J. I. Packer - Los planes de Dios para su vida

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A veces nos cuesta aceptar la promesa de esperanza de Dios. Sabemos que sus palabras son ciertas y, sin embargo, luchamos para soportar las pruebas que enfrentamos a diario. A causa de la dificultad que tenemos para confiar en los planes de Dios para nuestro futuro, nos apartamos del camino y, en medio de las distracciones de la vida cotidiana, pronto nos olvidamos de él.
Mediante este libro, J. I. Packer alberga la esperanza de poder establecer en nosotros la certeza de que, a través de todos los altibajos de la vida, Dios nos está guiando en forma providencial a algo por cierto espectacular. A través de las dificultades con las que nos topamos, la guía que buscamos, la santidad que deseamos, Dios está allí. En medio de cada lucha y placer, desilusión y júbilo, Dios está con nosotros.
Por medio de una amplia gama de temas como estos, Packer nos ayuda a reconocer principios bíblicos importantes y a tomar decisiones con sabiduría. Este libro nos muestra cómo podemos percibir y sentir la vida cuando la vivimos con fe en un Dios soberano con planes soberanos. Y cuando veamos las maravillas que Dios anhela para nosotros, sabremos que sólo él puede colmar nuestro futuro de esperanza.
"Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza" Jeremías 29:11.

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La exposición de esta respuesta nos obliga a decir que no conocemos a Dios, ni conocemos a Cristo, hasta el momento en que la experiencia crucial de Isaías comienza a convertirse en una realidad de nuestra vida. Por tanto, Isaías 6 no posee únicamente un interés histórico como el relato de un gran hombre de qué fue lo que estableció la dirección de su propio ministerio. El pasaje es importante para todos. Su contenido sirve como lista de control de las percepciones conscientes que indican si nos hemos encontrado verdaderamente con Dios o no. Es necesario que entendamos lo que Isaías aprendió por medio de su visión.

Él vio la visión en el templo. ¿Qué estaba haciendo allí? La frase de apertura del primer versículo del capítulo 6 nos da la respuesta: “El año de la muerte del rey Uzías”. Uzías había reinado durante cincuenta y dos años, pero ahora se acababa de morir o estaba por morirse, y éste era un acontecimiento traumático, aun para Judá. Judá se encontraba bajo presión política. Poderosos enemigos, concretamente los asirios renacientes, vivían justo al otro lado de la frontera. Había mucha ansiedad con respecto al futuro. Traumas de todo tipo impulsan a la gente a orar, y es natural suponer que Isaías se encontraba en el templo para orar sobre el futuro de su pueblo.

El hecho de que éste es el capítulo 6 de la profecía, no el capítulo 1 donde Isaías nos cuenta que la palabra del Señor le vino durante el reinado de Uzías así como de los reinados siguientes (véase 1.1), sugiere que él ya era un profeta activo. Es posible que la razón que lo condujo al templo en esta ocasión fuera el deseo de saber lo que sería ahora su mensaje al pueblo. A pesar de que no es posible comprobarlo, parece probable y lo supondremos en lo que sigue.

Uzías, como lo enfatiza 2 Crónicas (véase 26.8, 15-16), había sido un rey poderoso, bajo cuyo reinado Judá había disfrutado seguridad y prosperidad. Ahora su reino pasaría a su hijo Jotam, quien tenía alrededor de veinticinco años. Nadie sabía qué clase de rey sería Jotam. Por esa razón, todo Judá, incluyendo a Isaías, debe haberse sentido ansioso en cuanto al bienestar de la nación. Cuando Isaías entró en el templo, eso es lo que imperaba en su mente. Pero Dios se mostró a Isaías de tal manera que obligó al profeta a pensar sobre sí mismo y su propia relación con Dios en una forma nueva.

Demasiado a menudo pensamos que Dios está simplemente allí para ayudarnos. Buscamos que nos otorgue dones y fortaleza para poder soportar las presiones externas cuando la verdadera necesidad es enderezar nuestra relación distorsionada con Él. Es gracias a su misericordia que Él toma medidas enérgicas contra nuestros intentos de utilizarlo para nuestros propósitos y nos impulsa a poner lo primordial primero. Sin embargo, dicha misericordia puede tener un aspecto temible, como lo descubrió Isaías.

En una visión, Isaías vio la santidad de Dios. Vio al Señor en su trono, así nos dice, y los ángeles que lo adoraban mientras volaban delante del trono. Se decían el uno al otro: “Santo, santo, santo es el SEÑOR Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria” (6.3). Como todas las repeticiones en la Biblia, el triple “santo” es para darle un énfasis creciente.

¿Qué se le estaba comunicando a Isaías por medio de lo que vio y escuchó? Si buscamos la palabra santo en un diccionario de teología, encontraremos que en ambos Testamentos es una palabra que se aplica principalmente a Dios y que expresa algo que lo sitúa por encima de nosotros, haciendo que sea imponente y digno de adoración; y todo lo que lo pone en contra de nosotros, convirtiéndolo en un objeto de verdadero terror. El pensamiento básico que conlleva la palabra es la separación de Dios de nosotros y el contraste entre lo que Él es y lo que somos nosotros. Si pensamos que la santidad es como un círculo que abraza todo lo pertinente a Dios que se diferencia de nosotros, el centro del círculo es la pureza moral y espiritual de Dios, la cual contrasta dolorosamente con nuestra retorcida pecaminosidad. Fue exactamente este contraste lo que percibió Isaías.

Un mal himno (escrito por el obispo anglicano Mant) comienza así:

Luminosa la visión que deleitó

Al profeta de Judá

Dulce la unión de las miles de voces

Que penetraron en sus oídos.

(Versión libre)

¡Como si Isaías hubiera estado asistiendo a un gran concierto de música popular! La verdad es que Isaías descubrió que es terrible contemplar la santidad de Dios. El tener que enfrentarse a ella lo convenció de que no tenía ninguna esperanza con Dios debido a su pecado. Pero mientras tanto, los ángeles celebraban la santidad de Dios en el sentido más amplio de esa palabra, colocando delante de Isaías la conciencia de “la infinita sabiduría y poder sin límites” de Dios, así como de su “atroz pureza” (cito estas palabras del himno de Frederick W. Faber: “Mi Dios, qué maravilloso eres”).

Concentrémonos ahora en la santidad de Dios en su sentido más pleno e inclusivo. Así como el espectro de colores constituye la luz, un espectro de distintas cualidades se combina para constituir la santidad. La narración de Isaías nos destaca cinco realidades sobre Dios en una mezcla cuyo nombre adecuado es la santidad.

Señorío, o para utilizar una palabra más extensa que aman los teólogos, soberanía, es la primera de esas realidades. Isaías percibió un símbolo visual del señorío: Dios sentado en un trono. En las Escrituras hay otras personas que nos consta que han visto el mismo símbolo. Ezequiel, por ejemplo, vio al trono de Dios que venía hacia él de una nube de tormenta, con criaturas vivientes que actuaban como un tipo de carruaje animado para ello y ruedas que giraban en toda clase de ángulos en relación con las demás debajo del asiento, allí donde uno hubiera esperado que estarían las patas del trono. Las criaturas vivientes y las ruedas eran ambas emblemas de energía infinita; Dios en el trono es infinita y eternamente poderoso. Ezequiel nos dice que el trono estaba por encima de él, y era imponente, y su impresión fue que una figura de aspecto humano estaba sentada en él. (Véase Ezequiel 1.) Así también, el trono que vio Isaías era excelso y sublime; “las orlas de su manto [de Dios] llenaban el templo”, nos dice, y el “lugar santo” del templo tenía aproximadamente sesenta pies por treinta pies y cuarenta y cinco pies de altura.

La visión de Dios como Rey, ya sea percibida visualmente o sólo con los ojos de la mente, se repite con frecuencia en la Biblia. Salmo tras salmo proclama que Dios reina. Juan vio “un trono en el cielo, y a alguien sentado en el trono” (Apocalipsis 4.2). Y 1 Reyes 22 nos relata acerca de Micaías, el fiel profeta a quien Acab había puesto prisionero porque lo había amenazado con el juicio de Dios. Ante el pedido de Josafat, traen a Micaías de la prisión para que responda la pregunta que presentaban ambos reyes en conjunto: ¿Debería Acab, con la ayuda de Josafat, tratar de volver a capturar Ramot de Galaad de manos de los sirios?

El escenario al cual entra Micaías era impresionante: “El rey de Israel, y Josafat, rey de Judá, vestidos con su ropaje real y sentados en sus respectivos tronos... con todos los que profetizaban [alrededor de 400] en presencia de ellos” (versículo 10). Era una gran ocasión oficial. Sin duda, una multitud de admiradores se encontraría de pie a su alrededor, observando todo lo que ocurría. Sin embargo, Micaías no se sintió intimidado. Primero se burló de Acab por medio de la imitación de los profetas de la corte (versículo 15), y luego le dijo lo que realmente era cierto, que si él iba a Ramot de Galaad, moriría. El secreto de la audacia de Micaías está en el versículo 19, donde declara: “Vi al SEÑOR sentado en su trono”. Por lo tanto, Micaías no se dejó acobardar cuando vio a Acab y Josafat en sus tronos a la entrada de Samaria. ¡La visión de Dios en el trono del cielo puso bien en claro quién estaba a cargo!

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