A partir de la década de 1960 surgió en toda España, desde los núcleos industriales del país, un nuevo movimiento de resistencia, dirigido por las denominadas Comisiones Obreras (CCOO), muy próximas al Partido Comunista. No obstante, éstas no se entendían a sí mismas como un sindicato tradicional, sino que eran más bien agrupaciones temporales de intereses, constituidas en el interior de una fábrica para alcanzar una determinada reclamación no-política (por ejemplo, la ampliación de la duración de las pausas o las mejoras de las condiciones de trabajo). Puesto que tales exigenciasevidentemente siempre y cuando fueran desarrolladas de forma no comprometedora y carecieran de marcado carácter políticono eran constitutivas de delito, estas comisiones podían con cierta habilidad conseguir mejoras en las condiciones de trabajo y en la remuneración del mismo. En una fábrica como Sagunto, con una plantilla de cinco mil personas, dichas reclamaciones tuvieron éxito si sus líderes conseguían movilizar al efecto al mayor número posible de trabajadores.
Los primeros años sesenta estuvieron marcados, en Sagunto como en todo el país, por grandes oleadas huelguísticas, iniciadas por una nueva generación consciente de sí misma, pero que pronto chocaron con los límites impuestos por la intervención de la fuerza policial y la imposición del estado de excepción. Hubo, por tanto, que encontrar nuevas vías para resolver los conflictos. En 1958 el régimen había establecido con la promulgación de la Ley de los Convenios Colectivos un nuevo marco legal que posibilitaba la participación directa del trabajador en las negociaciones de los convenios colectivos con el empresario y permitía la elección democrática de los representantes de los trabajadores en el jurado de empresa. Hasta el final de la dictadura el único sindicato permitido fue el sindicato vertical (oficialmente denominado: Organización Sindical Española, OSE), un sistema sindical unificado según el ejemplo mussoliniano. Cualquier otra agrupación política o sindical estaba prohibida. El régimen veía en la participación pseudo-democrática de los trabajadores en el sindicato la posibilidad de ligar más estrechamente a sus adversarios al sistema y, a su vez, de presentarse en el exterior, de cara a las aspiraciones europeas, como moderno y dispuesto a llevar a cabo reformas. Al principio, la mayoría de los trabajadores, influidos por los tradicionales sindicatos UGT y CNT, rechazaron la participación en el sindicato único fascista, puesto que no querían legitimar con ello el propio sistema. Apoyándose en la estrategia estalinista del «entrismo» propagada desde Moscú, el PCE animó a sus partidarios a participar en las elecciones sindicales y en los Comités de empresa, así como a participar activamente en el sindicato vertical. Los «mejores activistas» tenían que presentarse como candidatos a las elecciones de representantes sindicales de la OSE para, una vez elegidos, penetrar en el aparato estatal y socavarlo. La táctica tuvo éxito y en efecto, a partir de la mitad de los años sesenta, los comunistas predominaban en los puestos de los Jurados de Empresa como representantes de los trabajadores, si bien cabe señalar que, por principio, el régimen denominaba «comunista» a todo opositor. Las Comisiones Obreras se organizaban a nivel suprarregional y aprovechaban siempre el marco institucional facilitado por el Estado. En paralelo se habían organizado en la clandestinidad grupos de oposición política: para ello muchos resistentes utilizaban su doble militancia y la posición relativamente protegida que el sindicato estatal les proporcionaba.
A partir de los años sesenta comenzó también la integración activa de representantes de la Iglesia en el movimiento clandestino. Guiados por las ideas del Concilio Vaticano II, los llamados curas obreros o curas progres, es decir, jóvenes eclesiásticos anhelantes de reformas que aprovechándose de la protección que les brindaba el Concordato, facilitaron cobertura y ayuda a los movimientos de oposición: pusieron a disposición de ésta lugares de reunión, le posibilitaron el acceso a multicopistas y la difusión de octavillas.
En los años setenta entraron en escena otros protagonistas que, independientemente del predominio de Comisiones Obreras en las empresas, buscaban nuevas estrategias de oposición. Los movimientos vecinales introdujeron en sus barrios mejoras de las infraestructuras y culturales e intentaron así mejorar las condiciones de vida bajo el régimen franquista. Principalmente las mujeres, excluidas en su mayoría de la vida laboral y sindical, tuvieron una participación activa en estas asociacionesde puertas para afueraapolíticas. De la misma manera surgieron grupos de la nueva generación joven, bajo el manto de la promoción del deporte y la cultura. En Puerto de Sagunto había, por ejemplo, el «Club de Teatro», una asociación de jóvenes actores amateurs, que representaban obras de crítica social de autores como Brecht, sin dejar de chocar para ello con la resistencia de la censura fijada por las autoridades. El «Nautilus Club», organizado por adolescentes de ambiente católico, se dedicó a proyectar películas y organizar lecturas y exposiciones.
En esta misma década de los setenta ganaron influencia nuevos grupos de la izquierda radical: marxistas-leninistas y leninistas, que, repelidos por la dura línea soviética seguida ante la primavera de Praga, se distanciaron del Partido Comunista. Los partidos radicales de izquierda ejercieron una fuerte influencia en los movimientos vecinales, especialmente entre la nueva generación que hacia 1970 estaba llegando a la edad adulta. También las universidades se fueron convirtiendo de forma creciente en un foco de conflictos para la dictadura: intelectuales y abogados se movilizaron a favor del movimiento sindical, defendieron en los tribunales públicos a trabajadores perseguidos o detenidos y prestaron consejo legal a las asociaciones de vecinos, a menudo con éxito. Hasta la muerte de Franco, el en sus inicios vacilante movimiento obrero, se había transformado en un movimiento opositor con el apoyo generalizado de amplias capas de población que, si bien no pudo provocar la caída del régimen, sí que allanó el camino para el surgimiento de una conciencia democrática popular.
FUENTES Y ARCHIVOS
Para el trabajo durante el periodo entre octubre de 2008 y mayo de 2011, se llevaron a cabo cuarenta y cinco entrevistas a testigos de la época, en las que se puso especial cuidado en dejar al interlocutor o la interlocutora el mayor espacio posible para que tratara los temas propuestos. Además, muchas de las personas entrevistadas han facilitado documentos, publicaciones, fotografías o esbozos autobiográficos de su propiedad que han supuesto valiosas fuentes primarias que, en su mayoría, se han encontrado reflejadas en el presente trabajo.
La toma de contacto con la mayoría de los testimonios de ambos bandos políticos tuvo lugar en un principio partiendo de la central sindical de Comisiones Obreras de Sagunto, especialmente por medio de su antiguo secretario general, y más tarde a través de las propias personas entrevistadas. Al respecto fue de especial importancia preguntar de manera selectiva, para que la elección de las personas no pudiera verse influenciada por las propias preferencias de las personas de contacto. En el caso de una investigación sobre el antifranquismo en Puerto de Sagunto lo normal es encontrarse en un primer momento con un determinado número de participantes en los conflictos obreros, todos ellos antiguos miembros de la planta siderúrgica y pronto activistas del Partido Comunista, integrantes del círculo del líder obrero local más importante, Miguel Lluch. A causa de la extraordinaria homogeneidad de este grupo y de su alto grado de organización durante la época de Franco se pone de manifiesto una conformación colectiva de la memoria y una mitificación, hasta el punto de que determinados acontecimientos clave, como por ejemplo las huelgas de 1965, son descritos por numerosos testimonios con una selección de palabras prácticamente idéntica, que no obstante repite insistentemente también errores e imprecisiones. Así, los líderes obreros entrevistados tienden a aumentar el número de trabajadores en plantilla de la fábrica (con frecuencia se menciona la cifra de 7.000, aunque en los años sesenta la cifra máxima apenas si superaba los 5.000). De igual forma, como año de la oleada de huelgas se nombra a menudo 1966, el año de la fundación de CCOO en Valencia, si bien en realidad habían tenido lugar un año antes.
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