No quiero decir que no
cuando me buscas en la noche,
como un niño temeroso de la oscuridad.
Miradas (i)
Tu mirada no me conoce
porque no sabe de mí,
tu mirada no me reconoce
porque nunca hizo por verme.
Paso, constantemente,
invisible ante tus ojos.
Tu mirada me habla de incertidumbre,
provocada por la ignorancia.
¿Me temes? Me evitas
en un terror hacia lo desconocido,
hacia lo diferente.
Mírame desde dentro,
no somos tan distintos,
guardamos el mismo miedo.
Palabras
Me brotan las palabras a veces sin sentido;
las libero sin pensarlo dos veces,
como un autómata, en un impulso loco y fecundo.
Es un borboteo silábico
efervescente,
que fluye, no se sabe de dónde ni hacia dónde.
Se escapan, se escurren en tropel incesante.
Se mezclan, se confunden, se fusionan y,
otras veces, eclosionan
en un verso blanco,
como en un gran orgasmo lingüístico,
para terminar en un suspiro profundo y placentero.
Encina
Un árbol solo
mira la inmensidad,
la tarde verde.
Centenaria en tu soledad,
el cielo te acoge en sagrado,
vigía sobre un verde mar,
con olas de fresca hierba
que mece una brisa estática.
Paisaje artificial de cuento
con final feliz.
En ti comienza y acaba el paisaje onírico,
bella, soleada, lejana.
¿Dónde fueron los pájaros y los niños?
Se olvidaron de ti,
te dejaron sola en la inmensidad del campo.
Amapolas
Puntos rojos marcados en un papel
sobre minúsculas líneas verticales verdes.
Lápiz carmesí, de punta roma
por la contundencia del trazo.
¡Nunca soñé un paisaje infantil sin ellas!
Campo tupido de amapolas.
Hermosos labios que besan en silencio
los verdes prados: amapolas.
Encarnado cuadro de vital color.
Rojo, fuego de la pasión desterrada.
Rojo, sin connotación política, o con ella.
Rojo, sangre del campo que exhala sudor y vida.
Mar
En el azul marino de las profundidades,
donde duermen los sueños enroscados en las algas;
allí, donde la luz apenas se abre paso
y las rocas engullen sus misterios,
descansan los besos perdidos.
Campo rectilíneo
Naturaleza artificial, geométrica,
como un gran juego de mesa.
Las piezas colocadas en perfecta armonía
en un campo segado y ocre.
El tiempo se ha parado,
la partida aún no ha comenzado.
Pero a lo lejos la vida sigue
en su continuo ajetreo.
Nana del mar
El vaivén de tus olas me acunan
en una húmeda nana.
El ruido del mar me canta
canciones de marineros,
y tu espuma me acaricia
en un sensual recuerdo.
¡Madre, déjame ver el mar,
que quiero verlo!
¡Madre, llévame a ver el mar,
para cogerlo
y guardarlo en cofre de oro
junto a mis sueños!
El tren
En minutos te has perdido,
te tragó el horizonte
en un adiós inexpresivo.
Rostros anónimos,
apenas dibujados tras un cristal,
unidos por igual destino,
convergiendo en un punto del plano.
Fuera, el campo se estremece
aún después de tu ausencia,
y, como un diapasón,
vibra el mudo y férreo sendero.
Un grano
Un grano,
todo se reduce a un grano,
un grano en un granero.
Una pequeña meta,
una pequeña ilusión,
un pequeño avance,
un gesto, una sonrisa,
una lágrima.
La vida en un segundo,
un grano en un reloj de arena,
un breve instante de felicidad o tristeza.
Sol de infancia
Recuerdo tu sol,
diferente a otros soles.
Sol de tarde de domingo,
sol de infancia en la huerta de algodón.
Las caras como rojas manzanitas,
la risa sonora,
algarabía de niños.
Y las madres oteaban el horizonte,
mientras tejían, al sol,
sus sueños de juventud.
Motivos
¿Se tienen motivos para morir?
La muerte nos atrapa sin más.
No avisa y, si lo hace,
no nos damos por avisados.
Siempre dejando cosas inacabadas,
cabos sueltos.
Se quedan tantas palabras sin decir,
tantos labios sin besar,
tanta gente sin conocer,
tanto por hacer...
La muerte quiebra, sin piedad, la frágil armonía
que la vida ha ido construyendo poco a poco.
¿Hay algo más absurdo que la propia muerte?
¿Se tienen motivos para vivir?
Una lista ilimitada de pequeñas cosas forma una vida:
la sonrisa de un niño,
un gesto amable,
el trabajo bien hecho,
una mano amiga,
el amor incondicional...
Una canción,
una caricia,
un proyecto,
una ilusión,
los atardeceres...
Miradas (ii)
Solo cuando me hables,
creeré en tu mirada,
solo cuando me mires,
creeré en tus palabras.
Y cuando me sonrías,
estaré viendo tu alma.
Chumbera
Árida se pinta tu estampa,
aunque en flor de primavera,
hueles a verano, a sol seco,
a pregón y a espinas,
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