El análisis de las dinámicas entre esos dos niveles administrativos revela que deben haber estado en conflicto continuo y creciente. Los oficiales de Samaria no sólo impusieron cargas tributarias excesivas al pueblo, sino que fomentaron el enfrentamiento entre los judíos y el imperio persa (Neh 5:4,14-19; Esd 4:6).
La comunidad judía de Jerusalén se sentía completamente insegura. Las relaciones con los samaritanos eran cada vez más tirantes y conflictivas. A su vez, ese fue un período en el que los árabes de la región se encontraban en un proceso de reorganización y reconquista. Sus incursiones militares en Transjordania hicieron que los edomitas se fueran de sus tierras y se ubicaran al sur de Palestina, hasta llegar al norte de Hebrón. Para los judíos esas no eran buenas noticias, pues tradicionalmente las relaciones entre las comunidades judías y edomitas no eran las mejores (Abd 1-14,15-21).
Con este marco histórico de referencia podemos identificar algunas de las causas de la inseguridad de la población judía de Jerusalén durante el reinado de Artajerjes I: la hostilidad continua de parte de los samaritanos, la enemistad con los edomitas que se acercaban, el desarrollo político y militar de Egipto, y las dificultades continuas con el imperio persa fomentadas por los samaritanos. Frente a esta realidad, la comunidad judía decidió reconstruir las murallas de Jerusalén y fortalecer la ciudad. Este fue el entorno político y social que antecedió la llegada de Nehemías a la ciudad de Jerusalén en el año vigésimo del rey (445 a.C.; Neh 2:1-10).
LA VIDA ESPIRITUAL DE LA COMUNIDAD JUDÍA
La realidad política, económica y social de la comunidad judía post exílica ciertamente afectó su condición moral y espiritual. Nuestras fuentes para descubrir, analizar y comprender esa dinámica interna del pueblo, luego de la inauguración del Templo de Jerusalén, son los mensajes proféticos contenidos en los libros de Isaías y Malaquías, y el material que se encuentra en las memorias de Nehemías.
Luego de la inauguración del Templo en el año 515 a.C., la comunidad judía adquirió un carácter de culto y religioso. Al percatarse que formaban parte de un imperio muy bien organizado y poderoso, reinterpretaron las tradiciones antiguas del Israel pre-exílico, a la luz de las nuevas realidades políticas, sociales y religiosas post-exílicas. Aunque el culto carecía de su antiguo encanto y esplendor, éste volvió a ser el centro de la comunidad judía.
La condición moral y espiritual del pueblo puede entenderse a la luz de las siguientes realidades: los sacerdotes hacían caso omiso de la Ley y ofrecían en sacrificio animales hurtados, enfermos, ciegos y cojos (Mal 1:6-14 ); la Ley era interpretada con parcialidad e injusticia (Mal 2:1-9); el sábado o día de reposo, que se había convertido en un importante símbolo del pacto o alianza durante el período exílico, no era guardado debidamente (Neh 13:15-22 ); la comunidad subestimó sus responsabilidades económicas, como los diezmos y las ofrendas, obligando a los levitas a abandonar sus responsabilidades referentes al culto para subsistir (Mal 3:1-10); la fidelidad a la Ley era cuestionada (Mal 2:11; 3:13-15); los divorcios se convirtieron en un escándalo (Mal 2:13-16); se engañaba a los empleados y se oprimía al débil (Mal 3.5); se embargaban los bienes de los pobres en tiempos de escasez y crisis o se vendían esclavos para pagar impuestos y deudas (Neh 5:1-5); y los matrimonios entre judíos y paganos se convirtieron en una seria amenaza para la identidad de la comunidad (Mal 2:11-16; Neh 13:22-27).
Ese era el contexto religioso, moral y espiritual de Jerusalén: una comunidad judía desmoralizada y desanimada, que permitía una práctica religiosa superficial, sin afirmar, entender, celebrar o compartir los grandes postulados éticos y morales de la fe de los profetas clásicos de Israel, tales como Isaías, Jeremías y Ezequiel, entre otros. Tanto la realidad política como las vivencias espirituales requerían cambios fundamentales, reformas radicales y transformaciones profundas.
EL LIBRO DE ISAÍAS Y EL ENTORNO SOCIAL DE LOS JUDÍOS
La dinámica social y la vida de la comunidad judía luego del exilio se relaciona con, por lo menos, cuatro grupos básicos: los judíos que regresaron de Babilonia; los judíos que permanecieron en Judá y en Jerusalén; los extranjeros que convivían con los judíos, particularmente en Jerusalén; y los judíos de la diáspora. La comprensión de las expectativas, necesidades y características teológicas de cada grupo, junto con el estudio de las relaciones entre ellos es fundamental para el análisis global o canónico del Libro de Isaías, pues la redacción final de la obra posiblemente se llevó a cabo durante el período persa en Jerusalén.
Aunque el Libro de Isaías contiene importantes profecías, poemas y narraciones que nacen en la actividad y la palabra del profeta del siglo VIII a.C., e incluye además magníficos poemas que ciertamente pueden relacionarse con el período exílico, la redacción final de la obra se puede analizar a la luz del regreso de los deportados a Babilonia a Jerusalén. El análisis de la sección final del Libro (Is 56—66), que es también conocida en círculos académicos como «la tercera sección del Libro Isaías», puede ser de gran ayuda para la comprensión de la redacción final de todo este tan importante libro profético.
Por la situación política y social de Judá, y la condición religiosa y espiritual de la comunidad judía en general, se generó en Jerusalén un conflicto muy serio en torno al futuro del pueblo. Los temas y asuntos básicos de la vida comenzaron a analizarse en el contexto en que vivían. El pueblo y sus líderes volvieron a ponderar las implicancias teológicas y prácticas del pacto y del éxodo; evaluando nuevamente la naturaleza misma de ser pueblo de Dios. ¿Qué significaba ser el Dios de la historia? ¿Cuál era la misión fundamental del pueblo de Dios en el mundo? ¿Significaría el juicio divino el rechazo permanente de Dios?
Se descubrieron, en la minuciosa y atenta lectura de Isaías (Is 56—66), dos grandes tendencias sociales, teológicas y políticas en la comunidad judía.
Por un lado, existía un grupo sacerdotal con características bastante definidas: controlaba el culto oficial en el Templo reconstruido y contribuía de forma importante al establecimiento de la política en los judíos de Judá y de la diáspora, mediante diálogos y negociaciones con las autoridades persas. Ciertamente este grupo, que muy bien puede ser caracterizado como «sacerdotal», era muy pragmático, realista y anti escatológico; estaba dispuesto a hacer prevalecer sus intereses a toda costa. En efecto, estaba preparado hasta para pactar con Persia si los acuerdos favorecían sus necesidades políticas y apoyaban sus programas religiosos en Jerusalén.
En contraposición al llamado grupo «sacerdotal», surgió otro relacionado espiritual y teológicamente con el profeta Isaías, y con otros profetas que continuaron la predicación y contextualización del mensaje de este. Se caracterizaba por afirmar y responder a las necesidades del pueblo y por tener una percepción más democrática del liderazgo religioso. Este segundo grupo, que podría catalogarse como «profético», representaba la oposición firme al sector sacerdotal tradicional en Jerusalén: el sacerdocio, para este singular grupo, se debía extender a toda la comunidad, y aunque mostraba una gran apertura hacia los extranjeros, los miembros de este grupo no estaban dispuestos a hacer componendas con el imperio persa. Particularmente importante para el grupo «profético» era el sentido escatológico que manifestaba, pues los miembros de la comunidad esperaban la intervención extraordinaria de Dios en medio de la historia.
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