Ramón Elejalde - Mijo, levántese que llegó Belisario

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Mijo, levántese que llegó Belisario: краткое содержание, описание и аннотация

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Anécdotas que constituyen retrato bello y pintoresco de una vida plena, bien vivida, adobada con música, amigos, familia, trabajo. Es, sencillamente, la vida que es como la urdimbre de andanzas. Los cuentos, con innegable tinte de fidelidad a los hechos, para nada parecen fraguados en una memoria acomodadiza. Elejalde hace gala, incluso, de un toque de humor para reírse de sí mismo. los sucesos constituyen fuentes apropiadas para la reconstrucción fidedigna de la vidorria cotidiana y política del país. Fragmentos de historia que no se podían perder.

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OTTO MORALES

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Contaba el amigo Juan Paz (Jairo León García) que hace unos años Evelio Ramírez Martínez, Bernardo Trujillo Calle, Hildebrando Marín, Guillermo Mejía Mejía, Sergio Trujillo Turizo y quien escribe, compartimos con Otto Morales Benítez un agradable almuerzo en el restaurante “Hatoviejo” de Las Palmas. Su carcajada, incomparable; su lucidez, envidiable; su buen humor, contagioso. Un aguacero cómplice prolongó la agradable tertulia y facilitó disfrutar de las más deliciosas anécdotas contadas por alguien que llevaba más de setenta años en la vida pública y fue ejemplo de rectitud y de sabiduría.

Nos narró el doctor Otto que en visita efectuada por él y Carlos Lleras Restrepo a la casa de Darío Echandía, cuando ese ilustre personaje ya se encontraba deteriorado por el alzhéimer, se dio el siguiente diálogo:

– Otto, le pido el favor que me acompañe a visitar al doctor Echandía, pues Cecilia tiene que atender unos compromisos urgentes.

El doctor Morales replicó que le parecía una visita inútil pues la salud del ilustre expresidente ya se encontraba tan maltrecha que difícilmente los reconocería. El doctor Lleras insistió y, ante tan obligatoria solicitud, los dos personajes se dirigieron a la casa del Maestro. Agrega el doctor Morales Benítez que su sorpresa fue mayúscula cuando al tocar la puerta salió el mismísimo Darío Echandía a recibirlos.

– A sus órdenes, en qué les puedo servir, dijo el Maestro con muestras evidentes de que no reconoció a los destacados visitantes.

Somos Carlos Lleras y Otto Morales, dijo el primero muy serio, a lo que Echandía contestó:

– No los conozco, pero sigan y se sientan.

Los encopetados visitantes atendieron la invitación y el doctor Echandía procedió a llamar a una persona que, por su aspecto, evidenciaba ser su empleada doméstica. Agrega el doctor Otto que por sus rasgos mostraba ser chaparraluna. Echandía, sumido en su profunda enfermedad, le dijo a su empleada:

– Cuídeme a este par de tipos que son un par de ladrones y de pronto se roban alguna cosa de la casa.

Ante semejante insinuación, el doctor Otto manifestó al expresidente Lleras, con el ánimo de bajarle tensión a la situación:

– Doctor Lleras, usted siempre le ha hecho caso al doctor Echandía, así que cojamos alguna cosa de la casa y vámonos.

Lleras, muy serio, le replicó a Morales:

– Ni en charla Otto, ¡ni en charla!

Y salieron bastante impresionados de la salud del expresidente, quien falleció a los pocos días.

El doctor Otto, caldense, cualquier día de su juventud fue al municipio de Génova, en cumplimiento de su función como presidente del directorio liberal de su departamento (hoy Génova hace parte del departamento del Quindío). Allá llegó donde el jefe liberal de la municipalidad, Pedro Pablo Marín Quiceno, ni más ni menos que el padre de Pedro Antonio Marín, o Manuel Marulanda, o “Tirofijo”. Lo buscó en la tienda de su propiedad. Estando allí, llegó su vástago, por esos días guerrillero liberal. Otto lo invitó a desmovilizarse y este le respondió: “No me desmovilizo. Esperen un poco para que observen lo que traen las mulas como cargas de esa montaña”. No obstante, las inquietudes de Otto y Marín Quiceno, esperaron un buen rato, al cabo del cual llegaron los animales con una espantosa carga: Los cuerpos de algunos dirigentes campesinos, de filiación liberal.

Como todos sabemos, Otto Morales fue Comisionado de Paz en el gobierno de Belisario Betancur. En tal circunstancia le correspondió varias veces visitar y conversar con los jefes guerrilleros, entre ellos con Manuel Marulanda, quien para entonces ya había cambiado de bando: había dejado las guerrillas liberales a la sazón desmovilizadas, y se había afiliado a las Farc. En un día de descanso, de los pocos que por la época disfrutó, estaba el maestro Otto viendo noticias con sus nietos. En un momento dado la televisión publicó una información de Manuel Marulanda, que fue recreada con alguna filmación vieja que mostraba al guerrillero; inmediatamente uno de los nietos del dirigente manifestó: “Mira, ése es uno de los amigos del abuelito”.

¿PUEDE UN DOMINGO CAER LUNES?

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Saúl Londoño Pineda era un paisa de pura cepa. Vivió desde niño en Uramita, un bello municipio antioqueño. Allí, aún de avanzada edad, le sacaba a una parcela de su propiedad el pan vivir y en ella permaneció desde tiempos lejanos. Saúl era un citadino que optó por la vida de campo desde que era joven y con ello se alejó de cualquier posibilidad de cultivarse en actividades diferentes. Inteligente, oportuno, buen contertulio, aguardientero y guasón. Saúl, generalmente, solía frecuentar los fines de semana el área urbana de su municipio; de lunes a viernes permanecía en su finca sacándole el sustento a la tierra y esos fines de semana los ocupaba nuestro personaje en vender los productos de su tierra, aprovisionarse de lo necesario para su vida campestre y en tratar de agotar las existencias de aguardiente en bares y cantinas.

Un sábado cualquiera, en las horas de la tarde, Saúl se topó con Domingo Ramírez, su amigo de siempre, y su ocasional compañero de libaciones, a quien invitó a un cafetín cercano al templo de la localidad. Departieron inicialmente al calor de un café y luego se apuran el primer trago. A ése le siguieron varios y, ya a la media noche, decidieron visitar un bar en las afueras del pueblo donde, amén de licor, encontrarían alimentación y dormida. Al amanecer del domingo siguiente los personajes de la historia lograron dormir un poco, pero se levantaron temprano y continuaron con el consumo de licor. Entre dormidas en la mesa de la cantina y libaciones, a Saúl y Domingo los cogió el lunes, que, por lo demás, era festivo. Muy alicorados, con varios trasnochos a cuesta, los dos decidieron iniciar una discusión que, en concepto de los demás presentes, no pasaba de ser “pelea de borrachos”.

Inesperadamente nuestras dos figuras se pusieron de pie, tambaleantes por efectos de tres días de licor y se manotearon sin mucha fuerza. En el forcejeo, Saúl logró lanzar al piso a Ramírez, quien cayó aparatosamente y quedó allí cuan largo era. Saúl, inmediatamente, se paró frente al caído y, guasonamente, lanzó la frase: “¡Hijueputa! Primer domingo que cae lunes”. Genial apunte que retrata al personaje.

Imposible terminar esta anécdota sin contar otra de la que fue protagonista principal un amigo de Saúl Londoño.

Samuel Vásquez fue, en sus años mozos, un operador de maquinaria pesada, con propiedad manejaba buldócer, retroexcavadoras y otros equipos por el estilo. Nació en Carmen de Atrato (Chocó), y por razones de su trabajo terminó viviendo en Frontino, donde se casó, formó y educó a sus hijos y aún vive, ya entrado en años. Mucha parte de su vida en este último municipio lo dedicó a laborar en un vehículo de servicio público de su propiedad. Samuel es un buen contador de historias, repentista, de respuestas rápidas e inteligentes, tomadorcito de licor en su juventud y persona apreciada por los habitantes del pueblo que le brindó hospitalidad.

Cualquier día, hace ya muchos años, Samuel cogió el vehículo de su propiedad para viajar a su residencia y decidió tomar una calle en contravía porque lo llevaría más rápido de regreso a su hogar. La decisión fue desafortunada pues a mitad de la vía se encontró con un policía de tránsito, quien le ordenó detenerse. El guarda se acercó e increpó al conductor: “Don Samuel: ¿no vio la flecha?”, indicándole que iba en contravía. Samuel en forma inmediata y seguramente en medio de algunas copas de licor, le respondió a la autoridad: “Amigo, no vi al indio, iba a ver la flecha”. El policía, que no estaba preparado para tan oportuna respuesta, se sonrió y lo autorizó a continuar. Hoy, esa respuesta, hace carrera en muchos lugares de Colombia.

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