Paloma Ortiz García - Preguntemos a Platón

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Algunas observaciones de Platón siguen siendo sorprendentemente actuales; otras, ayudan al debate y a la reflexión. La autora ha analizado el conjunto de sus diálogos hasta dibujar una línea de evolución: junto a la virtud —sin olvidar su contribución a la teoría del conocimiento— se alzan el amor y la política, ejes fundamentales de su pensamiento.
El resultado es un centenar de textos que dibujan el panorama de la vida intelectual y cultural de Atenas en los siglos V y IV, que tanto ha contribuido a configurar el mundo que conocemos.

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Prot. 325b-326 a

13

De mayores nos sirven de guía

las leyes de la ciudad

PROTÁGORAS.— Y cuando dejan a los maestros, la ciudad, a su vez, les obliga a aprender las leyes y a vivir con ellas como modelo, para que no actúen al buen tuntún a su antojo, sino que, sencillamente, igual que los maestros de letras a los niños que aún no tienen soltura para escribir les marcan por debajo las letras con un estilete y les dan la tablilla y les obligan a escribir siguiendo el trazo de las letras, así también la ciudad, al marcarnos las leyes, invención de antiguos legisladores virtuosos, nos obliga a gobernar y ser gobernados de acuerdo con ellas, y a quien se sale fuera de ellas, lo castiga. Y el nombre de ese castigo, tanto entre vosotros como en otros muchos sitios, es ‘enderezar’, puesto que la justicia endereza.

Así que, siendo tantos los cuidados respecto a la virtud en privado y en público, ¿te sorprende, Sócrates, y dudas de que la virtud sea enseñable? Pues no hay que sorprenderse por eso, sino que más habría que sorprenderse si no lo fuera.

Prot. 326 c-e

Entre los argumentos que Platón ponía en boca de Sócrates, el de la inexistencia de maestros de virtud le permitía deducir que la virtud no se puede enseñar, lo cual indicaba que la virtud no es un arte, una téchne, como tantas otras cuya enseñanza se había ido generalizando en el siglo v.

Pero aun así, es innegable que el aprendizaje de la virtud guarda cierta relación con los procesos cognoscitivos, de lo que concluye que si no es téchne ni epistéme debe de ser dóxa (opinión); y dado que es una opinión benéfica, debe de ser ‘recta opinión’ (orthè dóxa). Esa recta opinión sería lo que guiaría a los buenos políticos cuando rigen acertadamente las ciudades; como los vates y adivinos, esos políticos dicen muchas cosas ciertas, pero sin poder dar razón de ellas.

14

La virtud no es conocimiento,

luego no se puede enseñar

SÓCRATES.— Que la recta opinión y el conocimiento son cosas distintas me parece que no es que lo diga yo conjeturando, sino que si de algo diría yo que lo sepa —y lo diría de pocas cosas—, esta la pondría yo como una de las cosas que sé.

MENÓN.— Y sin duda hablas acertadamente.

SÓC.— ¿Y qué? ¿No está bien dicho esto otro, que cuando la opinión veraz señala el objeto de cada acción no obtiene peores resultados que la ciencia?

MEN.— También en eso me parece que dices la verdad.

SÓC.— Entonces, con vistas a las acciones, la opinión correcta tampoco es peor en nada ni menos beneficiosa, ni tampoco el hombre que posee recta opinión es peor que el que posee la ciencia.

MEN.— Eso es.

SÓC.— Y hemos estado de acuerdo en que el hombre bueno es beneficioso.

MEN.— Sí.

SÓC.— Entonces, puesto que los hombres buenos y beneficiosos para las ciudades, si es que los hubiera, lo serían no solo gracias al conocimiento sino también gracias a la recta opinión, y dado que los hombres no tienen por naturaleza ninguna de estas dos cosas, ni el conocimiento ni la opinión veraz, sino que son adquiridas[4]… ¿o te parece que alguna de las dos la poseen por naturaleza?

MEN.— A mí no, desde luego.

SÓC.— Entonces, puesto que no se da por naturaleza, tampoco los buenos lo serían por naturaleza.

MEN.— Desde luego que no.

SÓC.— Puesto que no se da por naturaleza, estuvimos investigando la cuestión siguiente, si se puede enseñar.

MEN.— Sí.

SÓC.— ¿Y verdad que nos pareció que se podía enseñar si la virtud era conocimiento prudente?

MEN.— Sí.

SÓC.— ¿Y que, desde luego, si se pudiera enseñar, sería conocimiento prudente?

MEN.— Ciertamente.

SÓC.— ¿Y que si hubiera maestros es que sería enseñable, pero que si no los había, es que no era enseñable?

MEN.— Así es.

SÓC.— ¿Y también estuvimos de acuerdo en que no había maestros de eso?

MEN.— Eso es.

SÓC.— Entonces convinimos que no se podía enseñar ni era conocimiento prudente.

MEN.— Desde luego.

SÓC.— ¿Pero estamos de acuerdo en que es un bien?

MEN.— Sí.

SÓC.— ¿Y en que lo que lidera correctamente es beneficioso y bueno?

MEN.— Efectivamente.

SÓC.— Y en que solo lideran correctamente estas dos cosas, la opinión veraz y el conocimiento, que el hombre que las posee lidera correctamente —pues lo que ocurre rectamente por algún azar no se debe al liderazgo humano— y que aquello con lo que el hombre lidera hacia lo correcto son esas dos cosas: la opinión veraz y el conocimiento.

MEN.— Así me lo parece.

SÓC.— Por tanto, puesto que no se puede enseñar, ¿la virtud tampoco es conocimiento?

MEN.— Salta a la vista que no.

SÓC.— Luego de dos cosas que son buenas y benéficas, una ha quedado excluida, y no sería lo que lidera en la acción política.

MEN.— Me parece que no.

SÓC.— Luego no es por cierta sabiduría ni por ser sabios por lo que lideraban las ciudades estos hombres, los de cuando Temístocles y los que mencionaba Ánito hace un momento. Y por eso tampoco son capaces de hacer a los demás como son ellos, porque no son así gracias a un conocimiento.

MEN.— Parece que es así como dices, Sócrates.

SÓC.— Luego si no es por conocimiento queda que sea por recta opinión. Sirviéndose de ella llevan rectamente las ciudades los hombres políticos, sin distinguirse en absoluto en punto a conocimiento prudente de los vates y adivinos, pues también estos dicen muchas cosas verdaderas estando poseídos por la divinidad, pero no saben nada de lo que dicen.

Men. 98 b-99 c

Cuando escribe la República Platón sigue aún ocupando su mente en la cuestión de si la virtud puede ser enseñada o aprendida, y afina los resultados: puesto que la virtud, aunque no sea conocimiento, se relaciona con los procesos intelectuales, parece correcto deducir que se aprende con el alma; y parece también que las virtudes nacen gracias a la práctica y la costumbre, salvo la prudencia (el ‘conocimiento prudente’ del pasaje anterior), ‘más divina’, que en su versatilidad lo mismo puede ser ‘útil y beneficiosa que inútil y perjudicial’.

15

Se aprende con el alma

SÓCRATES.— Respecto a ello entonces —dije— hemos de considerar, si eso es cierto, que la educación no es como algunos afirman que es cuando la prometen, que dicen que ellos ponen en el alma el conocimiento que antes no había allí, como si pusieran la vista en unos ojos ciegos.

GLAUCÓN[5] .— Así lo afirman —dijo.

SÓC.— Nuestro relato[6] —dije yo— indica que esa capacidad reside en el alma, así como el órgano con que cada uno aprende: igual que el ojo no es capaz de volverse de lo oscuro a lo brillante más que con todo el cuerpo, así hay que volverse con toda el alma, partiendo de lo que se genera[7] hasta que sea capaz de soportar el mirar hacia lo que es y hacia lo más brillante del ser. Eso decimos que es el bien, ¿verdad?

GLAUC .— Sí.

SÓC.— Por tanto —dije yo— el arte que le corresponde sería el del giro, de qué modo se volverá el órgano del alma lo más fácil y eficazmente posible, no para infundir en él la vista, puesto que ya la tiene, sino para que si no está en la dirección correcta ni mirando a donde debe, conseguir que lo esté.

GLAUC .— Así parece —dijo.

Rep. 518 b-d

16

Las demás virtudes nacen con la costumbre

y el ejercicio, pero en la prudencia hay algo peculiar

SÓCRATES.— Cabe la posibilidad que las demás llamadas virtudes del alma estén en cierto modo cerca de las del cuerpo —de hecho, aunque antes no residan en él se las puede hacer nacer allí mediante la costumbre y el ejercicio—, pero la prudencia da la casualidad de que es más divina que cualquier cosa, al parecer, porque nunca pierde su potencia, sino que por obra de sus virajes lo mismo se vuelve útil y beneficiosa que inútil y perjudicial. ¿O aún no te has percatado, en los llamados ‘malos pero listos’, de qué modo tan penetrante y agudo ve su almita aquello hacia lo que se vuelve? Porque no tiene defectuosa la vista, pero se ve forzada a servir a la maldad, de modo que cuanto más agudamente vea, más maldades lleva a cabo.

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