Paloma Ortiz García - Preguntemos a Platón

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Algunas observaciones de Platón siguen siendo sorprendentemente actuales; otras, ayudan al debate y a la reflexión. La autora ha analizado el conjunto de sus diálogos hasta dibujar una línea de evolución: junto a la virtud —sin olvidar su contribución a la teoría del conocimiento— se alzan el amor y la política, ejes fundamentales de su pensamiento.
El resultado es un centenar de textos que dibujan el panorama de la vida intelectual y cultural de Atenas en los siglos V y IV, que tanto ha contribuido a configurar el mundo que conocemos.

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Pero cuando hay que deliberar sobre algo relativo a la administración de la ciudad, se levanta y da consejo sobre ello lo mismo un constructor que un herrero, un curtidor, un comerciante, un armador, un rico, un pobre, un noble o uno de baja extracción, y a estos nadie les afea, como a los de antes, que, sin haberlo aprendido en ninguna parte ni haber tenido maestro alguno de ello, luego pretendan dar consejos. Y es porque está claro que creen que no se puede enseñar.

Pero no solo es así en los asuntos comunes de la ciudad, sino que tampoco en su vida particular nuestros más sabios y mejores ciudadanos son capaces de transmitir a otros esa virtud que poseen. Porque Pericles, el padre de estos jóvenes de aquí, los ha educado bien y acertadamente en lo que dependía de maestros, pero en lo que él mismo es sabio, ni los educa él mismo ni los pone en manos de algún otro, sino que van por ahí triscando como ganado suelto, a ver si espontáneamente alcanzan la virtud; o si quieres, el hermano menor de Alcibíades, aquí presente, Clinias, al que tutela ese mismo hombre, Pericles, que como temía por él, no fuera que Alcibíades lo corrompiera, tras apartarlo de este, lo educó poniéndolo en manos de Arifrón; y antes de que hubieran pasado seis meses, se lo devolvió, porque no sabía qué hacer con él. Y te puedo decir muchísimos otros que siendo personalmente excelentes ellos mismos, nunca hasta ahora han hecho mejor a nadie ni de los suyos ni de los ajenos.

Y en consecuencia, Protágoras, yo, atendiendo a esto, considero que la virtud no se puede enseñar. Pero al oírte decir eso, doy media vuelta y entiendo que estás diciendo algo de interés, porque considero que tú eres experto en muchas cosas; en muchas por haberlas aprendido y en otras por haberlas descubierto tú mismo. Y si puedes demostrarnos con mayor evidencia que la virtud se puede enseñar, no te hagas de rogar y muéstralo.

Prot. 319 a-320 b

LOS ARGUMENTOS DE PROTÁGORAS

Los argumentos aducidos por Protágoras poseen, igualmente, la fuerza que les aporta la evidencia: a nadie se le afean los defectos cuando le vienen de su natural, sino que lo que se critica es la ausencia de virtudes cuando se da por ignorancia o por falta de práctica. Y eso es porque se considera que la virtud se puede aprender. De hecho, los cuidados de padres y ayas tienen como objetivo guiar desde pequeño al niño hacia la virtud con las clásicas reconvenciones del “Esto se hace; aquello, no”. Y para concluir el argumento insiste: aun habiendo aprendido de nuestros mayores la virtud, en la edad adulta seguimos necesitando criterios que nos sirvan de guía para el desarrollo de una vida virtuosa; y esa es la enseñanza que nos aportan las leyes.

11

Todos los hombres participan de la virtud en cierta medida, pero aprenderla requiere atención y cuidado

PROTÁGORAS.— Para que no creas engañarte en cuanto que, de hecho, todos los seres humanos consideran que cualquier hombre participa de la justicia y del resto de la virtud política, acepta también esta prueba: en las demás virtudes, como tú dices, si alguien afirma que es un buen flautista, o lo dice de cualquier otro arte que no posee, o se burlan de él o se enfadan, y los suyos se le acercan y le regañan porque parece que está loco.

Pero en el caso de la justicia y la restante virtud política, si vemos a alguien que es injusto y si ese dice contra sí mismo esa verdad en público, lo que antes considerábamos sensatez —decir la verdad— aquí lo tenemos por locura, y afirmamos que es preciso que todos digan que son justos, tanto si lo son como si no, y que quien no guarda las apariencias está loco. De modo que necesariamente o nadie deja de participar de esa virtud o el tal no se cuenta entre los humanos.

Lo que afirmo es que con razón se acepta a cualquier hombre como consejero respecto a esa virtud, puesto que se considera que a todos les corresponde una parte de ella; por otro lado, que se considera que la virtud no se da por naturaleza ni espontáneamente, sino que puede enseñarse, y se presenta en quien se presenta gracias a cuidados, eso es lo que intentaré demostrarte después de esto.

Cuantos defectos consideran unos de otros los hombres que tienen por naturaleza o por azar, nadie se enfada ni regaña ni enseña ni castiga a quienes los tienen para que no sean así, sino que los compadecen. Como a los feos, bajitos o enclenques: ¿quién es tan insensato que intente hacerles algo así? Y eso es, creo, porque saben, que eso, las cualidades y sus contrarios, se dan en los hombres por naturaleza y por azar.

Pero cuantas buenas cualidades creen que nacen en los hombres gracias a la atención, la práctica y la enseñanza, si alguien no las tiene, sino que tiene los defectos contrarios a ellas, por esos sí se producen los enfados y los castigos y las regañinas. De esos vicios, la injusticia es uno y también la impiedad y, en general, todo lo contrario a la virtud política. Y ahí cualquiera se enfada con cualquiera y le llama la atención, y está claro que es en la idea de que puede adquirirse mediante cuidados y aprendizaje.

Y si quieres tener en cuenta el efecto que tiene el castigar a los que obran injustamente, Sócrates, esto te enseñará que los hombres piensan que se puede proporcionar la virtud, pues nadie castiga a los que obran injustamente centrando el pensamiento en ello y por el propio castigo, a menos que se esté vengando irracionalmente, como una fiera; el que intenta castigar con cordura, sin embargo, no está vengándose en razón del delito pasado —pues no conseguiría que la acción deje de haber sucedido— sino con vistas al futuro, para que no delinca de nuevo ese mismo ni otro que haya visto su castigo. Y quien toma en consideración tal idea piensa que la virtud puede enseñarse, pues castiga para disuadir. Y esa es la opinión que tienen cuantos castigan en público o en privado. Los demás hombres castigan y penalizan a aquellos de quienes piensan que están obrando injustamente, y no menos los atenienses, tus compatriotas.

De modo, según ese razonamiento, que también los atenienses están entre los que consideran que la virtud puede proporcionarse y ser enseñada.

Prot. 323a-324c

12

De niños nos enseñan la virtud padres y maestros

PROTÁGORAS.— Hemos demostrado que consideran que se puede enseñar, tanto en público como en privado. En la idea de que se puede enseñar y ser objeto de cuidados enseñan[3] a sus hijos todo aquello sobre lo que no pesa la pena de muerte si no se conoce, ¿y no les van a enseñar ni se van a ocupar con el mayor cuidado de aquello en lo que sus hijos, si no lo conocen o no se han ocupado de ello para la virtud, tendrían pena de muerte o de destierro y, además de la muerte, la expropiación de los bienes y, por así decirlo en resumen, la ruina familiar?

Has de pensar, Sócrates, que les enseñan y amonestan empezando cuando son niños pequeños y mientras viven. En cuanto comprende bastante rápido lo que se le dice, tanto la nodriza como la madre y el pedagogo y el propio padre guerrean por eso, por que el niño sea lo mejor posible, enseñándole en cada caso y señalándole, tanto en las acciones como en las palabras, que ‘esto es justo y aquello injusto’, que ‘esto hace bonito y eso hace feo’, que ‘esto es piadoso y aquello impío’, que ‘haz esto y no hagas aquello’. Y a veces obedece voluntariamente, pero si no, lo enderezan con amenazas y golpes como a un tronco de árbol que se retuerce

y se dobla.

Y después de esto, cuando lo mandan a los maestros, les encarecen mucho que se ocupen más de los buenos modales de los niños que de las letras y el tocar la cítara. Y los maestros se ocupan de eso, y cuando han aprendido las letras y llegan a comprender por escrito como antes de viva voz, se los ponen junto a sí en los bancos para que lean los poemas de los buenos poetas, y les obligan a aprenderlos de memoria, puesto que contienen muchas advertencias y muchas explicaciones y alabanzas y encomios de los hombres antiguos virtuosos, para que el niño, al envidiarlos, los imite y quiera ser como ellos.

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