Ricardo soltó la tinta por un instante, pero antes terminó de graficar cómo su personaje había pausado su fluir para mirar para todos lados. Ricardo miró para todos lados.
Una vez más, embelesado con el olor a toneladas de libros, Tomás adorna su cara con una sonrisa y se hecha a reír. Ricardo se sonríe y ríe complacido soltando todo el aire.
Tomás tomó aire y airoso escribió sobre un papel algo sobre un personaje que escribía en una biblioteca de aspecto cilíndrico, sentado frente a un escritorio en la planta baja. Ricardo estornuda. Tomás le dice “salud”, él le agradece mientras escribe que su personaje, Tomás, estornuda. “Salud”, dice Ricardo, luego Tomás agradece.
Sandro, el personaje de Tomás, quien también se encuentra en una biblioteca de aspecto cilíndrico, sentado frente a un escritorio en la planta alta (le gustan las alturas a él), se dispone a escribir sobre un personaje que está en una biblioteca, sentado frente a un escritorio, en la…
Pero se detuvo, porque Ricardo dejó de escribir, después de detallar cómo Tomás dejaba de escribir, quien, por cierto, lo hizo luego de encargarse de pausar lo anterior a este párrafo. Los tres se voltearon y dijeron al unísono: “¿Y vos qué sabés que fue así?”.
“¿Me preguntan a mí?”. Solo soy quien osa leerlos. Al fin y al cabo, soy testigo del delirio.
Ánima, fe y esperanza:
negocio redondo
Fragmento de una entrevista para la revista Vova , edición del domingo 25 de enero de 1998. Carlos Tocarlos documenta el encuentro con el CEO de la fundación Habemus Chantapufi: Gurú Chaga.
En una entrevista exclusiva con el ser que nació con el don de lograr lo que no quiere y alejar lo que intenta alcanzar con la misma mano con la cual pretendía lograr tal hazaña, nos cuenta cómo es estar en sus zapatos, si es que logra alguna vez ponérselos…
Gurú Chaga: Es muy difícil por momentos, a veces tardo cuarenta y cinco minutos para salir, otras veces una hora y cuarto, solo porque las cosas se me resbalan de las manos o, meramente, porque cuando intento ponerme algo de ropa, mis brazos y mis manos parecieran querer jugarme una broma: lo que quiero agarrar lo empujo o lo golpeo y se cae, y eso no es lo peor, a los veinticinco descubrí algo terrible…
Carlos Tocarlos: ¿Ahí fue entonces que descubriste que sos adoptado?
GC: No, ¿qué tiene que ver eso? No. Descubrí que todo lo que siempre deseé le pasa a la gente a mi alrededor; entonces, empecé una agrupación semiespiritual con fines de lucro, la nombré “Habemus Chantapufi”. Al cabo de unos nueve meses, ya había músicos emergentes de todas las edades con brillantes futuros, compositores aclamados, científicos curiosos, astronautas en trámites espaciales.
La fundación, a la que tanto le agradezco, está a nombre de mi esposa. Yo me dedico a desear que me vaya bien y que mi fundación sea próspera, y por eso funciona, bueno, por eso y porque ella es contadora…
CT: ¿Alguna vez te han pedido cosas ridículas o algo así como descabellado? Bueno, digo, si se puede contar, después de todo solo son las ilusiones del pueblo, ¿no?
GC: A veces hay gente que se acerca a pedir cosas muy ridículas. Me he encontrado largas jornadas concentrado, deseando auto nuevo, volverme rico o la compañía de un fornido hombre de tez oscura (este último fue el más hilarante, viniendo de un hombre de setenta años bien añejados y con distinción). Todo esto se cumplió al cabo de unos meses, y la gente estaba feliz con sus resultados. Esto no es un milagro ni una paradoja; como siempre pensé, esto es la prueba fehaciente de que la ley de atracción no se siente atraída por mí, pero que quiere que la note menearse bien de cerca.
CT: ¿Cómo fue que conociste a tu esposa? Me imagino que no estabas ni deseando ni esperando conocer a nadie, ¿verdad?
GC: No (ríe con una carcajada corta). Bueno, yo trabajaba de limpiar fosas sépticas, en ese entonces no era consciente de mi don, y conseguí el trabajo menos deseado, por mí, al menos. Lentamente, me fui quedando solo, haciendo el trabajo que hacíamos entre tres: uno se ganó la lotería y el otro consiguió trabajo como cantante, y eso que ni cantaba ni nada.
CT: ¡Qué bárbaro! ¿Y ahí tuviste esa epifanía que cambió tu vida?
GC: Eh, no… un día estaba caminando por costanera y empecé a sentir apetito, empecé a desear comida. Miré mi riñonera y no tenía dinero, entonces comencé a delirar, a desear comida gratis, y de pronto, sin razón aparente, los puestos comenzaron a regalar sus productos con total alegría, pero cada vez que yo me acercaba, ya no tenían nada para darme.
CT: ¿Ni pan?
GC: Ni hielo. Pero, bueno, ahí me di cuenta de que algo tenía que ver lo que hoy llamo “don” y en ese momento era una mera coincidencia. Cuando volteé, ahí estaba una hermosa mujer que me compartió su comida, y así es cómo, casi al mismo momento, me hice consciente de mi habilidad y conocí a la mujer que amo. Desde entonces, nunca más nos separamos.
CT: Qué incómodo debe resultarles ir al baño (ambos ríen notoriamente cordiales). Hermosa historia, la verdad, fue un placer haber compartido esta muy breve entrevista con usted.
GC: ¡El placer es todo suyo y me deseo lo mejor!
CT: Gracias por eso y yo también le deseo lo mejor.
Así terminaría la última y tal vez única entrevista a este peculiar e infame personaje. Hoy en día la fundación del Gurú Chaga es el principal foco infeccioso de urticaria espiritual de los últimos años.
Zafo de la fosa con el faso y el sofá
Hace treinta y siete años que hago lo mismo. A la hora que el cartero deja la correspondencia, y de paso me saluda, yo ya estoy por la mitad de mi simpático cigarrillo. ¿Por qué lo hago? Porque la realidad es aburrida si no, porque zafo de la fosa con el faso y el sofá.
Hoy todo cambió, el cartero se desplomó antes de meter las cartas en el buzón, yo lo vi desde el comedor —es una casa antigua, de pueblo del interior de Buenos Aires, casa chata y puertas con mucho vidrio, ventanas adornadas y cosas—. Empecé a sudar frío. Necesito mi ritual. Esa carta tiene que tocar el fondo del buzón al ritmo de mi humeante sentada cuasi presencial.
Me paré y alterado fui a terminar el trabajo. Caminé como pude, con una pierna dormida y la otra en pijamas; caminé hasta donde el moribundo cartero, le arrebaté la correspondencia y terminé su trabajo. Luego volví, pero no era lo mismo, el ritual no se había celebrado esta vez.
Resignado y adolorido, decidí ayudar al cartero, que me miró y me dijo:
—Deje, no quiero ser una carga para usted, llevo muchos años haciendo esto y usted siempre está en la misma posición con un nuevo cigarrillo. Esta vez, no pude hacer mi parte del ritual.
Ahí entendí. No soy el único que inventa juegos con aspectos y cosas de la realidad para hacerla más dinámica. Hay muchos seres que se las ingenian para inundarse de humor, endorfinas y amor, o simplemente satisfacer una jocosa necesidad.
Antes de que muriese en mis brazos, le dije que mi frase para el ritual era “zafo de la fosa con el faso y el sofá”. El cartero me respondió, con un poco más de dificultad y, sin entender cómo no se había muerto aún: “Paso de sapo empapado, ahúma palo, saludalo”.
Rio y nunca más oí su voz. La voz de un hombre que me saludó durante treinta y siete años y yo nunca lo saludé en respuesta. El hombre que cumplió su parte a la perfección en mi ritual y que adaptó su ritual a mi inadaptada actitud.
Atlético Magnates de Queteparió
contra Deportivo Pompelmo Suricatta
La ansiedad —se atrevió a decir para sí misma— tiene que ser esto, sin duda: conducir un auto a través de una ruta eternamente recta y tener un copiloto que no solo quiere saber cuánto falta, sino que además se aburre y lo hace notar. En este caso se trataba de su hermano, quien también se había levantado ese día notoriamente carenciado de paciencia alguna.
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