Antonio Caridad Salvador - El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840)

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El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840): краткое содержание, описание и аннотация

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El carlismo es un movimiento que ha sido muy estudiado pero sobre el que hay también grandes lagunas, como el tradicionalismo valenciano o la organización y funcionamiento de las fuerzas carlistas. Se sabe bastante poco sobre cómo vivieron la guerra los soldados carlistas y los que se hallaban en el territorio dominado por ellos, al menos en lo que hace referencia a Valencia y Aragón. Este libro pretende cubrir esta carencia y recoge los resultados de la tesis doctoral del autor y de aportaciones posteriores. El rigor académico de la obra se combina con un lenguaje sencillo, la abundancia de ejemplos y el hecho de no requerir conocimientos previos, de manera que también resulta accesible y de interés para un público no especialista.

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Pero volvamos con el ejército liberal, a fin de ver cómo era su abastecimiento y equipamiento. Lo más habitual era que se abastecieran exigiendo raciones a los pueblos, dando después los recibos oportunos para que los municipios recibieran después el dinero. No obstante, esto no siempre se hacía y, aunque así fuera, las probabilidades de cobrar el dinero a un estado en guerra y escaso de recursos eran bastante limitadas. Por eso a menudo los soldados no encontraban raciones y recurrían al saqueo y a la violencia para conseguir alimentos. Al mismo tiempo, la pobreza del erario público obligaba a muchos municipios fortificados a mantener a su costa a las guarniciones del ejército, lo que suponía una carga insoportable para una población empobrecida por la guerra. Además, para transportar los suministros los liberales utilizaban mulas confiscadas en los pueblos, obligando a sus dueños a acompañarles durante la marcha. Esto se denominaba “servicio de bagages” y suscitaba muchas quejas de los ayuntamientos, ya que a menudo no se pagaba ni se daba alimento a los bagajeros, como estaba estipulado. 60

Otras veces, sobre todo cuando se necesitaban grandes cantidades de suministros, se pedían las raciones a la diputación más cercana o se recurría a un contratista privado que proporcionaba los alimentos a cambio de un pago por parte del gobierno. Pero esto tampoco funcionaba muy bien y en alguna ocasión se tuvo que suspender una campaña por no haber llegado los suministros contratados. De todas maneras, el dominio del mar y de las principales ciudades por parte del gobierno hacía que el hambre no fuera un problema tan grave como entre las carlistas. 61

En cuanto a las armas, no parece que el ejército liberal tuviera problemas de equipamiento, debido al abundante armamento que le suministró Gran Bretaña. Los que sí tenían escasez eran los milicianos nacionales, que muchas veces no disponían de suficientes fusiles (o munición) para defender los pueblos. Por otra parte, el ejército tuvo muchos problemas con el vestuario, ya que a menudo las tropas andaban descalzas o con uniformes en mal estado. Esto se debía a las agotadoras marchas que realizaban en persecución de los carlistas, a menudo por zonas de montaña, que destrozaban rápidamente las alpargatas y los pantalones de los soldados liberales. El estado de su ropa era tan lamentable que a veces se organizaban colectas, en las que los ciudadanos aportaban dinero de forma voluntaria, a fin de mejorar el equipamiento de estas fuerzas. 62

Otro problema para las tropas de la reina era la escasez de noticias sobre los movimientos del enemigo. Los ayuntamientos estaban obligados a informar al ejército en caso de movimientos rebeldes, pero esto muchas veces no se cumplió, por miedo a las represalias carlistas. De hecho, no era raro que un paisano fuera apaleado por llevar un pliego de un alcalde para un comandante cristino o que un alcalde fuera fusilado por informar a las tropas de la reina. Esto hizo que, a partir de 1836 los liberales empezaran a ir escasos de informes de los pueblos, lo que les exponía a sorpresas por parte de sus enemigos, de los que a menudo ignoraban su paradero. 63

De todas maneras, el control de las principales ciudades fue una gran ventaja para las fuerzas gubernamentales, ya que allí podían descansar sus tropas sin ningún peligro, al tiempo que tenían allí su administración y sus almacenes, así como sus hospitales y depósitos de prisioneros. El trato dado a estos últimos era muy malo, ya que pasaban hambre a menudo, se encontraban hacinados y a veces podían morir fusilados si se producían ejecuciones de cautivos liberales. Además, muchos de ellos fueron deportados a Cuba o Puerto Rico, algo que resultaba especialmente odioso para los carlistas. 64

C) EL EJÉRCITO Y LAS PARTIDAS CARLISTAS

Antes de empezar a profundizar en el tema, se hace necesario aclarar algunos términos, especialmente los que aparecen en el título de este libro. ¿Qué es exactamente un ejército? ¿En qué se diferencia de una partida? ¿Se puede considerar un ejército a las fuerzas de Cabrera? La historiografía no ha entrado mucho en las dos primeras cuestiones, pero sí que hay un consenso en que llegó a haber un ejército carlista en Valencia y Aragón. Esto ya lo defendieron los primeros que escribieron libros sobre la guerra carlista, en la década de 1840, independientemente de su ideología política. De esta manera, los autores de Panorama español sostenían que las antiguas “hordas” de Aragón y Valencia se habían convertido, en 1836, en las divisiones del “ejército” de Cabrera. 65En el mismo sentido, aunque situando después este proceso, se posicionaba Wilhelm von Rahden, quien afirmaba que, tras la toma de Morella (en enero de 1838), Cabrera pasó de ser un caudillo guerrillero a convertirse en el jefe de un ejército. 66Lo mismo decía Dámaso Calbo y Rochina, cuando escribía que en enero de 1838 el “ejército” de Cabrera constaba de 19 batallones y 9 escuadrones. 67Posteriormente otros autores, como Boix, Pirala, Flavio y Romano, ratificaron este punto de vista. 68

Más sistemático fue Melchor Ferrer, quien afirmaba que llegó a haber tres ejércitos carlistas en España: el del Norte, el de Cataluña y el de Valencia y Aragón. 69En el mismo sentido se pronunció, a principios de los años 90, Alfonso Bullón de Mendoza. 70Y últimamente esa ha seguido siendo la interpretación que ha dado la historiografía. Antonio Manuel Moral y Carlos Canales, por ejemplo, continúan defendiendo la existencia de los mismos tres ejércitos que mencionaba Ferrer. 71También Pedro Rújula clasifica así a las tropas de Cabrera, al afirmar que sus medidas organizativas le dieron la estructura y la apariencia de un ejército. 72Y lo mismo sostienen Núria Sauch y Javier Urcelay, procedentes de campos muy diferentes, pero que han escrito sus obras hace relativamente poco tiempo. 73Además, no parece que esto sea un tema de discusión, puesto que no he encontrado a ningún autor que defienda la postura opuesta.

¿Pero qué es realmente un ejército? ¿Cuándo se deja de ser un grupo guerrillero para convertirse en una fuerza regular? Bajo mi punto de vista habría cuatro requisitos que se deberían cumplir para poder catalogar como “ejército” a un grupo armado. El primero de ellos sería el disponer de una organización militar, a base de divisiones, batallones y compañías, que a su vez deberían estar dirigidas por una serie de jefes organizados jerárquicamente (brigadieres, coroneles, comandantes...). El segundo sería disponer de un número significativo de tropas uniformadas, a fin de dar una apariencia externa de que se está ante un ejército organizado. El tercero contar con armamento pesado (es decir, artillería), lo que permitiría conquistar las plazas fuertes del adversario. Y por último disponer de puntos fortificados, a salvo de ataques enemigos, y en los que podría desarrollarse una cierta infraestructura de retaguardia. Así pues, si se dan las cuatro condiciones estaríamos ante un ejército. Si no se cumple ninguna (o sólo una) nos encontraríamos con un grupo guerrillero. Y si se dan dos o tres estaríamos ante una fuerza de transición, en vías de convertirse en un ejército regular.

Ahora lo que cabe preguntarse es si las fuerzas carlistas de Valencia y Aragón cumplían estas condiciones. Pues bien, cuando empezó la guerra en el Maestrazgo se intentó crear algo parecido a un ejército organizado, utilizando para ello la plaza fuerte de Morella y la organización militar de los voluntarios realistas. No obstante, al poco tiempo se perdió la única fortaleza de que disponían, a lo que siguió el desastre de Calanda y el fusilamiento del barón de Hervés, con lo que el carlismo valenciano-aragonés quedó reducido, durante mucho tiempo, a unos cuantos grupos de guerrilleros. Así siguieron las cosas hasta que en marzo de 1835 Cabrera sustituyó a Carnicer al mando de la comandancia general de Aragón. Entonces el nuevo caudillo hizo valer su fuerte personalidad para unificar las principales partidas y diseñar una incipiente organización. Tres meses más tarde creó las primeras divisiones, que se dividieron en batallones y compañías, empezando así a dar un aspecto más militar a su fuerza.

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