Una vez concluida, los funcionarios del cementerio se fueron a almorzar. Al regresar comprobaron estupefactos y sin poder explicarse cómo había ocurrido, que había ingresado un gran número de personas que exigían que se celebrara alguna misa o algún otro rito religioso previo a la sepultación definitiva del presidente, pues “reclamaban que no se le podía enterrar de esta manera”.
Quizás nunca se podrá saber cómo se enteraron del entierro del presidente, dadas las circunstancias que se vivían en ese momento: estaba vigente el toque de queda, el que se aplicaba estrictamente hasta el punto de que su quebrantamiento significaba el riesgo de una detención e incluso perder la vida; por otra parte, había una férrea censura de prensa cuya consecuencia más inmediata era que solo circulaba la información proporcionada por el gobierno y nada había sido divulgado respecto de este hecho.
La reacción de quienes ingresaron al camposanto y su exigencia de realizar algún rito antes de la sepultación corrobora el acendrado sentimiento popular sobre el homenaje o reconocimiento previo a su entierro que se debe hacer a una persona fallecida; con mayor razón si esta es nada menos que un presidente de la República fallecido en tan trágicas circunstancias.
La primera pregunta que surge es ¿cómo supieron de la muerte del presidente si no había ninguna información a este respecto? Y luego, ¿cómo supieron que el entierro que vieron desde lejos era el de Allende? Además, ¿cómo superaron los controles establecidos para el cumplimiento del toque de queda? ¿Por qué corrieron los riesgos que implicaba su rompimiento? ¿Era esta una demostración de “la lealtad de su pueblo, la que pagaría con su vida”, según las últimas palabras del presidente? ¿Sería el sentimiento de piedad que todo ser humano bien nacido siente por quien ha fallecido?
Más allá de todas las interrogantes que surgen de este hecho, las personas allí reunidas sacaron el ataúd desde donde había sido colocado y en esta maniobra se quebró el vidrio y una astilla le hirió la frente al occiso. Luego, habían levantado la tapa, por lo que se veía la parte superior del cadáver y de esta forma, los funcionarios y demás personas que se habían reunido espontáneamente pudieron comprobar que efectivamente a quien estaban sepultando era al presidente Allende. Su rostro –según los funcionarios del cementerio– “no estaba más deformado que un cadáver normal… La zona de la barbilla estaba ennegrecida y (tenía) un ojo desviado, lo que se podía apreciar porque estaba sin anteojos, pero era fácilmente identificable” 7.
Cuando describen su vestimenta, reconocen su camisa, su corbata y el pullover con el que aparece en las fotos que le tomaron el 11 de septiembre y que fueron difundidas posteriormente.
El director del cementerio llamó a Carabineros para tratar de restablecer el orden, los que se llevaron a varios de los manifestantes detenidos y a los demás los conminaron a que se retiraran a sus respectivos domicilios.
Enseguida, dirigiéndose a los funcionarios, les exigieron que debían guardar absoluto silencio respecto a lo acontecido y de los hechos de los cuales habían sido testigos.
Al día siguiente, jueves 13 de septiembre, los hicieron cambiar de sitio al ataúd, el que según los declarantes estaba abollado en su costado izquierdo, “posiblemente debido a los barquinazos del avión que lo transportó, y que el sello de la tapa estaba roto”. Fue colocado en forma definitiva en el último nicho de abajo, a la izquierda, y luego tapiado, seguramente para impedir que se repitiera una situación como la descrita anteriormente.
Según el testimonio de los funcionarios del cementerio, la tumba permaneció bajo la vigilancia de la Armada durante dos años y con posterioridad a cargo de Carabineros de Chile, la que fue moderándose a medida que pasaba el tiempo.
A su vez, los pobladores de los cerros permanecieron atentos para que nada le ocurriera a la sepultura que mantuvieron permanentemente adornada con flores llevadas por ellos mismos. Los movimientos inusuales eran rápidamente detectados (nadie sabe cómo), en cuyo caso un grupo de personas bajaba desde los cerros para ver lo que estaba pasando.
Los testigos agregan que, en los primeros días después de la sepultación, cualquier periodista (chileno o extranjero) era detenido si se aproximaba al mausoleo Grove Allende. Esta información es difícil de corroborar, pero en ese tiempo había muchas medidas arbitrarias e inconsultas de manera que es posible que ello haya ocurrido.
El antecedente de que la tumba no había sido alterada resultaba muy importante para el traslado de los restos del presidente Allende a Santiago, ya que era una primera constatación de que allí estaban los restos del presidente fallecido, previo a otras pruebas que debían realizarse para que hubiese certeza plena sobre estos hechos.
1 Declaraciones del doctor Patricio Guijón a Radio Cooperativa, 11 de septiembre de 2011.
2 El 11 en La Moneda: el testimonio judicial de los sobrevivientes, La Tercera , 10 de septiembre de 2019.
3 Interferencia secreta , Patricia Verdugo.
4 Declaración jurada de los funcionarios del Cementerio Santa Inés, emitida a petición del autor del libro.
5 Fue el único de los edecanes que se mantuvo leal al presidente. Los del Ejército y la Marina se reintegraron a sus respectivas instituciones cuando Allende les dio la oportunidad de hacerlo.
6 Chile en la hoguera , 1973, de Camilo Taufic.
7 Declaración jurada de los funcionarios del Cementerio Santa Inés, previamente citada.
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