Dicho en otras palabras, lo que estamos intentado recordar, valiéndonos de símbolos humanamente comprensible, a pesar de estar hablando de lo inefable, es que el nacimiento de Cristo es un hecho concerniente a la consciencia universal en el todo y en la parte. Este hecho ocurrió. Fue un acto creativo sin igual, concebido por la mente divina desde toda la eternidad. Fue una nueva fase en el plan creador de Dios. Sin importar qué tanto hayas sido consciente o no desde el punto de vista de la mente humana. Pues en la mente de Cristo, que es tu verdadera mente, sí que eres plenamente consciente y en ella sabes a ciencia cierta, en la perfecta certeza de Dios, que esto que se dice aquí, o mejor dicho que se recuerda, es verdad.
En efecto, el oleaje emocional que se manifiesta en estos tiempos de celebración de la navidad en el mundo así lo atestiguan. ¿Acaso el hecho de que no recuerdes las circunstancias de tu nacimiento en el plano físico hace que ese hecho no haya ocurrido? ¿Acaso dejas de respirar por no ser consciente de tu respiración? ¿Acaso el sol brilla en forma intermitente por causa de que tú cierres los ojos al pestañar?
III. Una historia de amor
El espíritu de Dios sopló sobre la tierra yerma y dijo hágase la luz y la luz se hizo. Y luego la creación comenzó a florecer y manifestarse en una explosión de vida y abundancia que llenó todo de colores, belleza y diversidad. Esa exuberancia creativa de multiplicidades cuyo número de seres es incontable es la expresión viva del canto que la creación entona por la alegría de ser. Es la expresión observable de la gratitud del creado al creador. Canto de gratitud que siempre se canta. Alegría de ser que siempre se manifiesta, pues es eterna. Y nace el tiempo. Nace el espacio. Nacen las aguas y el firmamento. Y también la humanidad representada en Adán y Eva. Todo ello surge desde un diálogo permanente pues eso es lo que la creación es, diálogo.
Aquí se intenta decir lo que en muchos mitos de la creación ya se ha dicho utilizando diversos símbolos y alegorías. Aquí y en esos mitos se intenta expresar en palabras humanas lo que ocurrió al momento de la creación de todo lo creado y también del nacimiento de Cristo en el plano de la forma. Esta expresión metafórica y alegórica refiere también a lo que ocurre en ti. Particularmente en ti. Y, sin lugar a duda, también en toda la creación física.
Hoy he venido a hablar como una madre habla a su hija bien amada. Tú que eres alma bendita, alma que escucha la voz del amor y la sigue. Alma que sabe reconocer la voz de la verdad. Alma que ha buscado y hallado. Alma que se deshace toda en amor perfecto. Alma fundida en mi ser de puro amor divino. Tú que transcribes estas palabras y tú que las recibes y las aceptas como la verdad que son, pues sabes quién es la que te está hablando, puesto que tu corazón salta y vibra de alegría al oír mi voz. A ti, mi amada hija por designio del Padre y nuestra voluntad conjunta. A ti, y también a ti, es a quien le estoy hablando. Y al hablarte a ti, le hablo al mundo entero.
La ansiedad que puedes experimentar y observar en estos días, que son preludio de la celebración del nacimiento de Cristo, es un eco que procede del recuerdo ancestral de la consciencia universal. Recuerdo que es como una marca indeleble que quedó grabada para siempre en el ser, desde aquel día glorioso donde la creación fue testigo del nacimiento de Dios en un cuerpo humano. Una nueva creación nacía. Yo, la madre de Dios, en representación perfecta de toda la humanidad, dije "hágase en mí tu voluntad" y ese "hágase" fue tomado por el mismo Dios.
Así como en el primer "hágase" se hizo la luz, en este nuevo "hágase", ya no dicho por el Dios del universo, sino por la nueva Eva, la nueva humanidad, el Dios humanado, era hecho. La naturaleza humana era reunida por el mismo Dios, sin dejar de ser la que es. Ahora la naturaleza humana se fundía en Dios. Así como toda madre siente ansiedad, angustia y un sinfín de emociones y sentimientos de gran intensidad antes del alumbramiento, así el corazón de la creación se sintió en ese tiempo en que Cristo se encarnaba. Ese movimiento creativo universal fue de tal magnitud que nunca pudo ni podrá borrarse de tu consciencia ni de la consciencia de todo el universo. Esta es la razón por la que siempre habrá celebración de navidad. Del mismo modo en que siempre se celebrará el milagro de la eucaristía, pues ambos son una unidad indivisa. Son un nuevo hágase del creador.
Cada parte de la creación, en su totalidad, ha quedado prendada por el acontecimiento del nacimiento de Cristo. Este hecho quedó registrado y quedará registrado para siempre en la memoria de la creación. Cada partícula, cada elemento, cada átomo, cada molécula y cada cuerpo físico. Cada energía, cada gota de agua. Cada flor. Cada movimiento del aire que respiras. Cada rayo de luz. Cada mañana y cada atardecer. Cada estrella y cada sonido. Cada melodía de la creación física. Todo fue alcanzado por esta explosión universal del amor.
La encarnación de Cristo, si bien llegó a su plenitud en la resurrección, fue un continuo (como todo en el tiempo lo es) que tuvo su inicio en el tiempo en que se manifestó la anunciación. Desde el instante de la concepción virginal de Jesús en mi cuerpo intocado se inició un movimiento del espíritu divino, que fue en sí el mismo movimiento creativo que dio origen a la creación toda. Os dije, en la voz de la consciencia de Cristo, que es entregada a vosotros por medio del coro de ángeles del cielo, que Dios en su infinita y pura potencialidad concibió la idea de la unicidad. Así es como el creador, en una osadía creativa sin igual, por el puro gozo de crear en el amor, extendiendo el puro pensamiento de amor que es, ahora se conocía a sí mismo como una individualidad en la que siendo la parte sigue siendo el todo. Esto se perfeccionó precisamente en la encarnación de Dios. De tal manera que bien podemos reconocer que la encarnación de Cristo, y, por ende, el nacimiento de Jesús ha sido la osadía de las osadías de Dios. El creador mismo, aquello a lo que llamamos Abba, se hacia uno con la naturaleza humana. Entraba al reino de la separación. Ingresaba al sueño de Adán para despertarlo, tomando la carne. El amor se hacía forma. Lo in-atribuible tomaba atributos.
Ahora el amor ya no sería simplemente un espíritu informe. Sería un cuerpo humano, con diez dedos en las manos, y diez en los pies. Y de ese modo, se hacía visible para la consciencia del plano material. La brecha insalvable quedaba salvada. Se creaba el puente entre lo divino y lo humano que es el Cristo viviente que vive en ti. De ese modo nacía la persona. No como un ser separado del amor sino como expresión perfecta del amor que Dios es. La consciencia divina tomaba forma humana y de ese modo se restablecía la consciencia de la unidad. No en la verdadera consciencia que es la consciencia de Cristo sino en la consciencia personal. Ser individuo fue la idea del ego. Ser persona la idea de Dios.
Se os ha dicho que explicaríamos la creación en fases sucesivas. También se os ha dicho y demostrado de miles de maneras diferentes que el amor no destruye. El amor transforma. Esto es así porque el amor es Dios y, por lo tanto, es la pura abstracción y potencialidad sin límites. Es indefensión infinita. El ser de puro amor que Dios es no es solamente el acto creativo y el primer movimiento de creación sino eterna potencialidad sin límites.
El amor es eterna creación. Crea y recrea sin dejar nada creado, sin un espacio donde poder ser, dentro del universo de la verdadera creación divina, que es siempre puro pensamiento. Este es un modo diferente de decir que el amor hace nuevas todas las cosas. No existen límites para crear en la pura potencialidad del ser que Dios es, ni en ti, pues eres uno con él. De tal modo que lo impensable ocurrió. La nueva creación nacía. Esa nueva creación de puro amor perfecto es literalmente Jesucristo. Forma visible de una realidad invisible. Forma observable del amor que Dios es, cuya magnificencia ningún ojo humano vio, ni oído oyó. Realidad que abarca lo conocible y lo incognoscible. Nadie podrá decir jamás lo que Jesucristo es en toda su extensión.
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