Carmen Ollé - Retrato de mujer sin familia ante una copa

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Esta obra literaria puede considerarse como una novela híbrida, pues en ella se mezclan diversas fuentes como experiencias autobiográficas, relatos de ficción, reportajes imaginarios con materiales de índole ensayística y reflexiones filosóficas. Ollé experimenta con las formas narrativas y nos da un gran fresco, donde la soledad, la sexualidad y la literatura son los ejes que construyen el periplo de una escritora limeña, que inicia su recorrido cuando es estudiante en los años setenta, luego viaja por Europa y finalmente regresa a Lima.

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En «La carta del vidente», Rimbaud desarrolla su teoría sobre la poesía futura y hace pública su naturaleza ambivalente y escindida con la famosa frase «yo es otro». Escribe Rimbaud: «Porque yo es otro. Cuando la hojalata se despierta en forma de trompeta, no hay que echarle la culpa. Yo estoy presente al despertar de mi pensamiento, yo lo contemplo, yo lo escucho [...] Es un error decir: pienso. Habría que decir: me piensan». El célebre y enigmático «yo es otro» no es, sin embargo, exclusivo de Rimbaud. Antes que él, Petrarca enuncia «yo soy hablado y en el hablar asido». Y César Vallejo, mar y décadas de por medio: «A lo mejor soy otro». Casi por la misma época de Vallejo, el poeta norteamericano E. E. Cummings se pregunta, a su vez, irascible: «¿Cómo pretende el idiota que lo llama yo, entender a sus innumerables quiénes?». Y no olvidemos a Pessoa, con su: «Empiezo a conocerme. No existo».

El camino de Rimbaud es largo. Vagabundeó y se perdió en tierras inhóspitas. Hablar de Rimbaud es hablar de errancia, de malhumor, de histeria, y es que heredó del padre su naturaleza aventu­rera. El diagnóstico de los médicos: paranoia ambulatoria. Verlaine, sin embargo, utilizó una imagen más bella y precisa. Lo llamó «el hombre de las suelas de viento»3. Verlaine los describe así:

«Iba por las calles caldeadas con los ojos horriblemente desencajados y la boca abierta, como por hambres espantosas, mientras que sus manos se crispaban, a veces apretando el vacío, y otras, simulando caricias equívocas».

«El mundo se detuvo para mí el día que conocí a Arthur Rimbaud», confiesa Verlaine. «Era un joven de dieciséis o diecisiete años [...] alto, bien formado, casi atlético; la despeinada cabellera de color castaño claro y los ojos de un azul pálido inquietantes».

Pero Rimbaud abandona Europa y la escritura para siempre. La realidad también responde siempre con ironía: a Rimbaud le sobrevino la muerte en el momento en que, precisamente, iba a dejar de ser el gran maldito. Cargado de oro, pensaba casarse y convertirse en burgués.

1. «La paradoja del gato es un experimento mental propuesto por el físico alemán Erwin Schrödinger para explicar la naturaleza de las observaciones y predicciones de la teoría cuántica. Schrödinger propuso una caja que contenía un gato, una partícula radiactiva y un frasco de veneno. La partícula radiactiva tenía un 50% de probabilidades de desintegrarse en un plazo de una hora; si esto sucedía, el veneno se liberaba y el gato moría. La partícula y el gato constituían por lo tanto un sistema sometido a las leyes de la mecánica cuántica, ya que la suerte del gato dependía de la suerte de la partícula. Como para cualquier otro sistema cuántico, el gato y la partícula estaban descritos por una función de onda. La pregunta de Schrödinger era: ¿Está el gato vivo o muerto? Schrödinger afirmaba, siguiendo la interpretación clásica de la cuántica conocida como interpretación de Copenhague, que solo el hecho de observar el interior de la caja permitía que el gato viviese o muriese. Hasta el momento de darse la intervención de un observador externo, el gato estaba en un extraño estado vivo-muerto. Al abrir la caja y mirar, el observador colapsa la función de onda y determina la ocurrencia de un estado u otro.

»La paradoja de Schrödinger es considerada uno de los pilares de la interpretación de la mecánica cuántica: el observador es tan importante como el sistema que observa. Sin él, el sistema está indefinido entre cualquiera de las situaciones posibles. Esta visión del mundo de la teoría cuántica está profundamente conectada con la interpretación de los muchos mundos, según la cual, cada observación de la caja provoca la formación de dos mundos paralelos, uno en el que el gato está vivo y otro en el que el gato está muerto. Según dicha interpretación, a cada instante se genera un número infinito de tales universos».

Véase: www.ciencia-ficcion.com/glosario/p/paragato.htm

2. Jean-Arthur Rimbaud (1854-1891), poeta simbolista francés.

3. En «El histérico», poema de Paul Verlaine (1844-1896), poeta simbolista francés.

Vivir como un escalador de montañas

Para un escritor que se pretende universal, la pregunta cala hondo, en lo más sensible: ¿Cómo hacer para vivir como un escalador de montañas? El escritor no puede pretender vivir convocando la inspiración, ya que ella funciona como una máquina tragamonedas: cuanto más le echas, menos sale, hasta que un día vomita todo lo ingresado como manirrota, pero en beneficio de otro.

El escritor debe ser como el escalador de montañas: trepar hacia la cima bordeando los puntos ciegos, eludiendo la luz del sol –que resulta entorpecedora y le resta fuerzas–. El asunto no es solo de qué escribir sino cómo vivir.

Hay quienes viven de sí mismos, algo difícil de explicar, pero fácil de hacer. Ello consiste en escalar la montaña con la sola finalidad de decir que se la ha coronado, cuando hay que escalarla por el solo hecho de hacerlo y no necesariamente con la finalidad de llegar a la cumbre. Vanidosos como son, estos viven del parecer y no del ser, pero vivir para sí mismos es una trampa. «Aléjate de tu yo, mortifica tu ego», dice el anacoreta.

¿Tiene sentido escalar la montaña con el único fin de hacerlo? El sentido está dado por la necesidad o la neurosis compulsiva de arribar, de llegar a lo alto y clavar el asta de la bandera, para luego sentarse en una roca, recogerse y entregarse al goce de la vista panorámica en la que el escalador podrá ver sus pequeños pasos resistiendo el acoso del viento que intenta borrarlos.

El escalador de montañas se empeña en algo inútil que para él es placentero: llegar a la cima del nevado, desafiando a los elementos. De estos, el viento puede ser el más peligroso, porque remueve la nieve perpetua y provoca el alud. Para el escritor, sin embargo, este viento es favorable, la avalancha es favorable, vivir muriendo cada día es favorable. De otra manera no se entiende la locura en Dostoievski ni en Nietzsche ni en Rimbaud ni en Camille Claudel ni en Alejandra Pizarnik, autores con los que el escritor comparte el deseo de quemar sus naves.

Cobijarse en la bolsa de dormir, bien resguardado del viento, en lo alto de la montaña, no le garantiza el éxito al escritor. En este caso, puede desbarrancarse, morir de hipotermia o ser olvidado por sus contemporáneos y, finalmente, no haber llegado a la cima de la montaña. Pero llegar tampoco le garantiza nada, salvo el éxito. El éxito es algo completamente fútil una vez que se ha conseguido. Al fin y al cabo, la cima es una ilusión: cuanto más lejana, más bella, cuanto más inalcanzable, más próxima.

Siguiendo el rastro de un detective salvaje

De todo lo que queda impregnado en la memoria, no se sabe por qué razón la risa y el sonido de la voz humana marcan su territorio en un presente continuo. Si digo el nombre del detective al que voy a referirme, de inmediato escucho su risa y el timbre de su voz, entre atiplada y ronca.

Desearía situarme en el corazón de Arturo Belano1, que acaba de morir, dejando atrás una obra soberbia, relativamente voluminosa para su edad, 50 años, tiempo sumamente breve, sea visto en términos de lo infinito o desde lo finito de la Creación.

Belano murió y a mí me vino a la mente la época en que lo conocí en Barcelona, cuando él tenía 24 años. No recuerdo si en ese entonces Belano bebía, pero lo cierto es que murió por haber bebido en exceso: un problema al páncreas, otro al hígado. En las últimas fotografías tenía muy pronunciada la quijada, como si fuera a atravesar el papel de lo afilada que era. Para compensar todos esos años que no tuve contacto con él, compré, a su muerte, algunos de sus libros, los que pude obtener en librerías después de que los galgos cazafantasmas pasaron por ahí. «Escritor famoso muere de insuficiencia hepática», «Renombrado autor latinoamericano fallece a temprana edad y deja una importante novela inédita titulada 2666». No tiene sentido que reproduzca las frases elogiosas con las que lo despidieron los periódicos. Posiblemente Belano se ría de ellas desde el más allá. ¿Cómo he de encontrarme con Belano joven o el Belano adulto, el Belano enfermo de muerte?

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