1 ...6 7 8 10 11 12 ...20 En el siglo II a.C., el astrónomo greco-egipcio Claudio Ptolomeo escribió un tratado de trece partes, el Almagesto , en el cual trató de describir mejor el movimiento del cosmos en un universo aristotélico con la Tierra como centro. Aunque revestía cierta complejidad, el sistema de Ptolomeo era una descripción matemática precisa (basada en el modelo de los cuerpos celestes que se movían en esferas perfectas alrededor de una Tierra inmóvil) de lo que los ojos de la tierra veían en los cielos. Y, hasta cierto punto, funcionó. Esto es, se podían hacer predicciones precisas basadas en la ciencia falsa que apoyaba el Almagesto , que ponía una Tierra inmóvil como el centro del universo. Si bien el libro se escribió alrededor del año 150 d.C., la influencia del Almagesto duró hasta los años 1600.
Anthony Gottlieb escribió “Ptolomeo fue el astrónomo más influyente hasta la revolución científica: su versión del universo de Aristóteles con la Tierra como centro permaneció sin ser cuestionada por 1.200 años”.53
Otro de los textos cruciales ni siquiera era científico, sino un poema: La divina comedia , de Dante Alighieri, escrita a principios del año 1300. Una narrativa épica extensa, el poema describe el tour de Dante por el infierno, el purgatorio y el cielo. Dante comienza en la superficie de la Tierra y luego desciende por los nueve círculos del infierno que están debajo de la Tierra, donde encontró escritas las famosas palabras “ABANDONA LA ESPERANZA SI ENTRAS AQUÍ”.54 Dante vuelve a la superficie, al monte del purgatorio (Purgatorio), cuya base está en la Tierra, pero su cima llega hasta el cielo. Finalmente, asciende al ámbito celestial (paraíso) de su universo aristotélico.
Con La divina comedia , Dante hizo con la poesía lo que Tomás de Aquino hizo con la filosofía: integró el cosmos de Aristóteles con la teología cristiana, poniendo a la Tierra inmóvil y a la humanidad en el centro de la Creación de Dios.
Richard Tarnas escribió: “El uso que hizo Dante de la cosmología Ptolemaico-aristotélica como base estructural para la cosmovisión cristiana se estableció en el imaginario colectivo, con todos los aspectos del esquema científico griego ahora imbuido de importancia religiosa. En las mentes de Dante y sus contemporáneos, la astronomía y la teología indivisiblemente unidas, y las ramificaciones culturales de esta síntesis cosmológica, eran profundas: porque si futuros astrónomos introducían cualquier cambio físico a ese sistema (por ejemplo, decir que la Tierra se mueve), el efecto de una innovación puramente científica amenazaría la integridad de toda la cosmología cristiana”.55
Y una Tierra que se mueve es, precisamente, lo que Nicolás Copérnico, en 1543, postuló con su De revolutionibus orbium coelestium [Sobre las revoluciones de las orbes celestes]. En esta obra de seis secciones (“libros”), Copérnico argumentaba sobre el movimiento circular de la Tierra alrededor de un Sol sin movimiento en el centro del universo. Aunque otros, como Aristarco de Samos (siglo III a.C.), habían debatido sobre una cosmología similar, Copérnico sabía que, debido a las implicancias teológicas de esta posición, podía estar apresurándose a entrar en un terreno en el que nadie había entrado antes. En la primera línea de su dedicación del libro al papa Pablo III escribió: “Fácilmente puedo pensar, Santísimo Padre, que tan pronto como ciertas personas se enteren de que, en estos libros míos, en los que he escrito sobre las revoluciones de las esferas del mundo, le atribuyo ciertos movimientos al globo terráqueo, inmediatamente alzarán su voz para quitarnos a mí y a mi opinión del escenario”.56
Si bien Copérnico no fue exactamente quitado del escenario (se hallaba en su lecho de muerte cuando su libro salió de la imprenta), en 1616 este tratado fue puesto en el Índice Católico de Libros Prohibidos; a pesar de su intento de apaciguar a las autoridades dedicando el material a nadie más que al mismísimo “vicario de Cristo”. Dieciséis años después de la prohibición, Galileo fue condenado por Roma por “haber creído y sostenido la doctrina (falsa y contraria a las Santas y Divinas Escrituras) de que el Sol es el centro del Universo y que no se mueve de Este a Oeste, y que la Tierra sí se mueve y no es el centro del Universo”; en otras palabras, la cosmología de Copérnico.
Lo que sea que haya estado sucediendo en los cielos, esta era la atmósfera científica e intelectual en la cual se desató la tormenta de Galileo en la tierra. Para la mente medieval, el universo era una jerarquía estricta en la cual el cielo, comenzando por la Luna que se movía hacia afuera, era perfecto y armonioso. Todos los cuerpos celestes (Sol, Luna, planetas, estrellas), esferas perfectas en sí, orbitaban la Tierra en círculos perfectos, la forma geométrica suprema, el único movimiento digno del cosmos de Yahweh . En medio de todo esto, en el centro inamovible, se asentaba la Tierra. Aquí estaba el modelo científico que dominó el pensamiento intelectual occidental por más de 1.500 años, el que la iglesia también había luchado tanto por incorporar a su teología.
Después de todo, ¡es ciencia!
Sin embargo, cuando Galileo comenzó a apuntar su telescopio al cielo nocturno, la gente pudo ver que lo que pasaba en los cielos no coincidía con lo que la ciencia decía aquí, en la Tierra. De repente, el fenómeno y la ciencia que explicaba el fenómeno se hicieron irreconciliables. Como lo expresó Shakespeare en Hamlet : “Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que han sido soñadas en tu filosofía”.57 No solo había más cosas (por lo menos, en el cielo), sino también había cosas que, de acuerdo con la mejor ciencia, para empezar, no deberían haber estado allí.
Con su telescopio, Galileo pudo ver manchas solares que, de acuerdo con Aristóteles, no deberían existir en un cosmos perfecto e inmutable. El biógrafo de Galileo, David Wootton, escribió: “Su prueba de que las manchas solares estaban sobre la superficie del Sol, y que consecuentemente la doctrina aristotélica de la inmutabilidad de los cielos era falsa, creía él sería decisiva. Este sería el funeral, como él lo expresa (quiso decir el tiro de gracia ), para la ‘pseudofilosofía’ de sus adversarios”.58
El descubrimiento de Galileo de montañas, valles y planicies en la Luna asestó otro golpe al cosmos aristotélico, cuyas orbes celestiales estaban compuestas, supuestamente, solo de esferas perfectas. Galileo escribió en 1610 Mensajero sideral, obra en la que expresaba: “La superficie de la Luna está manchada por todas partes con protuberancias y cavidades; solo me resta hablar de su tamaño y mostrar que las asperezas de la superficie de la Tierra son mucho más pequeñas que las de la Luna”.59
Galileo luego apuntó sus “ojos con aumento” a Venus. Para su gran sorpresa, vio que este pasaba por fases, tal como lo hace la Luna. “Pero, la naturaleza de esas fases solo se podía explicar si Venus daba vueltas alrededor del Sol y no de la Tierra. Galileo concluyó que Venus debía viajar alrededor del Sol, que a veces pasaba por detrás y más allá de él, en vez de dar vueltas alrededor de la Tierra”.60
Aún más asombroso e inesperado, considerando el dogma científico de la época, fueron los cuatro “planetas” que orbitaban a Júpiter que antes no se conocían. Galileo escribió: “Pero lo que estimula el mayor asombro por lejos, y lo que de hecho me movió a llamar la atención de todos los astrónomos y filósofos, es, a saber, que he descubierto cuatro planetas, ni conocidos ni observados por ninguno de los astrónomos anteriores a mi época, que tienen sus órbitas alrededor de cierta estrella brillante, una de las previamente conocidas como Venus y Mercurio alrededor del Sol, que a veces están frente a ella, a veces detrás, pero que nunca se separan de ella más allá de ciertos límites”.61
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