En contraste, en la era de Galileo las personas estaban menos listas para contradecir a Aristóteles, cuyos escritos saquearon y desmantelaron intelectualmente la cultura del momento. Los estudiantes que entraban en las universidades de la Edad Media recibían la instrucción de descartar cualquier enseñanza que fuera en contra del “Filósofo”, como había llegado a ser conocido Aristóteles. William R. Shea escribió: “Los escritos de Aristóteles que han estimulado discusiones avivadas fueron de manera creciente convertidos en un dogma rígido y en criterios mecánicos de la verdad. A los otros sistemas filosóficos se los trataba con desconfianza”.44
Al igual que la manía de hoy de interpretar todo en un contexto darwiniano (desde la forma de la oreja de los perros a nuestra “tendencia natural a ser amables con nuestras relaciones genéticas y, sin embargo, ser xenofóbicos, desconfiados e incluso agresivos con personas de otras tribus”),45 en ese entonces, la enseñanza de Aristóteles era el filtro a través del cual se debía entender todo, desde el movimiento de las estrellas hasta la naturaleza del pan y el vino en la Eucaristía.
En 1600, cerca de dos mil años después de Aristóteles, René Descartes se pudo quejar de él: “¡Qué afortunado fue ese hombre! Cualquier cosa que escribía, ya sea que pensara mucho en ello o no, es estimado por la mayoría de la gente hoy como si tuviera autoridad profética”.46
Los árabes introdujeron los escritos de Aristóteles en Europa en los siglos XI y XII. Sin embargo, para el siglo XIII, Aristóteles perdió popularidad, en especial con el clero. Después de todo, este griego pagano enseñaba que el universo siempre había existido, que Dios no se interesaba por la humanidad y que no tenía conocimiento de ella, y que las causas naturales solas podían explicar los sucesos en la Tierra. Esas creencias lo hicieron sospechoso frente a los eruditos y clérigos de mente más tradicional; se emitieron prohibiciones a sus obras “científicas” en 1210 y 1215, incluyendo también un intento en 1231 de erradicarlas. Edward Gran escribió: “Todos esos intentos fueron en vano, y para 1255 las obras de Aristóteles no solo fueron aprobadas oficialmente, sino que constituyeron la columna vertebral del currículo de artes”.47
Sin embargo, los eruditos medievales tuvieron que torcer, doblar, distorsionar y ofuscar para amalgamar la ciencia, la filosofía y la cosmología de Aristóteles con la doctrina bíblica, más o menos como lo hacen hoy algunas personas cuando tratan de armonizar a Jesús con Darwin. Nadie se dedicó a esto más “exitosamente” que el fraile y sacerdote ítalo dominicano Tomás de Aquino (1225-1274)... que casi convierte al pagano Aristóteles en un católico romano que asistía a misa, daba indulgencias y adoraba a María. Aunque en tiempos de Galileo existía algo de oposición (y en crecimiento)48 en contra de la cosmovisión aristotélica, los escritos de Aristóteles todavía eran el filtro a través del cual se veían las obras de Dios en la naturaleza. Richard Tarnas expresó: “Con la aceptación gradual de esa obra por parte de la iglesia, el corpus aristotélico fue virtualmente elevado al estatus de dogma cristiano”.49
El universo de Aristóteles
Otros elementos de las enseñanzas de Aristóteles resonaron durante la saga de Galileo, pero su cosmología, su comprensión del universo, se convirtió en el punto de partida. Algunas de esas enseñanzas fueron anteriores a Aristóteles y se podían encontrar entre los babilonios, los egipcios y los pitagóricos, quienes sin duda influenciaron el pensamiento de Galileo, pero Aristóteles había desarrollado su propia comprensión sistemática de la estructura del universo, que la iglesia había adaptado y luego adoptado (al menos en parte) durante siglos.
Aristóteles dividía la creación en dos regiones distintas: la terrestre y la celestial. Enseñaba que la terrestre, todo lo que está debajo de la Luna, está compuesta por cuatro elementos básicos: tierra, aire, fuego y agua. Este ámbito sufrió cambios, decadencia, nacimiento, generación y corrupción. En contraste, el ámbito celestial, la Luna y más allá, permanecía eterno, sin cambios y perfecto. Las estrellas y los planetas estaban compuestos por un quinto elemento (del que obtenemos la palabra quintaesencia ), conocido como éter. A diferencia de la tierra, el aire, el fuego y el agua, el éter era puro, eterno e inmutable.
Y aunque un grupo de leyes y principios gobernaban la esfera celestial y otro la terrenal, la celestial influenciaba en gran manera los eventos de la Tierra. El filósofo de ciencia Thomas Kuhn dijo, al describir la visión de Aristóteles: “La sustancia y el movimiento de la esfera celeste son los únicos compatibles con la inmutabilidad y la majestuosidad de los cielos, y son los cielos los que producen y controlan toda la variedad y los cambios en la Tierra”.50
En el sistema de Aristóteles, las estrellas orbitaban en círculos la Tierra, considerada la más perfecta de todas las formas geométricas. Visualizaba el universo mismo como 55 esferas cristalinas concéntricas, una anidada dentro de la otra, desde la más pequeña y cercana a la Tierra, a la más grande y lejana. Cada esfera cristalina, en la cual se hallaban los diferentes planetas y estrellas, rotaba a su propia velocidad constante alrededor de la Tierra, que estaba inmovible en el centro, como un punto en medio de tres anillos.
La centralidad e inmovilidad de la Tierra fue crucial para el cosmos de Aristóteles, y en su obra En los cielos debatía sobre la Tierra como el centro inamovible del universo. Aunque usó diferentes razones, un argumento fue que la Tierra debía estar en el centro de todo lo que existe, porque si arrojas algo al aire, esto automáticamente cae a la tierra.
Entonces Aristóteles escribió: “Es claro, entonces, que la Tierra debe estar en el centro y ser inmóvil, no solo por las razones ya mencionadas, sino también porque los cuerpos pesados arrojados con fuerza hacia arriba y en dirección recta, regresan al punto en el cual empezaron, incluso aunque sean arrojados a una distancia infinita. A partir de estas consideraciones, entonces, es claro que la Tierra no se mueve y no se encuentra en otro lugar que no sea el centro”.51
Ptolomeo, Dante y Copérnico
Aparte de los problemas obvios que vemos hoy con este sistema, las personas en los días de Aristóteles miraban al cielo de noche y veían, con bastante facilidad, que las estrellas no se movían como deberían según este modelo. Las creencias y las suposiciones sobre las cuales se construyó esta visión no coincidían con el fenómeno. Era como si el mismo cielo no hubiera leído En los cielos . Por ejemplo, si las estrellas y los planetas orbitan la Tierra a velocidad constante y en círculos perfectos, ¿por qué algunos planetas en ciertos momentos detienen su movimiento, vuelven atrás y luego van hacia adelante nuevamente? La teoría de Aristóteles no explica fácilmente el movimiento retrógrado que se ve en el cielo de noche.
Sin embargo, con varias alteraciones y modificaciones, ese modelo geocéntrico de planetas y estrellas que orbitan en esferas perfectas a velocidades uniformes alrededor de una Tierra quieta existió hasta el siglo XVII (aunque a Roma le tomó hasta 1992 –359 años después de la condenación de Galileo–, cuando el Vaticano, bajo la conducción de Juan Pablo II, admitiera formalmente su error).52 La longevidad de esta teoría revela el poder propagandista de la tradición y el dogma científicos, incluso frente a poderosas evidencias contrarias.
Al mismo tiempo, pensadores de todas las épocas trataron de hacer que el modelo se ajustara a los hechos. En otras palabras: “Aquí está la teoría. Ahora logren que lo que vemos, los fenómenos, se ajusten a ellas”. Hoy, en especial en la biología evolucionaria, poco ha cambiado.
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