Luisa Noguera - La lagartija

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Laura Gartija es una niña que se siente extraña en su casa: su mamá es su mamá, pero su papá vive en un marco y su otro papá, con el que vive, no lo es. Y ama a sus hermanas, pero no se parecen a ella. O eso cree. Para colmo de males, también es una extraña en el colegio: su afición a los insectos, que heredó de su papá (que era un gran científico), la convierte en un bicho raro y en víctima del matoneo y la marginación de sus compañeros. Todo es así hasta que alguien le pone a Lala el apodo de «La lagartija» y la niña se hace amiga de una lagartija de verdad. Estos hechos la llevarán a comprender y aceptar lo que es, y a descubrir nuevas dimensiones de sí misma, no sin sortear problemas con niños odiosos, niñas antipáticas y un bello proyecto de pantera.

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Tras la muerte del señor Gartija, la mamá de Lala se esmeró en construir los recuerdos padre e hija que el escaso tiempo juntos no les permitió almacenar. En la habitación de la niña puso sobre una repisa varias fotografías donde aparecían juntos: Lala recién nacida en brazos de su padre, perdida entre un gorro de lana que le quedaba grande y le cubría la cara hasta la nariz; Lala y su papá en un romántico retrato mejilla con mejilla, donde ya se destacaban los enormes ojos negros de la niña en su carita perfilada y pálida; Lala subida sobre los hombros del señor Gartija, cuando apenas era capaz de sostener derecha su cabeza, agarrada firmemente del cabello de su padre con unos deditos que se veían bastante largos para la mano de un bebé. Y, sobre la mesita de noche, en un lugar especial, permaneció siempre la fotografía de un hombre feliz que miraba sorprendido a un bicho enorme —con las alas verdes extendidas— que se había parado sobre su dedo índice.

Desde que la niña dio sus primeros pasos comenzó a recorrer el jardín con su - фото 5

Desde que la niña dio sus primeros pasos, comenzó a recorrer el jardín con su mamá, señalando con sus nombres científicos las flores y los insectos que encontraban. La señora Realpe los conocía perfectamente, pues fotografiaba para su marido las muchas variedades de insectos y pequeños reptiles que él estudiaba. Así, por ejemplo, el saltamontes de jardín era para la niña un celífero; la mosca común una muscidae; las mariposas, lepidópteros, y todos ellos conformaban “los bichitos de papá”.

Cuando la pena y la ausencia se hicieron soportables, tal vez el mismo espíritu del señor Gartija propició que las dos mujeres que más había querido no se quedaran solas, y la madre de Lala volvió a casarse con el señor Garzón, un hombre muy diferente a él, sumergido en los números y las cuentas —para que los insectos, los días de sol y los espacios abiertos siguieran siendo solo sus dominios—. Así, formaron una nueva familia de tres a la que llegaron, poco después, primero Sol y luego Alba, las hermanitas de Lala.

III

Lo que va creciendo adentro

Lala creció en un ambiente que definió su personalidad. Durante mucho tiempo fueron solo ella, su mamá y la tristeza, que tenía su propio espacio dentro de la casa; las acompañaba cada día, de manera silenciosa, sin llanto ni suspiros. Había lugar para risas y juegos, abrazos y sueños placenteros, pero inamovible y casi inadvertida, la tristeza seguía presente.

Laura sabía que el señor Garzón no era su padre, aunque no entendía lo que eso significaba. Por su parte, él nunca hizo diferencia alguna entre las tres niñas; sentía que todas eran suyas a pesar de que Laura no llevara su apellido. La quería mucho. Era imposible no hacerlo; la había conocido cuando solo tenía tres años, y su delicada figura, de una fragilidad aparente, despertaba en él ternura; sus enormes ojos negros, un poco apartados el uno del otro, lo miraban con fijeza; sus dedos, extremadamente largos y finos, casi a punto de quebrarse, eran siempre una caricia dulce.

Él le enseñó cómo anudarse los zapatos a contar y a andar en bicicleta A la - фото 6

Él le enseñó cómo anudarse los zapatos, a contar y a andar en bicicleta. A la niña le gustaba acurrucarse entre los fuertes brazos del señor Garzón para que le leyera con su voz profunda y ronca cuentos de monstruos y seres mitológicos —que eran sus preferidos—. Lala lo quería y lo llamaba papá, pero le causaba inquietud llamar del mismo modo al hombre que vivía en el marco de madera sobre su mesita de noche, desde donde no la miraba a ella, sino a un Cotinis nitida.

Era posible que el observar a diario la fascinación en el rostro del señor Gartija en aquella fotografía, hiciera que Lala, a diferencia de otras niñas, se sintiera atraída por los bichos de jardín. Por eso, cuando volvía a clase después del recreo, siempre llevaba en la mano algún insecto que había recogido del prado, como grillos, saltamontes o mariquitas. Eso espantaba a la mayoría de sus compañeras, razón por la cual no tenía amigas y ocasionaba peleas con los niños que casi siempre querían quitarle el bicho para aplastarlo, haciendo que Lala lo defendiera con determinación de hierro. A pesar de su corta estatura y su delgadez, había en ella una fuerza misteriosa que no se hacía evidente y, sin embargo, intimidaba a quienes querían molestarla. Mantenía una cordial relación con todos, pero, en realidad, siempre estaba sola.

Sin embargo, con el paso del tiempo, las cosas fueron cambiando. La niña comenzó a sentir un frío penetrante en el pecho y una opresión en el estómago al ver el estrecho vínculo que tenían sus dos hermanas y el señor Garzón. Era algo muy parecido a la relación de Lala con su mamá: un apego maravilloso que no puede explicarse, complicidad, confianza. Ese frío fue tomando fuerza y se extendió por sus brazos, su espalda, su cuello y su cabeza, incluso en los días más soleados.

Lala tenía ocho años, cuando todo se enredó.

IV

Preso en un marco de madera

Cuando sentimos que algo nos duele, por lo general ya lleva tiempo creciendo dentro de nosotros antes de hacerse notar. Es algo así como la gripe que entra a nuestro cuerpo cual virus microscópico, pero deben pasar varios días antes de que se manifieste en fiebre, tos y mocos.

Un día, comenzó a hacerse evidente un inusual mal humor en Lala. Venía del prado que rodeaba su casa, donde, después de llegar del colegio, le gustaba pasar un rato recostada sobre el pasto buscando la guarida de algún saltamontes, mirando cómo se acicalaban las moscas o tratando de contar las hormigas que marchaban en larga fila hacia su hormiguero. Sentados en las gradas de la entrada de su casa, el señor Garzón y su hermanita Sol hablaban animadamente.

Sol tenía cuatro años y era muy parlanchina. Estaba contándole a su padre acerca de un gato abandonado a unas calles del preescolar, un animalito negro, flacuchento y pequeño, con el pelo opaco y tieso que, ella aseguraba, se convertiría en una hermosa pantera negra al crecer.

—Papá —le dijo—, ¿imaginas lo que sería tener una pantera negra en la casa? Nunca, pero nunca, escúchalo muy bien, nunca ningún ladrón intentaría meterse. Podríamos recogerla ahora que es tan pequeñita, se va a encariñar con nosotros y ¡jamás intentaría comernos!

El señor Garzón se reía con cada cosa que su hija le decía, le hacía preguntas para que siguiera con su historia, que se iba haciendo cada vez más loca y parecía resumirse en que Sol quería adoptar al gato.

Los dos estaban absortos en su conversación, cuando Lala llegó y se quedó mirándolos a unos pasos de distancia. Su rostro se puso serio, aquella cosa rara que había comenzado a sentir en su estómago la oprimió con fuerza y las lágrimas se asomaron a sus ojos.

—Lala, ven —dijo el señor Garzón abriendo sus brazos al verla—, siéntate con nosotros.

Pero la niña apresuró el paso y entró a la casa, acariciando la cabeza de su hermana al pasar a su lado. Subió corriendo las escaleras, entró a su cuarto y cogió la foto del señor Gartija.

—¿Por qué no hablas conmigo? —dijo levantando el marco a la altura de su cara. Luego, se sentó en su cama y miró a lo lejos a través de la ventana.

Sentía un enorme enojo y no sabía contra quién no era contra Sol a quien - фото 7

Sentía un enorme enojo y no sabía contra quién: no era contra Sol, a quien quería mucho; ni contra el señor Garzón; ni contra su mamá; ni contra Alba, su hermanita menor que todavía hablaba a media lengua. Entonces entendió que su enojo era contra el señor Gartija, que no dejaba de sonreír dentro de ese tonto marco de madera.

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