Rueda de ratones
A las 20:37 horas, Juan salía de la empresa donde trabajaba. Había echado dos horas y media más de las que figuraban en su contrato.
Su trabajo consistía en llevar la contabilidad de una gran empresa de servicios de seguridad privada y alarmas. Era un martes por la tarde y estaba dando todo por esta sociedad limitada, que, además, le pagaba mal y a destiempo. Tengan en cuenta que eso de cobrar las horas extras era ficción, como considerar la existencia de que los siete enanitos fuerana miembros activos de la política internacional.
A sus 38 años, Juan era un hombre alto, corpulento, pero con una musculatura descomunal. Renegaba de tener una pareja estable y salía los sábados por la noche como un cazador al acecho de damas incautas.
Juan estaba obsesionado con su cuerpo, padecía de vigorexia. De lunes a sábado se reventaba levantando peso, usando máquinas monótonas y corriendo en una cinta donde no avanzaba nada. Se ciclaba para intentar aumentar el volumen de sus músculos. Su existencia era la rueda de un hámster y siempre quedaba inmóvil, en el mismo lugar, sin avanzar.
Su vida consistía en: despertarse, desayunar, trabajar, comer, trabajar, trabajar, trabajar, batido de proteínas, trabajar, pinchacito, gimnasio, gimnasio, gimnasio, pastillita, gimnasio, ducha, cenar, salir con amigos, follar cuando podía y dormir. Siempre lo mismo, atado a su rutina, como todos los mortales. Amigos, somos como Juan, vivimos agobiados, acosados, estresados, cansados y sin avanzar, como un hámster en su rueda. Somos esclavos de todo, al menos no lo seamos de nuestro cuerpo.
VII
NIÑO NO ATADO A UNA SILLA, NO ATADO A NADA
El maestro de educación especial que llevo dentro susurraba en mi mente ¿Quieres ser un ejemplo en esta vida? Fíjate en tu alumno estrella.
Era enero, “joder, -pensaba mirando la hora-. Me toca vigilancia de recreo. Ello conlleva: Frio, chillidos de críos descerebrados, trifulcas insustanciales entre ellos, pilla pilla, partidos competitivos de fútbol... mientras yo, pensando y sintiendo la humedad murciana en cada uno de mis huesos”.
Entre un revoltijo de niños y niñas sucedían hechos donde debía intervenir en mi rol de maestro, como si fuera un funcionario en un patio de prisiones. Recuerdo que decía:
“ J, no tires el bocadillo, M no juguéis a las peleas, S castigado, quédate cinco minutos en el banco y te relajas. F. no te enfades que ha sido falta...”
Paseando por el patio de grandes dimensiones no hacía otra cosa que mirar el reloj que parecía parado, “¡Cuánto frio, leche!” -Me decía cabreado-.
Los moscos caían por mi nariz de forma líquida, y yo, sin un puto pañuelo a mano. Miré por todos lados, me escondí detrás de un árbol y como un adulto que se retrotrae a la infancia, me limpié con la manga como hacía de niño. En ese momento sonreí y recordé mi abuela Carmen, que me regañaba de niño al hacer ese gesto fuera de todo decoro e higiene.
Entre estos pensamientos, me fije en A. Iba en su silla de ruedas. Tapado con una manta. La hacendosa Asistente educativa le daba su almuerzo. A no podía ni acercarse ya la comida o la bebida a la boca. Su enfermedad degenerativa lo estaba paralizando poco a poco. “Menuda mierda de vida”- decía para mis adentros-.
Me acerqué al banco viejo de madera, mal pintado, que servía de refugio de mis niños especiales en el momento del almuerzo. Entonces, mis gilipolleces internas se pararon al ver a mi A, este me miró, puso cara de lucha, levantó levemente sus manitas como invitándome a que lucháramos. Mi corazón dio un vuelco, me acerqué a él, levanté mi brazo de adulto entrenado y le golpee lentamente, él paro mi ataque y con toda su inexistente fuerza me dio en la muñeca.¡AHHHH! , grité fingiendo un gran dolor. - “ A se lo voy a decir a mi mamá que me has pegado y me has roto la mano, vas a ir al director a que te ponga un parte.
Los ojos siempre felices de este nene me miraban con fuerza.
- No juegues conmigo si sabes que no vas a ganar jajajajajajajajaja.
Suena el timbre, el recreo ha acabado y me marcho contento. Otra vez más mi alumno estrella me ha sacado una sonrisa entre el ambiente hostil de un patio de primaria.
Reflexión: con frio puedo moverme, me gotea la nariz y puedo sonarme, tengo sed; camino hacia mi agua, abro el tapón, pongo la botella en mi boca, bebo. Me pica la nariz, el pelo, el hombro, el culo y me rasco sin problemas. Me meo, me cago y voy solo al aseo. A no puede, pero es agradecido, cariñoso, bromista, aplicado, muy educado. A es el puto amo. Estoy contento, puedo aprender de un niño de ocho años más que de cualquier sesudo universitario.
Gracias A por hacerme tan feliz cada día y cada vigilancia de patio.
Deseo de corazón que tu vida se alargue todo lo posible, sin dolor. Me has demostrado en estos tres cursos como ser feliz. Tu cuerpo se apaga, pero tu sonrisa, tu luz se intensifica, haciéndonos felices a todos los que tenemos la suerte de conocerte y de vivir experiencias vitales contigo.
A, siempre te llevaré en el rincón de mi mente donde se manifiesta el amor y la admiración.
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