Verónica Médico - Laberinto en Londres

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Laberinto en Londres: краткое содержание, описание и аннотация

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Sofi acaba de terminar el secundario y no sabe qué hacer con su vida, aunque los planes familiares parecen muy claros. Mientras tanto, viajar con Cata a Londres para estudiar inglés por tres semanas parece ideal. Pero en el viaje de ida, se pelea con su amiga y todo se desmorona, sus inseguridades aparecen. En medio de la crisis, conoce a Facu, quien la seduce desafiándola. Para estar con él, deberá aprender a dejarse llevar por sus pasiones. Juntos recorrerán los laberintos.

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—¿Qué sabés?

—Demostrámelo.

—¿A quién querés que bese?

Me tomó la mano:

—¿Vamos a bailar? —y me llevó a la pista.

No bailaba tan mal, pero seguía con esos jeans desastrosos. Pensé que con un cambio de look podría ser el modelo con el que había soñado. ¿No me estaría conformando con poco?

Me tomó de la mano y me hizo dar una vuelta por debajo de su brazo. Al girar vi a Cata que me miraba y se reía. Yo estaba haciendo el ridículo.

Me solté y me fui. Esta vez no me siguió.

Algo estaba fallando

Entré en mi habitación, abrí la valija y saqué al osito. Lo abracé, pero no sentí ningún alivio. Algo estaba fallando: ni el perfume ni el peluche podían consolarme.

Desde que había salido de Buenos Aires, había disfrutado un solo momento y había sido con Facu. Pero no me podía gustar él; no era mi tipo, no era como yo. Guardé el oso en la valija.

Le escribí a Mora: No sé lo que te contó Cata, pero es una tarada. Por suerte, borré el mensaje antes de mandarlo.

Entró Odile y me preguntó:

—¿Por qué lo dejaste en la pista?

—Me sentía una tonta dando vueltas. Todos me miraban.

—De la envidia, a las tías les mola Facu.

—¿Les mola?

—No te hagas la “boluda” —dijo haciendo las comillas con sus dedos, que entendiste bien.

—No sé qué le ven —disimulé.

—¡No te creo!

—Cata se reía.

—Está celosa.

—No puede tener celos de Facu, se levantó en el avión al chico más lindo que vi en mi vida.

—Capaz se reía de otra cosa.

Apostemos

Al día siguiente me metí en el aula de Odile y abrí el cuaderno de Facu. Estaba lleno de dibujos. Me hubiera quedado mirándolos, pero tenía miedo de que alguien apareciera. Mientras ella estaba en la puerta monitoreando que no viniera nadie, escribí apurada:

Sé que soy una desubicada y no sé cómo pedirte perdón. ¿Querés jugar a los dardos conmigo?

Si seguís con bronca, avisame y llevo el bearskin.

Estaba renerviosa porque no sabía si me dejaría plantada. Odile me iba a acompañar por las dudas. Era la primera vez que me sentía tan insegura frente a un chico. Me puse mi mini de jean Armani y una camisa blanca.

—Hola, viniste sin el sombrero —dijo tocándome el pelo.

—Os dejo que tengo que chatear —dijo Odile—, ¿así decís vosotros?

Asentimos con una sonrisa.

—¿Qué pasa? ¿Por qué os reís?

—Nos da risa que nos trates de “vosotros”.

—¡Que sois complicados! —y se fue.

—Gracias por venir —le dije a Facu.

Me miró a los ojos y, sin sonido, me dijo:

—Estás loca.

No era un insulto, todo lo contrario, parecía un “me gustás” disfrazado, incluso un “me gustás mucho”.

Sonreí.

—¿Jugamos a los dardos? —le pregunté.

—No pienso dejar que me destroces de nuevo. ¿Pool?

—Bueno —le respondí desafiante.

—Uhh, me vas a hacer bolsa, lo presiento.

—Mejor no apuestes.

—Decime en qué sos mala.

—Jamás.

—Creo que ya lo sé —dijo provocándome.

—Morite.

—Rayadas —dije luego de haber embocado una.

—Lisas.

—Obvio, es lo que te queda.

Yo estaba a punto de tirar y vi que se me abría el escote. Lo miré y estaba mirando mi pecho. Lo odié.

—Confesá, ¿para quién es el oso? —dijo.

Erré.

—¿Qué te importa! —me di vuelta y me abroché un botón más.

Cuando él estaba a punto de hacer su tiro, le dije:

—Vi tus dibujos —y me pareció que le daba vergüenza.

Ahora el juego era tratar de distraer al otro.

—¿Por qué me dejaste bailando solo?

No le respondí.

—No hace falta que te acuestes sobre la mesa —le dije—. Igual vas a fallar.

—Estoy esperando que vos te tengas que acostar con esa minifalda.

—¡Baboso!

—Podías haberte puesto un short.

—No sabía que íbamos a jugar al pool.

—¿Por qué te hacés la linda? —me dijo cuando pasaba de frente junto a mí.

El espacio era angosto y sentí la proximidad de su cuerpo que me atraía.

—Soy linda. ¿Querés que te regale el oso?

—Seguro —metió una—. ¿Decías?

—Una bola la mete cualquiera, ahora dos seguidas…

—Apostemos.

—Dale —respondí.

—Un beso.

—Tu única posibilidad de darme un beso…

—Entendiste mal. Si yo meto la bola, le das a un beso a alguien, sin explicarle nada.

—Pero si no embocás —dije—, le tenés que dar un beso a un hombre.

—Nooo. A cualquier chica, elegís vos.

—No.

—Arrugaste.

—No arrugué —dije—. Pero no me vas a usar de excusa para besar a una chica.

—La elegís vos. Podés elegirte.

—Ni loca.

—O podés besar a tu peluche…

Le pegué con el taco.

—¡Violencia, no! —gritó riéndose. Agarró el taco y me llevó hacia él.

El de Seguridad nos dijo que nos controláramos. Cata estaba mirando y me quise matar.

—Vos te lo perdés —me dijo Facu y metió la segunda bola.

—¿Qué me pierdo? ¿Tu beso?

—Te deschavaste: me ibas a elegir a mí.

—¡Ni loca!

Esta vez fui yo la que tenía que pasar por donde estaba él. Pasé de frente sin levantar la vista, sentí su perfume.

—¿Hugo Boss? —pregunté deteniéndome a su lado.

—Reconocé que estás muerta por mí —me dijo susurrando.

—¿Quéeee? Vos estás muerto —me tocaba el turno—. Correte —le dije para que no me viera mientras me reclinaba sobre la mesa.

—Esta postura sí que es sexi.

—Yo diría elegante, no estoy recostada, sino reclinada.

—Los chicos te lo están agradeciendo —señaló atrás mío.

Me di vuelta y me estaban mirando, me puse roja, golpeé la blanca con toda mi furia y metí la bola.

—Una bola la mete cualquiera —dijo imitándome—, ahora dos seguidas…

Metí otra.

—Ahora, tres seguidas…

—¡Cómo te gusta que te humillen!

—Pará, pará. Si metés esta…

—¿Qué vas a apostar ahora?

—Si metés esta… —dijo como evaluándome—, hago lo que quieras.

—¿Lo que quiera?

—Sí, cualquier cosa.

Metí la bola.

—¡Sí! —festejé—. Te cambiás esos pantalones.

—¿Vas a desaprovechar esta oportunidad solo para que me cambie los jeans? ¿No querés reconsiderarlo?

—No.

—Ok, si yo meto tres seguidas, mañana vas a clase con mi jean y te lo dejás puesto todo el día.

—Jaja. Nunca vas a meter tres seguidas.

—Arriesgate.

—Ok.

En un tiro metió dos bolas.

—Te van a quedar muy lindos —dijo mientras le ponía tiza al taco.

—No te hagas el profesional.

Estaba renerviosa, había una lisa justo al lado de la tronera. Era un tiro refácil. Cualquiera podía meterla.

—¿Nerviosa?

—Ni ahí. ¿Qué es lo peor que puede pasar? Que tenga que usar tus asquerosos jeans? —dije mientras me desabotonaba el botón de la camisa.

—¿Esa es tu estrategia? —me miró a los ojos, evitando mi escote.

—Sí —lo desafié.

—Los vas a amar —tiró y entró la bola.

Cuando salió de su habitación, estaba divino. Se había puesto un pantalón Príncipe de Gales, que tenía mucha onda, una camisa blanca. Y una sonrisa de sobrador insoportable.

—Acá están —me dijo—. Te odio.

Los agarré con asco.

—¿Por qué no me das los que tenés puestos? —le pregunté.

—Sabía que te iban a gustar, me disfracé de tu príncipe azul. Pero mañana te toca a vos disfrazarte de mí.

—Ja.

—Lo único que te pido es que me los devuelvas limpios.

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