Tal vez no nos dé tiempo a erradicar estos peligros antes de que nuestros niños y niñas lleguen a la adolescencia, pero estamos a tiempo y es el momento de educar igualitariamente. Si lo hacemos, en el caso de que nuestras criaturas se tropiecen con estos peligros, estarán protegidas, sabrán cómo actuar y no las dañarán permanentemente.
Además, educarlos igualitariamente es la garantía de que ni ellos ni ellas serán generadores de dañinos comportamientos sexistas. Si lo hacemos cuando a un chico un amigo le pida que se sume a insultar y a humillar a una chica por haber tenido varios novios, este no lo hará. Si lo hacemos, cuando un amigo le diga que conduzca borracho porque no hacerlo es de «nenaza», este no lo hará.
Los datos respecto a esta cuestión son contundentes: en España el 80 % de las muertes en carretera son de chicos y/o hombres; realidad que se repite una y otra vez, año tras año. Aquí podéis analizar los datos de 2018 1 .
En el periodo comprendido entre el 1 de enero y el 22 de octubre de 2019 y 2020 encontramos estos datos:
Fallecidos |
2019 |
2020 |
Hombre |
723 |
589 |
Mujer |
164 |
119 |
Se desconoce |
-1 |
4 |
Total |
886 |
712 |
De nuevo, la proporción de hombres es muchísimo mayor 2 .
Si educamos igualitariamente, cuando a una chica su novio le diga que la quiere mucho y que por eso ella tiene que dejar de ver tanto a sus amigas y tiene que dejar de estudiar para estar con él, ella se dará cuenta de que esto no es sano y le dejará antes de que la situación sea más dañina o peligrosa. Si lo hacemos, cuando un chico con el que nuestra hija ya ha empezado a salir le diga que tiene que realizar una conducta sexual que ella no quiere realizar con el argumento «las mujeres tienen que satisfacer a sus parejas» o «hay un montón de chicas que, si tú no aceptas, estarán deseando hacerlo conmigo», a ella le será más fácil decir que no.
Si todos contribuimos a educar igualitariamente (padres, madres, familiares, profesorado, monitores de deporte, profesionales del ámbito de la salud, medios de comunicación), por fin llegará ese día en el que ya no existan niños que se acaben convirtiendo en hombres que intimidan con comentarios obscenos a las adolescentes y a las mujeres por la calle, o que agreden sexualmente a las mujeres. Existe la violencia contra las mujeres porque hay hombres que la ejercen y existen esos hombres porque hay una sociedad que los genera. No lo olvidéis, esos hombres fueron niños que no nacieron así, fueron vidas que, en algún momento, aún estuvieron a tiempo de ser dirigidas hacia el respeto y no hacia la violencia.
Si todos y todas educamos en igualdad, estaremos más cerca del fin de un dañino mundo diferenciado. Llegaremos a una vida en la que cueste recordar que a las mujeres se nos decía que éramos un peligro al volante, que a los bebés los cuidaban solo las mujeres, que los puestos de poder eran casi exclusivamente para los hombres... Igual que ahora nos cuesta recordar que en nuestro país hubo un tiempo en el que las niñas no tenían derecho a estudiar, ni las mujeres a votar, ni a abrir una cuenta corriente en el banco, etc.
Este libro pretende dar claves para poder llevar a cabo esta educación igualitaria y para que, aplicándolas, estemos más cerca del fin de este mundo dañinamente diferenciado que nos hiere a todos: a nuestros niños, a nuestras niñas y a los hombres y mujeres que serán mañana.
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1 http://revista.dgt.es/es/noticias/nacional/2019/01ENERO/0103-Presentacion-balanceaccidentes-2018.shtml
2 http://www.dgt.es/Galerias/seguridad-vial/estadisticas-e-indicadores/accidentes-24-horas/2020/Octubre/VIA_DESP_GEN_EDAD_-2020_10_22.pdf

AZUL Y ROSA. NIÑOS Y NIÑAS,
¿SON DIFERENTES O LOS HACEMOS DIFERENTES?
Oprimidos los hombres, es una tragedia.
Oprimidas las mujeres, es tradición.
Letty Cottin
2.1DESDE EL PRINCIPIO CREAMOS DIFERENCIAS ENTRE NIÑOS Y NIÑAS
Como explicábamos en el anterior capítulo, durante la casi totalidad de nuestra historia se ha considerado tan cierto como que el sol sale de día y la luna de noche que hombres y mujeres no son iguales. Se ha considerado a las mujeres delicadas, amorosas, sensibles, frágiles, emotivas, tranquilas, etc. O, al menos, con estos atributos significativamente más marcados que los hombres. Se creía que estas características venían determinadas genéticamente por el hecho de nacer mujer, es decir, que una vez se gestara un cigoto XX, este se desarrollaría creando un individuo con tales cualidades. En el caso de los hombres, se consideraba que nacer XY implicaba el desarrollo de un individuo fuerte, intrépido, valiente, inteligente y especialmente dotado para trabajar fuera de casa, manejar el poder, y organizar y participar en asuntos políticos, económicos y científicos.
Se validó que hombres y mujeres eran diferentes de esta manera. Que el hecho de ser hombre permitía desarrollar las capacidades relacionadas con la fuerza, la inteligencia y el desempeño social significativamente mejor que las mujeres y, por tanto, eso significaba ser más apto para el mundo fuera de los confines de una casa. De manera contraria, se validó que las mujeres eran notoriamente mejores para desarrollar las capacidades relacionadas con la gestión de las tareas limitadas por los tabiques de una casa. Seguro que, en alguna ocasión, habéis escuchado comentarios que ponen esto de manifiesto. En mi caso, he crecido con una abuela que, cada vez que mi hermano y yo teníamos que colaborar a la hora de la comida, me decía: «Sí, si tu hermano también lo puede hacer, pero mejor prepara tú la ensalada y pon tú la mesa; una mujer siempre lo va a hacer mejor». Este tipo de comentarios derivan en que a la niña se la sitúe en la cocina ayudando con las tareas domésticas y al niño se le sitúe fuera de la cocina jugando, leyendo o corriendo por la calle mientras las mujeres cocinan y preparan la mesa para él.
Estas consideraciones dadas durante tanto tiempo como verdad universal aún están presentes en el fondo —y, a veces, no tan en el fondo— de nuestro cerebro y, por tanto, ejercen una influencia en nuestra manera de percibir, interpretar y explicar la realidad.
Parte de nuestra realidad son los niños y las niñas, por lo que estas consideraciones influyen también en cómo los definimos a ellos y a ellas. Estas premisas despiertan un mecanismo con el que los clasificamos, un mecanismo con el que definimos y explicamos sus conductas: el etiquetado diferenciado automático, como me gusta denominarlo. Pongamos un ejemplo. Un bebé niño de un año y dos meses, que ha aprendido a andar recientemente, está con un grupo de adultos y no para de moverse. Su madre dice: «Es que está que no para desde que ha aprendido a andar, todo el día así, me tiene reventada». Uno de los adultos del grupo le responde a la madre: «Claro, mujer, ya se sabe que los chicos necesitan mucho movimiento porque son muy inquietos, si tuvieras una niña eso no te pasaría, sería más tranquila». Este es un ejemplo de cómo opera el mecanismo de etiquetado diferenciado automático de este adulto. Rápidamente, sin reflexión, de manera automática, este adulto ha puesto una etiqueta al comportamiento del bebé y al porqué de su comportamiento, basada no en variables propias de ese bebé, sino en estas creencias históricas sobre lo que supone ser un individuo XY.
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