Francisco Agramunt Lacruz - Arte en las alambradas

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Un aspecto poco conocido de la historiografía artística del exilio republicano español es la experiencia concentracionaria por la que pasaron decenas de artistas, recluidos inicialmente en campos de concentración en del sur de Francia y del norte de África, y más tarde en los Dulag de tránsito y en los Stalag para prisioneros de guerra, a los que seguirían los campos de exterminio nazis y los gulags soviéticos. Las creaciones fueron debidas a un sentimiento de repulsa encaminado a testimoniar las tendencias más destructivas de la miseria humana, recreando las imágenes del terror, como si se tratase de un acto final de rebeldía que les permitía recuperar su dignidad. Superando la estética, alambraron el arte haciendo suyo el proverbio de que «una imagen vale más que mil palabras». Pero en realidad, fueron necesarias muchas más para dar testimonio puntual de aquel terrible drama. Este volumen se centra en un aspecto poco conocido de la historiografía artística del exilio republicano español: la reclusión de los artistas en campos de concentración. Las creaciones fueron debidas a un sentimiento de repulsa encaminado a testimoniar las tendencias más destructivas de la miseria humana, como si se tratase de un acto final de rebeldía que les permitía recuperar su dignidad.

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Nada fue así. Lo expresan datos confrontados y abiertos la crítica contrastada y a la serena reflexión. La información desmiente los tópicos: 300.000 muertos en campos de batalla, 180.000 fusilados (algo más de 130.000 a manos de franquistas y algo menos de 50.000 a manos republicanas); de los 130.000 fusilados franquistas, unos 50.000 entre 1939 y 1946, es decir después de decir los vencedores la guerra había terminado; 1.000.000 de presos al acabar la guerra (200.000 fallecieron en esos hacinamientos); el empleo punitivo de presos en trabajos forzados; 500.000 exiliados; 114.000 desaparecidos (en las documentadas investigaciones del juez Garzón), 2.300 fosas por abrir… Tampoco hay nada similar en el bando franquista, desde las más altas magistraturas (ni siquiera en las menores), a discursos como el de la “paz, piedad, perdón” de Azaña, ni se ven trazas de compasión a pesar de tener en su lado el apoyo y bendición de la Iglesia católica. Hubo embustes tales como hacer creer que quien no tuviese las manos manchadas de sangre nada tenía que temer, y no pocos franquistas enronquecieron sus gargantas diciendo que no querían vencidos sino convencidos, aunque la dictadura convenció hasta el último día de su existencia con la represión y la vulneración de los derechos humanos.

La convivencia ciudadana democrática no puede fundamentarse en silencios, omisiones y tergiversaciones, en exhumaciones aún pendientes de cadáveres que fueron fusilados por los franquistas. La reconciliación cívica no enraíza ni en el “olvido” ni en el silencio u ocultamiento, sino que se construye sobre la memoria histórica. Hay que aportar cifras, datos y explicaciones contra los mitos y tergiversaciones intencionadas para ocultar la realidad.

Así pues, considero que es falso lo que la derecha española piensa y dice: que se debe evitar mirar hacia atrás porque el pasado “nos divide”. Al contrario, lo que divide es el ocultamiento del pasado, el incumplimiento contumaz de la ley de la Memoria histórica, la burla soez de dirigentes del PP hacen de quienes quieren dignificar a sus muertos enterrados en fosas, o los obstáculos burocráticos y de toda laya que dirigentes de ese mismo partido les imponen a familiares deseosos de dignificar a sus muertos.

Hay que superar esa memoria colectiva sectaria y malintencionada construida por el franquismo (con cruces y panteones para unos y fosas comunes en barrancos, junto a tapias y cementerios para los demás). Hay que construir una memoria histórica contrastada, objetivada y sin anteojos que sea base de la vida en democracia y apueste por una observación crítica de la historia reciente, incompatible con disimulos, silencios, omisiones y versiones acomodaticias a coyunturas políticas. Hay que rescatar la verdad y recuperar para la memoria a todos aquellos que vivieron aquella tragedia y sufrieron aquellas penalidades. Por supuesto, hay que explicar, sin duda, las razones que tuvieron todos, unos y otros , para actuar como lo hicieron pero también hay que otorgar el lugar que corresponde a quienes defendieron la libertad y el avance social, a quienes defendieron la Segunda República que, con los defectos que pueda tener, sigue siendo un valor histórico, ético y político y una forma de ejercer la democracia y gobernar tiempos difíciles, de crisis, combinando el poder institucional y la movilización social. Por otro lado, junto a la consideración del valor político de la democracia republicana, también debe hacerse reparación moral de las víctimas republicanas, aspecto este último tan importante políticamente como rescatar la transparencia de los hechos que se reclama.

* * *

Pues bien. Una parte de esa tarea es la que hace este libro, centrándose en un aspecto clave de toda esta experiencia: el exilio y dentro de él un fragmento del llamado exilio cultural y/o profesional: los artistas plásticos.

La primera reflexión a que convoca el texto de Francisco Agramunt (autor de aportaciones anteriores destacadas sobre el tema como el libro Arte y represión en la guerra española: artistas en cárceles, checas y campos de concentración es la variedad social y profesional del exilio de 1939. España ha tenido una contumaz historia de expatriaciones por causas políticas, pero ninguna comparable al exilio republicano de 1939, que constituye uno de los fenómenos más importantes de nuestra historia reciente. A diferencia de los siglos XIX y XX (no del XV o XVI), el exilio no se redujo a un grupo más o menos numeroso de figuras –señeras o medianas– de la intelectualidad y la política, sino que fue masivo y afectó a un amplio abanico de profesiones y oficios. “Por la diversidad de las profesiones –ha escrito Sánchez Vázquez– es un espejo del amplio espectro de las fuerzas sociales que libraron la guerra contra el franquismo”. Medio millón de exiliados es la cifra que se maneja; una parte minoritaria de este grupo, no bien calculada, eran intelectuales con cierta notoriedad en el campo de la política, la ciencia, la técnica, la literatura, la filosofía, las artes y las profesiones liberales y docentes.

Este libro muestra diáfanamente este aspecto. Un abigarrado universo de centenares de artistas de todas las edades, procedencias, campos de trabajo, estilos, consagrados y desconocidos, comprometidos con la República o simplemente republicanos cruzaron la frontera en 1939. Había “pintores, dibujantes, grabadores, escenógrafos, ilustradores, diseñadores, escultores, arquitectos, figurinistas, fotógrafos, cineastas, galeristas, profesores, marchantes, periodistas, historiadores y críticos de arte españoles”, recuenta el autor. Y el libro rastrea su periplo y hace prosopografía o estudio de las biografías de los artistas en su contexto artístico, y se siguen sus pasos por estos recintos de represión, se registran sus muertes y sobre todo las vidas posteriores de aquellos que lograron salir con vida del infierno. De los que perecieron en él, siempre es más difícil: la historia se hace con el lastre que dejan las vidas. Las personas que vivieron muy jóvenes la crisis bélica, la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial y murieron en el frente, en un campo de refugiados o de concentración apenas dejaron marcas: legaron un trazo en el aire. Y esas escasas pistas no sólo dificultan la tarea del historiador (eso sería lo de menos), sino que nos dicen lo que fue realmente trágico: se quebró la vida de esas personas cuando eran jóvenes y aún no habían podido apenas desarrollar sus capacidades. Las guerras siempre son rompe vidas.

A la tragedia humana y personal de los desterrados que se exiliaron, muriesen en la resistencia o en un campo de refugiados o concentración, o sobreviviesen a las alambradas, se añade el vacío que dejaron en España. En el caso de los intelectuales y creadores de ideas y formas, el vacío cultural. Nunca se podrá ponderar el retraso de ideas, renuncia a avances y modernidad que supuso la expatriación de la plana mayor de la intelectualidad; nunca sabremos cuál hubiese sido el horizonte de España si no se hubiese producido el forzado destierro. Unos pocos miles de científicos, artistas, intelectuales, técnicos cualificados en la España de 1939, que no era un país sobrado de talento, es un gran drenaje. La riqueza cultural, creativa y de trabajo de lo que se perdió el país con el exilio de 1939 sólo se puede imaginar, soñar. Arte en las alambradas ayuda a imaginarla.

Francisco Agramunt organiza el trabajo en ocho capítulos que van siguiendo los pasos de los exiliados. No se trata sólo de rastrear el camino que recorrieron los artistas. Junto a ellos se detecta la travesía que siguieron los miles de vencidos, una historia colectiva que aún espera más estudios. En el primer capítulo “el mayor éxodo artístico de la historia”, se plantea la dimensión del fenómeno. Los capítulos segundo y tercero se dedican a la “llegada masiva de los artistas a Francia” y al análisis de los testimonios que aportaron cuando hacían “las rutas del llanto”, es decir el camino que siguieron para llegar a la frontera. Los capítulos cuarto, quinto y sexto, dan cuenta de los campos de refugiados franceses (Rivesaltes, Argelès-sur-Mer, Septfonds, Barcarès…) y del norte de África (Orán, Djerfa, Bu Saâda, Kenadsa), a donde llegaron muchos exiliados en mercantes y embarcaciones de puertos valencianos, como fue el caso del Stanbroock , que zarpó del puerto de Alicante el 28 de marzo de 1939. El capítulo séptimo aborda “los campos de exterminio nazis” (Mauthausen, Auschwitz, Dachau, Ravenbrück…). El capítulo octavo, el último, lo dedica al estudio de los encerrados en los gulags soviéticos (Karagandá), aspecto novedoso e incipiente aún en las investigaciones historiográficas.

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