su reflexión en la unidad no se ha logrado aún (...): una es la conciencia independiente que tiene por esencia el ser para sí, otra la conciencia dependiente, cuya esencia es la vida o el ser para otro: la primera es el señor, la segunda el siervo». Este reconocimiento de su condición de opresión desde su relación con el otro que le oprime, constituye un desafío que, arriesgando su vida y la de los suyos , gatilla el movimiento de la lucha por su liberación 8. Arriesgando su vida, sí… pues esta construcción de su conciencia-campesina como-cuerpos - sindicato le costará, casi, la vida: el des-alojo de la «tierra» o la expulsión de la tierra donde Somos.
Es este despertar de conciencia el que ha hecho que los fundos y haciendas chilenas se transformaran en campos de poder , donde se manifestó el ejercicio de fuerzas no solo provenientes desde el «amo» o el grupo propietario-dominante, sino también desde los «esclavos» o los grupos dominados-desposeídos 9. En última instancia, este campo de poder se manifestó críticamente a través del ejercicio radical y primario del poder-de-habitar 10: en el acto del desalojo patronal, arriesgando su propia vida el trabajador.
El patrón ha sucumbido a su miedo a la transformación del valiente «Roto Chileno» –hecho estatua gloriosa como héroe nacional en el centro de la ciudad capital– en «roto alzado», quien, a su juicio, amenazaba con destruir el orden social agrario. Es a este «roto alzado» el que el patrón desaloja, lanzándole, con guaguas y petacas, a los caminos públicos, arrancándolo de la tierra de sus raíces, infligiéndole nuevamente la herida de la toma de posesión por la fuerza. La negación radical del otro/roto-alzado toma la forma de su des-posesión de la tierrAmérica.
Según el filósofo M. Heidegger, alojar, entendido como «habitar», define el «ser» en tanto «ser-estar» sobre la tierra y bajo el cielo 11. Este habitar-ser tiene la doble dimensión: a) del cultivar como criar y cuidar, y b) del construir construcciones, en torno a las cuales se delimita el espacio de nuestro cuadrante vital. Este habitar es, antes que un lugar de trabajo, el lugar de alojamiento , donde nos enraizamos sobre el suelo de nuestras raíces y bajo las estrellas de nuestra noche, en el espacio espaciado por nuestros cultivos y construcciones. Des-alojar o des-habitar es negar al otro el propio ser como habitante sobre la tierra y bajo el cielo. En esto consiste el absolutismo del poder patronal hacendal: no tanto en la propiedad de la tierra en sí, sino que, a nombre de la propiedad de la tierra, en el dominio sobre el ser-del-campesino como mortal que habita la tierra bajo el cielo. Sobre este acto radical, consistente en el poder de negar el ser-habitar del otro, construye la clase patronal hacendal el fundamento de su poder histórico.
Esta política des-alojante en el plano agrario, si bien es una práctica que remite a un comportamiento conquistador-colonial, se vincula, al mismo tiempo, a la «necesidad» del capitalismo agrario en esa hora histórica de hacer ajustes para la maximización de su beneficio, lo que se expresará en un fenómeno de des-inquilinización que buscó liberar la tierra de regalía y/o de mediería para los fines económicos del capitalismo agrario, fundándose en una proletarización ampliada de la mano de obra. El capitalismo agrario de ese etapa exigía, en reemplazo del inquilino –que ocupaba tierra para su subsistencia familiar y para trabajo en mediería–, fuerza de trabajo proletaria, asalariada, sustentada con la ración de galleta y poroto, sin regalía de tierra. El inquilinaje había actuado históricamente como un «capital de reserva», el que ahora busca ser re-apropiado, generando una nueva acumulación de capital para el propietario, proceso de des-inquilinización económica que se realizó como despojo violento y des-alojante , es decir, como un castigo político: como un golpe de fuerza conquistador-neocolonial lanzado sobre los cuerpos campesinos como castigo por «insubordinación», aprovechando de reforzar, de este modo, el autoritarismo de clase-neoconquistadora-patronal como fin último.
En la negación a su otro-conciencia campesina, la clase patronal se niega simultáneamente a sí misma como autoconciencia libre, evolucionada, abierta al saber de sí misma reconocida por otro-libre, quedándose anquilosada en su miedo y su autoritarismo de conquistador: dependiente del otro-trabajador, debiendo parapetarse tras nuevas fortalezas y castillos, mostrándose empequeñecida tras sus fosas y puentes levadizos, sentada en los tronos parlamentarios de su reconquista, encerrada ante la faz de la historia… La negativa de la clase patronal a «reconocer» al campesinado como conciencia libre en la plenitud de su derecho impidió que esta lucha diera paso a una relación de personas o autoconciencias libres, bloqueando el positivo fluir de la historia de todos.
Aún más, a nivel de la sociedad-país, la clase terrateniente-conquistadora apuntó a des-alojar de la ciudadanía a aquellos intelectuales orgánicos que calificó como «agitadores», degradando la democracia y la nación. Respuesta re-conquistadora des-alojante –tomando a la nación como fundo propio– que tendió a afianzar y a consolidar el poder de la «clase-terrateniente-chilena», que asumió un rostro autoritario y antidemocrático.
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