Francisca García Guirado - Caminando juntos hacia la plenitud del amor

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Caminando juntos hacia la plenitud del amor, presenta un recorrido por la Sagrada Escritura a través del cual, se descubre el plan de Dios para el matrimonio y la familia. Un plan de amor y de plenitud. El cual, muchas veces se ve frustrado por las circunstancias personales y sociales, pero la palabra de Dios siempre ofrece esperanza y salida para esas situaciones. Es un libro fácil de leer, donde muchos matrimonios podrán encontrar claves para su vida conyugal y familiar.

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1SAN JUAN PABLO II. FC 3. 22-11-1981

PRIMERA PARTE

EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

Capítulo I

LOS ORÍGENES

1. El fundamento del matrimonio: La armonía conyugal originaria.

En el primer libro de la Biblia, en el Génesis, ya encontramos el proyecto de Dios para el hombre y la mujer: la armonía conyugal y la felicidad plena. Esta armonía y felicidad consisten en vivir en amistad y comunión con Dios, en vivir en paz cada uno consigo mismo, en vivir en amor y amistad el uno con el otro y, por último, en vivir en sintonía con la naturaleza. Lo vamos a ver a continuación, al desarrollar los textos de Génesis 1,26-30 y 2,18-25; ambos hacen referencia a la creación del hombre y la mujer y su destino en el mundo.

Estos dos relatos, aunque en apariencia son diferentes, no son en absoluto opuestos, al contrario, reflejan una misma realidad y son complementarios. Pertenecen a dos autores sagrados distintos, que han transmitido el mensaje divino de manera diferente. Este mensaje consiste en mostrar la armonía y felicidad originarias en que fueron creados el hombre y la mujer, y a la que estaban llamados a vivir para siempre.

Veamos con algún detalle ambos textos:

“Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Que tenga autoridad sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo, sobre los animales del campo, las fieras salvajes y los reptiles que se arrastran por el suelo (Gn 1,26).”

Ya en la primera parte del versículo, aparece la idea clave de la plenitud del amor que conduce a la felicidad.

Dios es Amor, nos dice San Juan (1Jn 4,8), y Dios crea al hombre a su imagen y semejanza, es decir como Él mismo es: Amor.

Dios habla en plural, “hagamos”, en una clara alusión a la Trinidad, a la comunidad de personas que constituye la esencia de Dios, un Dios amor que no es soledad, sino relación de Personas, que vive desde y en el amor: el Padre engendra al Hijo en el amor del Espíritu Santo. La Trinidad es, pues una comunidad de Personas cuya esencia es el amor. San Juan Pablo II dice: “Nuestro Dios, en su misterio más íntimo, no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia que es el amor. Este amor, en la familia divina, es el Espíritu Santo”. 2

Así también es la pareja del hombre y la mujer que se aman y engendran: reflejo del Dios creador, Dios uno y trino, Dios familia.

El matrimonio y la familia están arraigados en el núcleo más íntimo de la verdad sobre el hombre y su destino. La Sagrada Escritura revela que la vocación al amor forma parte de esa auténtica imagen de Dios que el Creador ha querido imprimir en su criatura, llamándola a hacerse semejante a él precisamente en la medida en que está abierta al amor.

“Dios los bendijo, diciéndoles: Sed fecundos y multiplicaos” (Gn 1,28).

En este versículo vemos cómo Dios les da a nuestros primeros padres un mandato: Sed fecundos y multiplicaos. Según el texto, la plenitud de la relación de amor entre el hombre y la mujer está en dar vida. Esto completa la idea de “imagen y semejanza de Dios”. Dios que es “el Señor y dador de vida”, que es la vida misma, quiere que su criatura más perfecta, la que es verdadero reflejo de su ser divino dé frutos de amor: los hijos. Esta fecundidad de la pareja humana es “imagen” viva y eficaz del acto creador divino.

La diferencia sexual que comporta el cuerpo del hombre y de la mujer no es un simple dato biológico, sino que reviste un significado mucho más profundo: expresa esa forma del amor con el que el hombre y la mujer se convierten en una sola carne, pueden realizar una auténtica comunión de personas abierta a la vida y cooperan de este modo con Dios en la procreación de nuevos seres humanos.

Por tanto, Génesis 1,28 indica la fecundidad matrimonial. Consiguientemente los hijos acogidos con responsabilidad y generosidad asegurarán la permanencia de la imagen de Dios en el mundo. Por ello podríamos decir que gracias a los esposos Dios puede seguir teniendo hijos.

De este modo, el hombre y la mujer, brotados de la fecundidad de la Palabra de Dios, podrán a su vez convertirse en cooperadores conscientes de quien es el único que tiene el poder para dar la vida. Y así, desde esta perspectiva es justo afirmar que el Génesis presenta el matrimonio como ordenado a la creación.

¡Maravillosa tarea! ¡Preciosa misión la encomendada a nuestros primeros padres y que se perpetúa siglo tras siglos en todos los matrimonios!

“Entonces el Señor Dios dijo: No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda adecuada… Entonces Dios hizo caer un sueño profundo sobre el hombre, y éste se durmió. Y Dios tomó una de sus costillas, y cerró la carne en ese lugar. De la costilla que Dios había tomado del hombre, formó una mujer y la trajo al hombre” (Gn 2,18-22).

En este segundo relato del Génesis la mujer es definida como una “ayuda” para el hombre, en una igualdad absoluta de diálogo; alguien que le complementa, su otra parte. Es como si un hombre fuese una parte incompleta, hasta que se une con su mujer:

“La narración bíblica de la creación habla de la soledad del primer hombre, Adán, al cual Dios quiere dar una ayuda. Ninguna de las criaturas puede ser esa ayuda que el hombre necesita, por más que él haya dado nombre a todas las bestias salvajes y a todos los pájaros, incorporándolos así a su entorno vital. Entonces Dios, de una costilla del hombre, forma a la mujer. Adán encuentra la ayuda que precisa: ‘Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne’ (Gn 2,23)”. 3

La mujer fue tomada de Adán del costado de Adán El Cardenal Gianfranco - фото 5

La mujer fue tomada de Adán, del costado de Adán. El Cardenal Gianfranco Ravasi, recogiendo un texto del Talmud judío, dice: “la mujer salió de la costilla del hombre, no la tomó de su cabeza, para ser su superior o de sus pies, para no tener que ser pisoteada, sino de su costado para estar en igualdad con él; un poco más abajo del brazo, para ser protegida, y del lado del corazón para ser amada”. 4Este es exactamente el propósito de Dios al crearla: que fuese la otra parte del hombre. Una vez más vemos cómo la armonía, el equilibrio, la belleza y perfección del ser humano está en su complementariedad, una complementariedad que forma una unidad, un nosotros.

“Y el hombre dijo: Esta es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne; ella será llamada mujer, porque del hombre fue tomada” (Gn 2,23).

Y vemos que, al contemplarla, el hombre expresa, maravillado, su admiración y entona el primer canto de amor: esta vez es hueso de mis huesos, y carne de mi carne. La mujer proviene del hombre, de su misma naturaleza, en igualdad de dignidad. Con ella no va a ejercer dominio, como con el resto de la creación (Llenad la tierra y sometedla), sino que va a convivir en amor y equidad.

Concluimos con estas bellas palabras del Talmud: “¡Tened mucho cuidado en hacer llorar a una mujer porque Dios cuenta sus lágrimas!”. Benedicto XVI dice que de la bondad del Creador brota el don del amor entre un hombre y una mujer. 5

Por tanto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y - фото 6

“Por tanto, el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. Los dos estaban desnudos, el hombre y la mujer, y no se avergonzaban” (Gn 2,24-25).

La reflexión de este texto la vamos a hacer de la mano de san Juan Pablo II, quien, como sabemos, dedicó muchas catequesis a la teología del cuerpo y al matrimonio.

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