Alberto Mayol - Piñera porno

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Este libro no es una investigación. Es una reflexión sobre el pornográfico presente de nuestra decadencia. Esta época tiene el símbolo de Sebastián Piñera, que es el nombre que resume todo el proceso. Es el asesino, es el asesinado; su nombre es la promesa de una época, su nombre es la decepción de una época.
Aylwin, Lagos, Bachelet fueron símbolos importantes, líderes con diversos méritos. Pero había un hombre agazapado en el borde de la historia que esperaba su momento para convertirse no solo en un símbolo, sino que también en un arquetipo: Sebastián Piñera Echenique, hijo ilegítimo de la derecha, hijo ilegítimo del empresariado, un genio en situarse donde ganar; un acelerador de partículas capaz de generar a su paso bombas atómicas en la sociedad. Un Michael Corleone para el crecimiento, un Fredo Corleone para la estabilización. Genio y estúpido, pero siempre banal. Antes sencillo que muerto.
El gran sujeto histórico de estos treinta años es el millonario exitoso, el hombre que se hizo a sí mismo, que triunfó, que conoció la gloria en la forma en que la comprendemos en Chile: el dinero ilimitado que todo lo compra, que conduce por cualquier camino, que todo lo puede. Por supuesto, arquetipos de la obscenidad nuestra de cada día hay muchos.
Sebastián Piñera, el primero y en rigor el único, el más grande pornógrafo de nuestro tiempo. A él dedicamos estas páginas.
Alberto Mayol

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Piñera es el demiurgo de un nuevo mundo, un mundo nuevo que es una pesadilla para quienes constituyen el sector político del Presidente. Con Sebastián Piñera se muere la derecha que se sintetizó en dictadura y se consolidó en la transición, pero también muere la derecha histórica, oligárquica, hispanista, conservadora. El liberalismo y el conservadurismo parecen sometidos a un proceso luctuoso. Destruir al liberalismo y al conservadurismo al mismo tiempo es un acto extraordinario, es la magia de un ángel de la muerte.

La caída de las derechas históricas en manos de Piñera se representa en la siguiente escena: la ley que creó el proceso constituyente chileno fue firmada por Sebastián Piñera Echenique, Felipe Ward Edwards y Gonzalo Blumel Mac Iver. Bastará apreciar los apellidos, lo que en Chile entendemos como “buenos apellidos”, ya sea porque son cruciales en la historia política de Chile (Edwards, Mac Iver), ya sea porque son relevantes en la historia de otros países de América Latina (Echenique en Perú), ya sea porque son historias familiares trazables con claridad por siglos (Piñera desde el siglo XVIII) o porque se trata de apellidos europeos no castellanos, como Ward (inglés) o Blumel (alemán); decía que bastará observar los apellidos para comprender la magnitud de la caída de la oligarquía histórica y la reciente y poderosa burguesía. Estas tres autoridades chilenas han firmado el proceso constituyente, han firmado el fin de la Constitución de Jaime Guzmán Errázuriz (apellido vasco, apellido de Presidentes, de madre de apellido Edwards); han firmado este proceso tres hombres blancos, de familias ricas y poderosas, lo han firmado sin desearlo, como lo declaró el ministro del Interior de Sebastián Piñera cuando comenzaba el gobierno de Piñera y fue a Enade a dar un discurso, Andrés Chadwick. En ese instante declaró que había muchos proyectos que el nuevo gobierno deseaba que avanzaran, pero que había un proyecto que no querían que tuviera avance alguno: el proyecto de nueva Constitución Política. Lo hizo con histrionismo, sacándose los lentes, demostrando poder. Por entonces era ministro del Interior, también era (y siempre ha sido) primo hermano del Presidente de la República (y también con sus “buenos apellidos”). Finalmente Chadwick no solo saldría del gobierno luego del estallido social, sino que además sería votada a favor una acusación constitucional en su contra, que lo ha sancionado a no poder ejercer cargos públicos por cinco años. ¿La razón? No haber usado la Constitución y las leyes para evitar las violaciones sistemáticas a los Derechos Humanos que se produjeron durante los días siguientes al estallido social (del 18 de octubre de 2019).

Resulta ser que, hoy por hoy, la Convención Constituyente es presidida por Elisa Loncón Antileo, no solo con dos apellidos que no participan de la elite, sino con dos apellidos mapuches.

Este sencillo ejemplo muestra que vivimos una época de estrepitosa decadencia de la elite de la transición y de la elite tradicional de la historia oligárquica de Chile. Cae un orden de dos siglos y un suborden de cuarenta años. Vivimos el final del proceso de la posdictadura, de la transición, del neoliberalismo; usted lo llama como quiera. Lo cierto es que se cae. Y con ello se desplazan las placas tectónicas más profundas. Es obvio que no todo cambiará, nunca acontece. Pero indudablemente lo que estamos viviendo es un cataclismo político.

No todos los órdenes se caen igual. La Edad Media se cayó en la forma de Barroco o de Gótico flamígero en las catedrales, con hermoso canto gregoriano y herejes correteando en los pueblos para promover sus doctrinas o para huir de las persecuciones (en estos últimos casos el correteo era más dramático, pero igualmente teatral). La Unión Soviética se destruyó desde que Gorbachov enunció la doctrina Sinatra1. Había bastado que personas de otro país (Alemania Oriental o RDA) rompieran con sus manos, sin un arma, un muro divisorio. Nadie disparó un revólver ni blandió al aire un cuchillo, no hubo enfrentamientos, solo fue alegría arriba de un muro decadente y silencio de la parte derrotada. El jerarca de la RDA terminó viviendo en Chile (y la derecha no lo molestó en absoluto, era la decencia del acuerdo entre dos exdictaduras). Luego de ello, un imperio se derrumbó en cosa de días. No es normal que el segundo espacio orgánico de influencia global cayera en pedazos sin choque de trenes, sin librar una batalla decisiva, sin muertos. Fue sorprendente. Las épocas se caen, cada una a su manera. Eso podríamos decir, con Sinatra. Pero no siempre es tan cierto. Siempre, en todas las épocas, en todos los procesos, el derrumbe de una época puede mostrarnos la morfología de su caída, la apabullante sinfonía de su destrucción. ¿Cómo es la sinfonía del orden que ha caído en Chile? ¿Cuál es el tono, el color, el sabor de esta muerte?

Diremos que esta muerte violenta se da en modo obsceno. He aquí el punto que se desea marcar en este opúsculo. Y que el símbolo de esta época es el Presidente de la República, el señor Sebastián Piñera Echenique, único representante de la derecha que ha llegado en la historia a gobernar gracias a votaciones superiores al 50% y que, por lo demás, ha gobernado dos veces. Sus récords, su éxito, son evidentes. Tres mil millones de dólares acumulados en una generación, dos veces Presidente de Chile; son razones tan simples como suficientes para denominarlo un ‘hombre exitoso’. Esos extraordinarios logros contrastan, sin embargo, con la devastación de su sector político y del ambiente empresarial al terminar su gobierno, comparable hoy ese espacio político a una estepa rusa. Sebastián Piñera entrega una derecha que aún arde en el tormento del estallido social, del plebiscito constituyente y de haber perdido oficialmente su tercio histórico en la elección de constituyentes. La última esperanza del sector es el temor a la izquierda y la posible captura de los decadentes, en la esperanza de quitar votos al centro político en la medida en que se pueda radicalizar la izquierda. Por cierto, eso sin contar la siempre fundamentada esperanza de que la izquierda cometa consecutivos errores y dilapide la fortuna que los dioses le han procurado en estos últimos años. En política, la fe en la estupidez del rival suele mover montañas. Y en el caso de la derecha chilena, su fe en esta variable es, con justa razón, poderosa.

El escenario de restauración siempre es posible. La historia de los grupos, de los colectivos, es siempre relativamente estable en sus procesos. Aquellas fuerzas nuevas que se hacen cargo de un momento histórico y de un lugar, normalmente, deben vencer durísimas pruebas para estabilizar su poder. La derecha ha perdido su poder, pero no lo ha ganado nadie aún. Hay candidaturas serias y menos serias para ello, pero no ha acontecido que alguien tome en sus manos el proceso con eficacia. Y menos que lo haya estabilizado. El estallido fractura, rompe, cercena, devasta. La Convención Constituyente es el primer espacio de construcción del futuro, el primer tejido, el primer esfuerzo de volver a unir las partes rotas. Pero todavía la era no ha parido un corazón, aunque igual se muera de dolor.

¿Cómo se cae la época que hemos habitado? ¿Cómo cae la época del sumo sacerdote Aylwin; la época que se consolidó con el nombre del padre y nada más (Frei); la época que vio llegar al héroe absolutista Lagos que dijo “la democracia soy yo, el verdadero padre soy yo”? ¿Cómo se cae el símbolo cristológico de Bachelet, hecha de dolor y perdón; y cómo se cae el arquetipo de la fortuna y el éxito de Piñera? ¿Cómo se cae la época cuyo símbolo político es la estabilidad y cuyo valor es el crecimiento? Estabilidad para el crecimiento, fue ese el alma de la época. La Concertación tuvo los cargos; la derecha, el poder. Los empresarios se quedaron con la aburrida y modesta tasa de ganancia. Y al final la Concertación perdió los cargos y la derecha perdió el poder. Los empresarios lloran y se refugian en un fascista. No pudieron inventar un innovador, se quedaron con el fantasma de un dictador, una réplica entre el pinochetismo y el nacionalsocialismo. La derecha prometió la modernización y hoy ofrece ser retaguardia.

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