En esa época empecé a trabajar en equipos de violencia y abuso sexual infanto-juvenil. Esas historias fueron –y son– las más contundentes para seguir trabajando en mí misma y, al mismo tiempo, para generar empatía con las consultantes. La sexualidad y la violencia se cruzaban en más de una de esas historias. Y las mujeres lo sabemos muy bien. ¡Celebro estar asistiendo hoy en primera persona a la revolución del género!
¿Por qué estudié otros modelos médicos? El retoque final a este proceso lo dieron mis hijos. Cuando eran pequeños me enfrenté a crisis asmáticas, otitis y alergias. El sistema médico los definía como enfermedades y no brindaba más respuestas que una estigmatización en la que no quería quedarme. Fue entonces cuando escuché a una amiga (nuestra vida está tramada por mujeres sabias) que me sugirió que probara con la medicina homeopática. “¿Yo, a un homeópata? ¿Qué es eso? ¿Medicina alternativa? ¿A mí, a alguien diploma de honor de la UBA?”, recuerdo que le respondí. Pero mi curiosidad e intuición –que afortunadamente y como buena escorpiana siempre estuvo presente– me llevaron a investigar en el tema, a confiar en la homeopatía: mis hijos se curaron definitivamente de sus alergias de todo tipo.
“¡Voilá!”, dije. Acá pasa algo más en los cuerpos, algo que se nos está escapando. Entonces, empecé a estudiar homeopatía. Me estaba dando cuenta de que las personas no se curaban con sacarles sus úteros o sus mamas, y que muchas patologías tenían un perfil psicológico particular. Dejé de operar y me puse a escuchar otros síntomas que no venían solo del cuerpo. Emprendí un camino que aún sigo transitando, el de la medicina que aborda el cuerpo, la mente y el espíritu; un modelo médico que nos incluye en nuestra totalidad como seres humanos: la medicina integrativa.
Una vez concluido el curso de homeopatía, en la Asociación Médica Homeopática Argentina, con la cual sigo en contacto y que me conectó con quienes hoy son grandes amigos, se despertó en mí la curiosidad por la acupuntura y la medicina tradicional china. Entonces me inicié en la práctica del chi kung con un maestro de artes orientales. Claro que, como ya se habrán dado cuenta, necesito siempre validar los estudios con títulos académicos (una tara que ya acepté), así que me puse a estudiar en el Instituto Médico Argentino de Acupuntura.
Mi amiga Eliana, maestra yogui, me empezó a hablar sobre el ayurveda y me conectó con el doctor Fabián Ciarlotti (uno de los referentes en la Argentina) para que tomara sus cursos de medicina ayurvédica. Debo reconocer que hubo una fuerte resistencia de mi parte, ya que venía acumulando títulos y, para ese momento, no entendía bien dónde estaba parada en mi profesión.
Mientras tanto mis hijos crecían. Participaba de todas las actividades artísticas, deportivas y estudiantiles que practicaban. Tratábamos de acompañarlos siempre con mi gran compañero, que siempre estuvo y está allí para bancarse todas mis locuras (libro incluido).
Yo empezaba a visualizar más claramente que el modelo médico hegemónico me resultaba limitado. Seguía trabajando con mis consultantes, siempre curiosa, interrogándome. Mis preguntas eran: “¿Qué soy? ¿Ginecóloga o psicóloga? ¿Médica homeópata o tradicional? ¿Se pueden combinar ambas perspectivas? ¿Dónde se ubica el ayurveda? ¿A quién estaré traicionando?”. Más terapia.
Para ese tiempo, el doctor Ciarlotti me invitó a viajar a la India con su grupo de alumnos: la propuesta era hacer un curso de formación en medicina ayurvédica en la Dev Sanskriti University (DSVV) al norte de la India, en Haridwar, donde lo devocional es más fuerte que lo académico.
En ese viaje, mi cabeza explotó y mi corazón se sacó por fin la coraza que tenía. Ahí aprendí el yoga y el tantra, el fuerte choque cultural entre Oriente y Occidente en toda su expresión, lo que es realmente la espiritualidad en toda su potencialidad.
Recién entonces me di cuenta de que la medicina es una: el arte de curar.
Occidente, de acuerdo con lo que nos enseñó el maestro Hipócrates, no se desentiende de los sistemas de Oriente, que fueron pioneros. En el fondo son compatibles. Solo tenemos que abrir el corazón y la mente, deconstruir –esta palabra que se puso de moda en este tiempo de fuertes reivindicaciones por los derechos de las identidades– y volver a construir un modelo más inclusivo, flexible y respetuoso. Dos años más tarde, volví a la India, pero esa vez a la ciudad de Coimbatore, a aprender medicina (otra vez, Sandrita, la académica).
Este recorrido les da una pauta de la síntesis que soy hoy: una practicante de la medicina integrativa, porque ella reúne todos los saberes de Oriente y Occidente. Soy alguien que, a partir de una formación psicoterapéutica, se permite mirar desde una perspectiva que incluye la totalidad de las personas, su identidad, sus creencias y su entorno sociocultural.
Recién en esta etapa me siento realmente conectada y en sintonía con los procesos vitales. Creo que llegó el tiempo de este libro, de ustedes conmigo: empecemos a recorrer juntas el camino del autoconocimiento para vivir una menopausia y una postmenopausia plenas y saludables, sin temores, con mente de principiante, curioseando todo lo que se viene y disfrutando plenamente cada momento de nuestras vidas. Menos obligaciones y más disfrute: esa es la fórmula mágica.
Seguramente hemos escuchado más de una vez alguno de estos comentarios:
“Después de la menopausia, se nos van las ganas de tener sexo”, “La osteoporosis es lo peor que nos puede pasar”, “Nos jubilamos y se termina nuestra productividad”, “La vagina se nos seca”, “Todo se cae” o “Todo el mundo nos ve viejas”.
No sería raro que provinieran de mujeres que nos precedieron, madre, abuela o nuestro linaje femenino completo. Los medios de comunicación y algunos profesionales de la salud también vaticinan una etapa de deterioro y sufrimiento después de los 50 años.
¡Pues a no desesperar! Acá estoy para contarles, a lo largo de este libro, que todas las cosas feas que se dicen de esta etapa son… ¡¡falsas!! O al menos bastante diferentes de lo que escuchamos por ahí.
Recuerdo de una entrevista a una joven y bella periodista que me preguntó al aire cuánto duraba el climaterio. Ante mi respuesta de “Y más o menos diez años, como la adolescencia” su cara se transformó como si hubiese visto al mismísimo Freddy Krueger.
Pensemos que las mujeres somos cíclicas durante un período de nuestras vidas, pero antes y después, durante la premenarca y la postmenopausia, se vive de otra manera, sin la ciclicidad, y si lo pensamos un momento, nos daremos cuenta de que: ¡¡es más de la mitad de nuestra vida!!
Después de la menopausia se abre un capítulo nuevo. Es hora de que nos atrevamos a enfrentarlo con bienestar y sabiduría. Tomar conciencia de los cambios fisiológicos y de cómo prevenir enfermedades hará nuestra vida más plena y saludable.
No hace muchos años que la medicina se ocupa de la salud de la mujer después de los 50. Este fue un tabú más de los que venimos acarreando durante siglos.
En las últimas décadas, la apertura que acompañó al movimiento feminista permitió visibilizar a las mujeres después de su última menstruación, mujeres a las que antes se tildaba, sencillamente, de menopáusicas, viejas, deterioradas. “Menopáusica” era un término que, más allá de definir una etapa, se usaba, claramente, de una manera peyorativa, negativa. No se hablaba del tema y las mujeres lo vivíamos con resignación.
La realidad es, sin embargo, que la única noticia que trae esta etapa en la mujer es que ya no podremos concebir y engendrar hijos e hijas de manera biológica, por la sencilla razón de que no tenemos óvulos disponibles. Si lo vemos en términos semánticos, menopausia es un par de días en la vida, el momento en que dejamos de menstruar para siempre.
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