Hay un detalle pequeño pero importante en Daniel 5 que da evidencias de cuán exacto era el conocimiento de Daniel respecto de Belsasar y su destino. Daniel nos dice quién se encontraba en el palacio en la ciudad esa noche y quién no. Belsasar estaba ahí, pero Nabonido, el rey principal, no estaba. Este detalle es algo que habría conocido solo un testigo de aquellos eventos en el siglo sexto a.C. Un escritor en el siglo segundo a.C. bien podría haber cometido el error de poner a Nabonido, el último rey principal, en el palacio aquella noche. Pero Daniel no cometió ese error, y la Crónica de Nabonido nos dice dónde estaba Nabonido. Él había llevado consigo una división del ejército babilónico al río Tigris para pelear contra Ciro y sus tropas, quienes se aproximaban por el oriente. Belsasar quedó en la ciudad con la otra división para protegerla. El escritor del libro de Daniel sabía que Belsasar estaba en la ciudad la noche que fue conquistada, y no hace mención de Nabonido por la obvia razón de que éste se encontraba en otra parte. Este pequeño y aparentemente insignificante detalle revela cuán preciso fue el registro de Daniel en el caso de Belsasar.
EL REINO MEDO
Durante siglos, los intérpretes ortodoxos del libro de Daniel han visto la secuencia cuádruple de reinos en los capítulos 2 y 7 como una representación de Babilonia, Medo-Persia, Grecia, y Roma. Siendo que el libro de Daniel menciona un rey llamado Darío el Medo (ver Dan. 11:1), los eruditos críticos han argumentado que el escritor de Daniel pensó que había un reino medo independiente después del reino babilónico. Por lo tanto, consideraban que, con base en la evidencia del libro mismo, la secuencia debería ser reducida a Babilonia, Media, Persia, y Grecia. De esta forma, la serie termina no con Roma, sino con Antíoco Epífanes, quien procedía del periodo griego. Esto, afirman tales críticos, es consistente con lo que escribiría un autor del siglo segundo a.C., pero es un error histórico hablar de un reino medo separado después del periodo babilónico.
Sí hubo un reino medo separado en los siglos noveno, octavo y séptimo a.C. Eso es algo bien sabido y no representa ningún problema. Pero los críticos están en lo cierto en que sería un error histórico insertar un reino medo independiente en esta secuencia después del 539 a.C., cuando cayera el reino babilónico. Los medos habían sido conquistados por los persas más temprano en el siglo sexto a.C., y por los siguientes dos siglos fueron un componente integral del Imperio Persa.
¿Acaso el escritor de Daniel cometió tal error e identificó un reino de Media separado? No si partimos de la evidencia que el texto presenta. El carnero en la profecía del capítulo 8 se identifica en el versículo 20: “En cuanto al carnero que viste, que tenía dos cuernos, éstos son los reyes de Media y de Persia”. Este carnero simbólico único representaba el reino único de Medo-Persia.
La narración del capítulo 6 sostiene el mismo punto donde la ley dada por Darío se dice que era “conforme a la ley de Media y de Persia, la cual no puede ser abrogada” (vers. 12). Si Media y Persia eran reinos separados en ese momento, la referencia hubiera sido a “la ley de Media y la ley de Persia” en vez de “la ley de Media y de Persia”. Un solo código legal gobernaba a este reino doble.
La escritura en la pared en el capítulo 5:28 nos enseña la misma verdad, dado que el reino de Belsasar fue “roto, y dado a los medos y a los persas”. No hay base en el libro de Daniel para separar un reino medo individual. La secuencia debe continuar como ha sido interpretada: Babilonia, Medo-Persia, Grecia, y Roma.
DARÍO EL MEDO
La identidad de Darío el Medo aún es asunto de cierta discusión entre los eruditos conservadores que aceptan su existencia histórica. Este caso no es tan claro como el que tiene que ver con Belsasar. Se han mencionado varios candidatos como posibilidades, incluyendo dos reyes persas, dos reyes medos, y dos gobernadores persas. Estos serán discutidos con mayor detalle en el capítulo que trata sobre Daniel 6. Aquí necesitan mencionarse solo dos puntos.
Primero, sabemos que había un corregente en Babilonia durante el primer año de ocupación persa. Las tablillas comerciales cotidianas de Babilonia de aquel tiempo registran los nombres de los reyes y sus títulos, junto con fechas de los años de regencia de cada rey. Partiendo de estos documentos, es claro que Ciro no portaba el título de “Rey de Babilonia” para el primer año de la conquista persa; ninguna de las tablillas escritas en ese entonces le asigna este título.
Segundo, está el asunto de los nombres oficiales de los reyes. En los tiempos antiguos, los reyes comúnmente tenían nombres personales antes de ascender al trono; tras ascender al trono, asumían otro nombre oficial. Esto era muy común en Egipto, y ocasionalmente fue practicado en Israel. Azarías, quien también recibió el nombre de Uzías, es un ejemplo. Esta costumbre rara vez fue utilizada en Mesopotamia, pero quizás fue más común en Persia, según ciertos historiadores modernos. Por lo tanto, Darío, según se lo menciona en Daniel, bien pudo haber sido un nombre oficial, pero necesitamos ser más exactos en la identificación del nombre personal del individuo que pudo haber adoptado ese nombre oficial.
LA FECHA DEL LENGUAJE ARAMEO DE DANIEL
Estudios tempranos argumentan que el lenguaje arameo usado en los capítulos 2-7 de Daniel se parece más al arameo del siglo segundo a.C., que al del siglo sexto a.C. No obstante, cuando esos estudios fueron practicados, solo se conocía un conjunto de textos arameos antiguos —los papiros elefantinos egipcios del siglo quinto a.C. Dado que el arameo de Daniel difiere en cierto grado del lenguaje usado en los papiros elefantinos, se argumentaba que el arameo de Daniel provenía de un periodo posterior.
Una corriente continua de descubrimientos de inscripciones arameas ha venido dando una visión más completa de ese lenguaje y su desarrollo y una mejor base de comparación con el arameo que aparece en Daniel. Las diferencias entre el arameo de Daniel y el hallado en los papiros elefantinos durante cierto tiempo se creyó que representaban un desarrollo cronológico de dicho idioma, pero ahora se sabe que reflejan más bien dialectos regionales. Todos los papiros elefantinos que formaron la base original de comparación provinieron de Egipto y reflejaban un dialecto arameo egipcio. Este dialecto difería de la forma de expresión oral y escrita del arameo en Judá, Siria, Babilonia e Irán. Cada una de estas regiones tenía su propio dialecto regional. Algunos de los rasgos característicos arameos en el libro de Daniel que se creía eran características tardías —tales como la posición del verbo, por ejemplo— ahora se sabe que son características tempranas propias de las regiones orientales, en otras palabras, como el arameo de Babilonia donde vivía Daniel.
Otro hallazgo considerable en esta área proviene del descubrimiento de los rollos del Mar Muerto. Los esenios que trabajaban en el monasterio de Qumram cerca del Mar Muerto del siglo segundo a.C. al siglo primero d.C., escribieron y copiaron numerosos documentos arameos así como textos hebreos. A medida que estos textos han sido publicados, ha quedado más claro que el arameo de Daniel es considerablemente más antiguo que estos documentos del Mar Muerto. Puesto que los eruditos críticos modernos creen que Daniel fue escrito alrededor del mismo tiempo que los rollos del Mar Muerto, resulta complicado para su perspectiva que no haya una correspondencia más cercana en términos del lenguaje. Los rollos del Mar Muerto también han revelado que el arameo de Daniel no es palestino por distribución geográfica. Más bien, se trata de un tipo de arameo oriental, como el que uno esperaría de un residente de Babilonia.
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