Una variante de estas posiciones tecnocráticas es la visión neutral de la tecnología, que se puede simplificar del siguiente modo: la tecnología no es ni buena ni mala, depende de cómo se use. Esta supuesta neutralidad sostiene que ella es ajena al ser humano y al contexto en el que se aplica. La tan popular expresión “impacto de la tecnología” está inspirada en esta visión: se ve a la tecnología como algo exterior que en un momento inesperado impacta o colisiona con nuestro mundo, alterando el estado de cosas. Muy por el contrario, no podemos pensarla por fuera de la realidad humana, como algo ajena a sí misma, ya que –como decíamos antes- la tecnología es producto del hacer humano. Tampoco una tecnología puede ser evaluada en términos tan maniqueos y dialécticos como bueno/malo, positivo/negativo y no se pueden separar medios de fines, sino que se trata de un fenómeno mucho más complejo. No podemos mantener con ella una relación unidireccional en la que tenemos el absoluto control de sus efectos. Por el contrario, la tecnología tiene efectos contradictorios e imprevisibles, es decir, su aplicación en un determinado contexto social, puede generar efectos inesperados que pueden ser catalogados como buenos y malos a la vez. Y para ejemplificarlo, podemos pensar en el antibiótico: si bien en un primer momento resuelve el problema de la infección, a largo plazo volverá inmune al virus, es decir, lo fortalecerá para volver a atacar en el futuro12. La instrucción pastoral Aetatis Novae, del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, lo describía de este modo: “el constante ofrecimiento de imágenes e ideas así como su rápida transmisión, realizada de un continente a otro, tienen consecuencias, positivas y negativas al mismo tiempo, sobre el desarrollo psicológico, moral y social de las personas”13.
La falsa neutralidad de la tecnología ha sido advertida por la Doctrina Social de la Iglesia en la expresión de Juan Pablo II, en su Discurso pronunciado durante el encuentro con científicos y representantes de la Universidad de las Naciones Unidas, en Hiroshima: “Sabemos que este potencial no es neutral: puede ser usado tanto para el progreso del hombre como para su degradación”. Por esta razón, “es necesario mantener una actitud de prudencia y analizar con ojo atento la naturaleza, la finalidad y los modos de las diversas formas de tecnología aplicada”14. Benedicto XVI va más allá y sostiene: “Parece realmente absurda la postura de quienes defienden su neutralidad y, consiguientemente, reivindican su autonomía con respecto a la moral de las personas. Muchas veces, tendencias de este tipo, que enfatizan la naturaleza estrictamente técnica de estos medios, favorecen de hecho su subordinación a los intereses económicos, al dominio de los mercados, sin olvidar el deseo de imponer parámetros culturales en función de proyectos de carácter ideológico y político” (CV, 14).
1.3. La posición relacional sobre la tecnología
Hechas estas consideraciones sobre las distintas posturas tecnocráticas de la tecnología, es momento de proponer una posición superadora que restituya la figura del hombre como artífice y responsable de su entorno, donde los adelantos tecnológicos tienen su lugar destacado pero no determinante. Burbules y Callister –desde una mirada “postecnocrática”- sostienen que no podemos pensar en la tecnología como algo ajeno a nosotros, porque nosotros mismos, como seres humanos, somos tecnología, ya que nos vamos reconfigurando con ella a medida que la usamos15. Es así que proponen una postura “relacional” que da cuenta de este vínculo ambivalente y complejo que mantenemos con los artefactos que fabricamos: nosotros les damos forma pero ellos, a la vez, nos transforman a nosotros. Así lo expresaba Benedicto XVI: “La técnica — conviene subrayarlo — es un hecho profundamente humano, vinculado a la autonomía y la libertad del hombre” (CV, 69). El hecho de que los medios tecnológicos sean extensiones de capacidades humanas implica una gran responsabilidad: no se le puede echar la culpa de los males de la técnica a ella misma sino en todo caso al hombre que utiliza esa técnica con determinados propósitos. Por eso, “la técnica nunca es sólo técnica. Manifiesta quién es el hombre y cuáles son sus aspiraciones de desarrollo, expresa la tensión del ánimo humano hacia la superación gradual de ciertos condicionamientos materiales” (CV, 69). Aquí podríamos citar aquello de Jesús sobre lo puro y lo impuro: “ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre” (Cf. Mc. 7 15). Haciendo una actualización de esta enseñanza podemos decir que, en todo caso, la tecnología amplificará, como si fuera un megáfono, la pureza o la impureza que está en el corazón del hombre.
En segundo lugar, hay que destacar que esta visión “relacional” de la tecnología no sólo habla de las modificaciones que ejerce sobre quienes la usan, sino también de los cambios que los usuarios ejercen sobre la misma. De este modo, el concepto mucho más rico de tecnología da pie a pensar en las apropiaciones que la sociedad va haciendo de ella y en los cambios inesperados que se van generando a medida que las incorpora en sus tareas16. Como dice Castells, “la tecnología es producida por la sociedad y determinada por la cultura”17; esto quiere decir que siempre aparecen usos alternativos a los fines para los que ciertas tecnologías fueron creadas originalmente. Por ejemplo, en el caso de Internet, Juan Pablo II se preguntaba en su mensaje para la XXXVI Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales: “¿Cómo podemos garantizar que este magnífico instrumento, concebido primero en el ámbito de operaciones militares, contribuya ahora a la causa de la paz?”.
Por último, un tercer aspecto de esta concepción “relacional” de la tecnología que aquí se propone tiene que ver con concebir a estos medios como una forma de relacionarnos con los demás. En otras palabras, estamos hablando de tecnologías de la información y la comunicación porque nos comunican con otros, desempeñando de este modo una función elemental para el ser humano, puesto que “el hombre se valoriza no aislándose sino poniéndose en relación con los otros y con Dios” (CV, 53). Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, “la persona humana necesita de la vida social. Esta no constituye para ella algo sobreañadido sino una exigencia de su naturaleza” (CCI, 1879). En la misma línea, el Padre Ricardo sostiene que a imagen y semejanza de la Trinidad, el hombre tiene una profunda identidad relacional: “el hombre es persona en comunidad. Por eso, siendo un ser consciente, el hombre no puede vivir solo. Necesita agruparse, convivir; ser familia y comunidad social”18. A diferencia de otros tiempos de la Iglesia, donde la santidad se desarrollaba como camino ascético-individual, hoy “es el tiempo de la comunicación, de los procesos madurativos de la persona en orden a su convivir existencial, el tiempo de la sensibilización social y de la globalización fraterna de la humanidad” (GS, 76).
1.4. Personalizar el vínculo con la tecnología
La antropología cristiana ofrece un enfoque integral y trascendente de la persona humana (Gaudium et spes, 76) que permite abordar, entre otras cosas, el vínculo con la tecnología. Ya en 1971, Pablo VI hablaba de la centralidad del hombre en estas cuestiones: “Como el hombre mismo es la norma en el uso de los medios de comunicación, los principios morales que a ellos se refieren, deben apoyarse en la conveniente consideración de la dignidad del hombre, llamado a formar parte de la familia de los hijos adoptivos de Dios” (Communio et Progressio, 14). Más adelante, en el documento Ética en las Comunicaciones Sociales, el Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales aconsejaba: “La persona humana y la comunidad humana son el fin y la medida del uso de los medios de comunicación social; la comunicación debería realizarse de personas a personas, con vistas al desarrollo integral de las mismas” (N° 21). Finalmente, Benedicto XVI, en el mensaje para la XLII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales en 2008 decía que “la búsqueda y la presentación de la verdad sobre el hombre son la vocación más alta de la comunicación social”, y también afirmaba: “son muchos los que piensan que en este ámbito es necesaria una “info-ética”, así como existe la bio-ética en el campo de la medicina y de la investigación científica vinculada a la vida”. De este modo, la antropología cristiana reclama volver a la centralidad del hombre en el uso de las tecnologías, y más particularmente de los medios de comunicación social, para lo cual es necesario restablecer su dimensión ética, para que estén responsablemente al servicio del hombre.
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