En esos años se debieron de llevar a cabo algunas pequeñas reformas en el templo. Sabemos que en 1701 se construyó una reja para la ventana del coro que daba a la iglesia y se pagó a Hipólito Ravanals por las celosías –probablemente se tratase de la tribuna construida por Margarita de Borja, que no sabemos hasta qué momento estuvo en funcionamiento–, también se compuso un trasagrario –no sabemos si nueva construcción o probablemente mera composición– y el propio Hipólito Ravanals cobró en 1704 por una escalera para el púlpito.
Son frecuentes los pagos por los remiendos en pinturas antiguas, en 1694 se hizo un marco para el altar mayor de San Jorge, en 1708 se colocaron nuevos marcos en el cuadro pequeño de San Jorge y en el de San Pascual, en 1709 se colocaron guarniciones en los cuadros de la Purísima y el Santo Ecce Homo del cuarto rectoral y se corló la guarnición del cuadro del rey Don Jaime, al tiempo que en 1712 «Gaspar» –Gaspar de la Huerta– debió de «renovar y pintar el lienzo de San Jorge».
Pero sobre todo en esos años se adquirió un buen número de nuevos lienzos tanto para la iglesia como para el cuarto prioral. En cuanto a la iglesia, en 1708, el que entonces era rector del colegio, frey Juan Bautista Oloriz y Franqueza, compró un lienzo de Nuestro Señor para la sacristía y en 1709 se compraron para el mismo espacio cuatro lienzos de los cuatro evangelistas, además de construir un reloj de sol, probablemente en la fachada exterior. En 1720 se encargaron ocho lienzos del nacimiento y niñez de Nuestro Señor para cubrir las paredes del coro, aunque no debieron de gustar «por ser la pintura tan ordinaria», así que en 1725 se encargaron otros ocho lienzos con el mismo tema para el mismo lugar a Juan Bautista Simó; se especifica en este caso «La niñez de Nuestro Señor, Tránsito y entierro de la Virgen Santísima». Los antiguos se quitaron del coro y se trasladaron a la sacristía, donde se dice que estaba colocado un Descendimiento de la cruz en la cabecera –tal vez el lienzo de Nuestro Señor comprado en 1708–.
Espacio privilegiado debió de ser el refectorio, denominado en una ocasión como «el refectorio grande que sale al huerto», donde se colocó en 1712 un lienzo de la Última Cena pintado también por Gaspar de la Huerta.
Una buena parte de las alhajas se concentraron en el cuarto denominado del rector, ocupado por el rector del colegio o el prior de San Jorge –casi siempre la misma persona–. Son frecuentes los pagos por mobiliario y por pinturas; en 1705 se compró un bufete de nogal y en 1749 se debió de realizar una renovación casi completa: se vendieron tres arquimesas y se compraron dos contadores de concha con doce cajones con su mesa de chacalandana, una escribanía nueva de nogal y un guardarropa para la primera pieza.
Los gastos en pinturas son frecuentes: en 1697 se colocaron dos cuadros, uno de la Virgen del Rosario y otro de San Jorge, y en 1714 se colocaron un lienzo grande de Santa Rosa de Lima y otro de la Virgen de los Desamparados. Debía de tratarse de una construcción amplia, ya que en 1715 se colocó «todo un apostolado de cuerpo entero» en el «primer salón del cuarto rectoral». En el cuarto que salía al huerto había seis láminas con diferentes santos y un lienzo con San Bernardo y Jesucristo, en la antesala sobre la ventana un lienzo pequeño de San Pedro y en la primera pieza del cuarto rectoral una Virgen de los Desamparados.
Este cuarto se construyó en relación con el jardín, sabemos que estaba cubierto de terrado, y allí se plantó en 1731 una parra, con unas cañas y un encañizado; el cuarto disponía de un balcón y unas ventanas con mosquiteras que daban al huerto y dos ventanas con rejas que daban a la calle. Tal vez este era el «enrejado de la lonjeta de la habitación» del que hablaba frey Vicente Capera en 1758. 46
La Orden de Montesa contó con una galería de retratos de sus lugartenientes, de los cuales se conservan ocho en el convento de las Comendadoras de Santiago en Madrid, sede hoy de las órdenes de caballería de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa. Desparecido el de Juan Ferrer de Calatayud, que conocemos por una fotografía, aún disponemos de los de Pedro de Rojas, Francisco Crespí, Cristóbal Despuig, Gaspar Juan, Juan Crespí, el conde de Cardona, Gerónimo Vallterra y Benito de la Figuera. No sabemos en qué momento se inició la galería, pero Josep Cerdà apunta que probablemente lo hizo en época del IX lugarteniente, frey Juan Crespí y Brizuela (1646-1689), ya que en la inscripción del retrato –hoy en depósito en el Museu Parroquial de Montesa– se lo define como «el que mandó poner aquí los retratos para memoria». 47 Es probable que la serie se concibiese al mismo tiempo que se ampliaba el colegio con la casa prioral y el jardín, mientras Hipólito Samper redactaba los textos más importantes de la historia de la Orden, de los que esta galería se convertiría en paralelo pintado. Crespí –y Samper como brazo ejecutor– debió de encargar los retratos de los ocho lugartenientes que le habían precedido y estableció que a partir de ese momento se encargase el retrato de cada uno de los lugartenientes cuando falleciesen o finalizase su mandato. Hasta ahora se había supuesto que esta galería procedía del convento de Montesa o del conjunto del Temple. Pero en 1692 el conde de Cardona, lugarteniente desde 1689, alude a que «después que yo entré en el puesto de lugarteniente general haya mandado dar al rector [del colegio de San Jorge] en una ocasión cinquenta libras para poner un retrato nuevo de V. M., renovar los antiguos de los lugartenientes generales y para hacer la casulla buena que hoy tiene». 48 Estas pinturas vuelven a aparecer en el colegio en 1738: en ese año, los retratos de los once lugartenientes que se habían sucedido hasta el momento fueron colocados en la fachada del edificio en la conmemoración del V Centenario de la Conquista, flanqueando el retrato del rey. 49 Y allí permanecían, en la llamada pieza de retratos del colegio, en marzo de 1820. 50 Sin duda, en el colegio debió de conservarse siempre esa galería de retratos de lugartenientes junto al retrato de Jaime I al que se hace referencia en los documentos y el del rey reinante correspondiente.
4. LAS FESTIVIDADES. SAN JORGE, SAN DIONISIO Y LAS FIESTAS CENTENARIAS
La fiesta propia de la iglesia era la de San Jorge. Así la describía La Figuera:
El día de San Jorge es Fiesta de Corte, y en su Templo del Colegio le festejan los Cavalleros de Montesa con gran solemnidad, asistiendo muchos de ellos, con sus mantos capitulares, a las vísperas, y a la misa, que en su dia se canta, a todo lo qual preside el Teniente General, el qual, de antigua costumbre come también en aquel dia en el Refectorio del Colegio, acompañado del Predicador, de algunos Caballeros, que se combida, i de algunos Priores Freyles de la Orden, que suelen venir de los lugares circunvezinos, a hallarse en la solemne fiesta que se le haze en su dia. 51
Según la tradición, San Jorge había intervenido en la conquista cristiana del reino, «por la qual desde la conquista hasta hoy, se haze en Valencia grande fiesta el dia de San Jorge, y se predica la vitoria alcançada por su ayuda». 52 En la Catedral de Valencia se conservaba según la tradición la bandera que llevaba San Jorge en las batallas y la reliquia del brazo derecho del santo, que todos los años se llevaba a la iglesia de San Jorge el día de su festividad.
Fue precisamente en torno a la festividad de San Jorge cuando se produjeron conflictos de preeminencias, tanto entre caballeros y religiosos como entre la Orden de Montesa y la parroquia de San Andrés, que siempre intentó extender su autoridad sobre el templo. El día de San Jorge asistían a las celebraciones los caballeros de la Orden, los colegiales y los religiosos. La Orden se sentaba en sus bancos dentro del presbiterio y los clérigos al fondo de la iglesia, al lado de la puerta y frente al altar mayor. Cuando el rector salía a celebrar la misa se esperaba que saludase al lugarteniente y la Orden distribuidos en el presbiterio. Desde tiempo de los maestres era costumbre que el prior sacara la reliquia de San Jorge acompañado de los caballeros y recibieran en la calle al cabildo, que llegaba en procesión con la milicia del Centenar de la Ploma y las parroquias que albergaban la reliquia de San Jorge que se custodiaba en la catedral. Entraban todos en el templo y el cabildo hacía la bendición del estandarte en el altar mayor, volviendo la Orden a acompañar al cabildo al exterior, esta vez por la puerta lateral del templo.
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